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Provinciales > A 74 años del terremoto

Un cofre que contiene el dolor y el homenaje para los que no están

A diario todos pasan por ahí, pero no todos saben en la Iglesia de Santo Domingo hay una urna que contiene las cenizas de los fallecidos en la mayor tragedia natural que azotó a la provincia.

POR REDACCIÓN

15 de enero de 2018

Es un cofre de madera de poco más de un metro de ancho, esta puesto en un soporte especial. En su interior contiene las cenizas de parte de los miles de fallecidos en el terremoto del 15 de enero de 1944. En el exterior tiene colocadas varias placas de bronce con los nombres de personas que perdieron la vida cuando este sismo sacudió a la provincia y la hundió en la más absoluta desolación.

La urna en cuestión está dentro de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario del Convento de Santo Domingo en pleno centro de San Juan, en el cruce de Entre Ríos y Libertador. Hoy a 74 años de aquel día atroz, habrá actos formales, se colocarán ofrendas de laureles y una misa que comienza a las 20,30 y cuando den las 20,53, el horario justo del temblor, todos harán un minuto de silencio en honor a los fallecidos.

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Pero más allá de este día de especial recuerdo y homenaje. La urna con las cenizas de los fallecidos está expuesta a diario y aún hay personas que les prenden una vela y los honran.

Una urna para homenajear

Fray Pablo Condrac, prior de Santo Domingo, contó que “cada tanto puede verse a alguna persona orando por estos difuntos, muchas veces son familiares de los fallecidos que cuando andan por el centro vienen a orar por su difunto”, aseguró el religioso.

Pero esto no es todo porque además de los familiares de los fallecidos, hay muchos turistas que preguntan por la urna. “Es que el terremoto es un hecho histórico que marcó a San Juan, la obligó a renacer. Esto llama la atención de los turistas que llegan interesados por saber un poco sobre la historia de la urna y también preguntan por el templo, quieren saber si el edificio es el original o si también lo tuvimos que levantar de nuevo”.

En este sentido añadió “nosotros les contamos que nuestra Iglesia quedó en buenas condiciones, pero por seguridad el Consejo de Reconstrucción indicó que fuera derribado para construir el nuevo edificio. Igualmente la estructura era tan firme que hubo columnas de ladrillo de más de 1,20 metros que no pudieron derribar y quedaron como parte del nuevo edificio”, relató Condrac. 

El nacimiento del recuerdo

Podría decirse que la historia que terminó con los restos depositados en esta iglesia comenzó el 16 de enero, un día después de la tragedia. Es que la gente comenzó a sacar a los sobrevivientes de entre los escombros. Los heridos fueron derivados a Mendoza o Buenos Aires, llegó ayuda de todo el país.

Tras la urgencia por sacar a los que aún estaban vivos quedó la necesidad de sepultar a alrededor de 10.000 cadáveres. Las familias velaban a sus muertos en los patios de las casas, en las banquinas de las calles o en plazas. Una conocida cochería de la provincia donó todos sus féretros para facilitar la sepultura de los fallecidos.

El problema fue que buena parte del cementerio de la Capital también cayó. Las paredes externas quedaron en el piso, las bóvedas también se derrumbaron. En poco tiempo el cementerio quedó inutilizable.

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Ante la emergencia por disponer de los restos y evitar enfermedades, según se relata en el mismo diario Tribuna, las autoridades dispusieron que el cementerio habilitara un sector de crematorio para poder disponer, luego de las cenizas de los difuntos.

En la galería del final de la necrópolis, se construyó una fosa de 4 metros cuadrados en donde iban depositando los cadáveres que eran inmediatamente incinerados.  

La quema de los cuerpos generó desazón entre los familiares que no encontraban consuelo por no contar con un lugar para poder llevarle una flor a sus muertos. Fue entonces que  Fray Gonzalo Costa organizó la recolección de las cenizas y las colocó en una urna.

Para el 5 de abril de 1944, se realizó una ceremonia en la que las autoridades provinciales entregaban a los dominicos las cenizas para que las resguardaran a perpetuidad.

Los familiares de los fallecidos no encontraban palabras para agradecerle al Frayle. Pocos años después este dominico volvió a su Buenos Aires natal por cuestiones de salud. Falleció en 1954, 10 años después de la tragedia de los sanjuaninos.

Su cuerpo fue sepultado en Buenos Aires, pero en 1988 fue trasladado a San Juan y su cuerpo fue llevado a Santo Domingo en donde se honra la memoria de este religioso que hizo todo lo necesario para dar paz a las almas de los sanjuaninos.

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