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Provinciales > Día del Trabajador

Monseñor Lozano reflexiona: “El dinero, ¿manda o sirve?”

Antes del Día del Trabajador, monseñor Jorge Lozano, arzobispo coadjutor de San Juan, opina acerca de qué implican el trabajo y la dignidad.

POR REDACCIÓN

30 de abril de 2017

¿Es patrono o súbdito? ¿Un fin o un medio? ¡Qué preguntas!

Pero vamos de a poco. Mañana 1 de mayo conmemoramos el día de los trabajadores y la fiesta litúrgica de San José Obrero. Una excelente oportunidad para reflexionar acerca del trabajo y la dignidad que implica.

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Quienes leen esta columna habitualmente saben que soy obispo y que, en estos años, me han designado en la Conferencia Episcopal Argentina como responsable de la Pastoral Social. Es bueno aclararlo porque escribo desde la luz de la Palabra de Dios y las enseñanzas sociales que de allí se derivan. Y digo esto porque a veces nos acostumbramos a repetir consignas o afirmaciones que recibimos de programas de televisión, radio o prensa escrita y que a fuerza de repetición terminamos diciendo cosas que poco o nada tienen que ver con el cristianismo.

Yo respeto a economistas, empresarios, sindicalistas o comunicadores ateos o agnósticos. Pero el respeto no me impide expresarme desde los valores que nos enseña Jesús.

En la Biblia hay muchas menciones al trabajo, y ya desde las primeras páginas Dios le da un imperativo al hombre: “ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Gn. 3, 19). En el Evangelio se nos dice que Jesús mismo era reconocido por su trabajo de carpintero: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?” (Mc. 6, 3), oficio aprendido de San José en el seno familiar. “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13, 55) También es importante lo que enseña la carta de Santiago acerca del salario retenido a los trabajadores, injusticia que clama al cielo (St. 5, 4).

Por eso los Papas y las Asambleas de Obispos hablamos tanto acerca del respeto a la dignidad de la persona humana y el trabajo. Ya en 1891 León XIII había escrito en lo que se considera la primera Encíclica Social, Rerum novarum: “Lo realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como cosas de lucro y no estimularlos en más que cuantos sus nervios y sus músculos puedan dar entre sí” (RN 14).

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Tanto las doctrinas comunistas como las liberales han quitado del centro al ser humano, poniéndolo debajo del Estado unas y del Capital las otras. En estas disyuntivas decimos que entre el capital y el trabajo hay que procurar relaciones de complementariedad. Pero también debemos afirmar con San Juan Pablo II: “el principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital». Este principio se refiere directamente al proceso mismo de producción, con respecto al cual el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el «capital», siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se deduce de toda la experiencia histórica del hombre”. (LE 14).

Tal vez lo que digo pueda molestar a algunos, pero varias veces me ha llamado la atención la doble medida que usamos para las cuestiones morales, o lo que algunos llaman ética de doble estándar. En la moral sexual hay miradas inflexibles de todo o nada, sin la posibilidad de contemplar procesos de crecimiento. En la moral social, en cambio, somos compresivos y tolerantes, conformándonos con lo que se puede.

Seguramente habrás notado que no mencioné aún al Papa Francisco. Es que a propósito quiero destacar que las afirmaciones doctrinales en materia social son patrimonio de siglos, y los Papas enseñan sobre estos temas en forma sistemática desde 1891, cuestión que muchos callan unas veces por ignorancia, y otras con algo de malicia.

El 9 de julio del 2015, durante su viaje por Bolivia, Francisco tuvo un encuentro con Movimientos Populares de diversos países. En un pasaje de su discurso enseñó que “la distribución justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropía. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es aún más fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en función de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando los pobres agitan esa copa que nunca derrama por sí sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podrían sustituir la verdadera inclusión: esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario”.

En noviembre de 2013, en su primera Exhortación Apostólica el Papa Francisco contestó el interrogante del título de esta nota: “¡El dinero debe servir y no gobernar!”.

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