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Opinión

Celebrar la diversidad en las aulas

Enseñar nos coloca ante la posibilidad de transformar realidades. Quienes trabajamos en instituciones educativas sabemos que, año a año, renovamos nuestro pasaporte y salimos de viaje para explorar nuevas culturas.

Enseñar nos coloca ante la posibilidad de transformar realidades. Quienes trabajamos en instituciones educativas sabemos que, año a año, renovamos nuestro pasaporte y salimos de viaje para explorar nuevas culturas –que portan nuestros estudiantes– y para enseñar mundos, ampliar horizontes.

La actual situación geopolítica mundial incrementa el desafío. A las instituciones de educación superior, por ejemplo, llegan jóvenes de otros países, con su energía, sus ganas de progresar, y nos obligan a pensar la extranjería alejados de los prejuicios. ¿Podremos descubrirlos entre tantos alumnos?.

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También tenemos las nuevas legislaciones que se han sancionado en el país, que amplían derechos y respetan el nombre propio de cada individuo singular. ¿Podremos mirar a cada uno a los ojos, reconocerlo como sujeto que hace posible que llevemos adelante la tarea docente que elegimos?.

Inmersos en este engranaje que posibilita u obtura el ejercicio del derecho humano a la educación –que ha de concretarse a lo largo de la vida en un proceso continuo–, las responsabilidades profesionales se entrelazan con los aspectos vinculares. ¿Cómo educar sin comprometerse, sin dejarse afectar por el otro? ¿Cómo transmitir sin escuchar?

La formación de los jóvenes es el contrato que aceptamos como comunidad, para seguir siendo comunidad. Nace con la confianza en aquellos conocimientos que portamos y con las altas expectativas que coloquemos en nuestros estudiantes. 

Si concebimos el mundo en su completa y sublime riqueza, si entendemos que es imposible conocerlo todo y que –justamente por eso– es necesario iniciar un intercambio, entonces empezamos a recorrer un camino más interesante para todos.

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En esa senda podemos enseñar a nuestros estudiantes el valor agregado que tiene el ser parte de clases heterogéneas. Y como parte de este camino, por ejemplo, comenzar a transmitir que vale la pena desterrar palabras como “tolerar”. No hay nada que tolerar si tenemos la grandeza de celebrar la singularidad y el encuentro con el otro, en un marco de paz, de protección, de trabajo sostenido.

Tengo la fortuna de verlo todos los días. Los estudiantes nos muestran que pueden convivir, compartir, colaborar, respetar, crecer, estimulados por las diferencias. Diferencias que en ningún punto son sinónimo de desigualdades, ni argumento para sostenerlas. Asegurar esta distinción es el compromiso que debemos asumir los adultos que, con cada gesto, enseñamos.

 

La autora es Rectora de la Escuela de Comercio Exterior de Fundación ICBC

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