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A más de 40 años de la dictadura, la memoria se niega a olvidar
POR REDACCIÓN
Héctor Cevinelli tenía 26 años, era estudiante y trabajaba. Un viernes cualquiera, estaba en su casa con su pequeño hijo de 3 años y su esposa, cuando un grupo de personas lo arrancó de su casa violentamente, para trasladarlo a una construcción abandonada en las afueras de la provincia donde lo torturaron durante 15 días.
En ese tiempo, la dictadura militar ya estaba instalada en San Juan y en todo el país, y las historias sobre secuestros, desaparición de personas y tortura eran moneda corriente.
El 11 de marzo de 1977 comenzaron dos semanas de terror para Cevinelli, quien había sido militante y tenía información que los represores quisieron sacarle a punta de fusil, golpes y los más diversos métodos de tortura. Las marcas en su piel, que su cuerpo aún no borra a pesar de los años, evidencian la crudeza y el horror que aún puede contar.
Héctor es ingeniero de minas, egresado de la UNSJ, y una de las 205 víctimas y querellante en el juicio histórico por los delitos de lesa humanidad cometidos durante el Proceso de Reorganización Nacional. “Viví una historia no deseable para nadie”, expresó a DiarioHuarpe.com en la antesala de la segunda audiencia del megajuicio.
“Vivo este juicio sin deseos de venganza, sólo tengo la esperanza de que los culpables sean juzgados” dijo Cevinelli, con voz calma pero clara. “Habrá que declarar lo que uno sabe, lo que uno vió, para que las penas se cumplan efectivamente. Yo espero que esta decisión se mantenga porque es muy importante que haya justicia, para una sociedad mas justa, mas armónica”.
Un privilegiado de la represión
Así se define Cevinelli por haber sido liberado, “aunque bajo amenazas de muerte siempre”, según su relato.
“Me llevaron a una construcción precaria con chapas y postes, donde había una sala de tortura y un lugar donde tiraban a las victimas”, contó Héctor y explicó que lo mantuvieron engrillado y atado a una cama vieja con cadenas. “No podía dar un paso en las sesiones de tortura”.
Luego, continuó con la crónica: “Con esos métodos obligaban a mucha gente a denunciar personas. Yo me mantuve firme en mis dichos a pesar de que los niveles de tortura eran muy fuertes”. Así, contó que siempre lo mantuvieron con los ojos vendados y encapuchado, lo que dificultó el posterior reconocimiento del lugar así como de los represores.
“Yo tenía poco tiempo de visión porque estaba vendado y con la cabeza tapada, pero identifiqué que estuve cerca de la zona del polígono de tiro del RIM 22, en una quebrada de los cerros de Zonda“.