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Refugiados en Grecia: la vida en los campos de los que sí llegan a la costa

Una periodista de DIARIO HUARPE te cuenta como es el día a día de cada uno de los refugiados que llega a las costas de Grecia.

POR REDACCIÓN

28 de junio de 2017

Por Melisa Trad

Mahmoud volvió a enfrentarse al mar. Habían pasado sólo 3 meses desde que llegó a la isla de Lesvos, en Grecia, cerca del límite con Turquía. “Éramos 60 personas en un bote. Habíamos estado en el mar por cuatro horas hasta que el motor se apagó bruscamente. Pensamos que ese era el final de nuestras vidas”, relata. Imelda Graham, la mujer a cargo del área de educación en el campo de refugiados “Pikpa”, asegura que retomar el contacto con el agua es una forma de lidiar con las secuelas del trauma.

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No hace falta hacer preguntas: las historias están en las cicatrices frescas, en los dibujos de los niños, hasta en la ropa unos talles más o quizá menos del ideal.

Hace rato –y aunque a algunos países europeos todavía les cueste aceptarlo- se trascendió la situación de “emergencia”. Los campos se convirtieron en una forma de vida, lo mismo puede una familia vivir allí por un año que por dos semanas. Sorprende entonces que algunas cuestiones queden todavía desatendidas. Aunque los testimonios indican que la crisis tuvo su pico en el 2015,  al menos tres personas murieron a principios de este año a causa del frío en el campo “Moría”. Recorrieron el mundo las imágenes de las carpas de la ONU cubiertas de nieve. Grecia no supo preparar sus campos para el frío, a pesar de que como dijo un funcionario del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), “el invierno ocurre todos los años”, no se trata de un fenómeno imprevisto.

Es la hora del almuerzo en el campo Eleonas (Atenas). Por la ventanilla la gente nos pasa un balde, una bolsa, cualquier objeto que permita acumulación para que a la fila la haga solamente un miembro de la familia. Al mostrarles la opción del día, la mayoría responde “sólo pita”, en referencia al tipo de pan que se consume allí. El menú es fijo para toda la semana y los comensales cada tanto prefieren desistir. Algunas veces el aspecto es dudoso y otras cuantas no hay ninguna inscripción que indique que la comida sea “halal”, un requisito imprescindible para quienes practican el Islam. El resultado son contenedores llenos de comida que se tiran a la basura. El drama no acaba allí. Ana, una de las encargadas del campo, me explica que el gobierno presupuesta 1 euro (19 pesos argentinos) por comida para cada persona. Con bronca, Ana toma la bandejita de plástico que repartimos y asegura que eso no vale más de 50 céntimos. ¿Dónde va a parar el resto de dinero que, recordemos, no pertenece sólo al gobierno griego sino a organismos como la Unión Europea o la ONU? La crisis de refugiados es, ante todo, una crisis de desmanejos.

Que algo quede claro: nadie le está haciendo un favor a nadie. Todos estos países que por su cercanía geográfica se convierten a la fuerza en lugares de acogida –aun cuando los países europeos se llevan la parte más chica de la torta comparado con otros como Turquía, el Líbano o Jordania-, firmaron la Convención y el Protocolo de Ginebra que indican las responsabilidades de las naciones que garantizan el asilo. Y para qué entrar de lleno en las responsabilidades de estos mismos países que llevan a que la gente deba huir en primer lugar.

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Esa noche, justo cuando el motor se apagó de la nada, Mahmoud le agarró fuerte la mano a su hermano más pequeño. Es difícil mirarlos a los ojos y responderles que nosotros los pusimos en ese bote.

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