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Opinión

Del dicho al hecho…

No estamos exentos de la distancia entre lo que expresamos cuando rezamos y lo que hacemos en concreto.

...Hay un largo trecho, expresa el refrán popular. Y en muchos casos no se equivoca.

Pero se me ocurren dos maneras bien distintas de aplicarlo en nuestra vida: una, como fragilidad; la otra, como hipocresía. Me explico.

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Muchas veces expresamos anhelos o deseos que no logramos concretar. Nos queremos apartar de la mentira, pero a veces nos sorprendemos contando cosas que no son ciertas, o justificándonos detrás de algo que es falso. Expresamos que queremos ser generosos y serviciales, y tenemos que luchar para que no se nos escape el egoísmo que llevamos dentro. Decimos, con honestidad, que queremos ser santos, y la vida nos muestra cuán lejos estamos. Al terminar de confesar los pecados rezamos “y prometo firmemente no pecar más”, y en cualquier momento más cercano o lejano necesitamos volver a pedir perdón. Somos frágiles.

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Pero en otras oportunidades la distancia entre el decir y el hacer es manifestación de hipocresía. Podemos sumergirnos en una especie de convivencia cómoda con la mediocridad, aunque guardando las apariencias. Y así nos encontramos siendo solidarios para la foto, o sonriendo en la cara a quien un rato antes hemos criticado por atrás. Incluso llegamos a decir lo que los demás van a aceptar, aunque no sea lo que pensamos. En fin, nos acostumbramos a la falta de una vida coherente, transparente. Estas actitudes son las que desconciertan, generan desconfianza y deterioro de la credibilidad.

Estas faltas de coherencia no son propias o exclusivas de sociedades de otras geografías. Pasan entre nosotros, y también en la vida de la Iglesia. No estamos exentos de la distancia entre lo que expresamos cuando rezamos y lo que hacemos en concreto.

En estos años, para vivir en las comunidades, nos hemos propuesto consignas que nos ayudaron en un itinerario de crecimiento en fidelidad a nuestra identidad. Pero también hemos de reconocer cuánto nos falta. Pongo unos ejemplos: Iglesia en salida, conversión pastoral, cercanía y escucha, opción por los pobres, comprensión y misericordia, desterrar el clericalismo, sinodalidad…  Son caminos que afirmamos con convicción, pero que nos cuesta recorrer.

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 Si no revisamos nuestra vida permanentemente a nivel personal y comunitario nos vamos anquilosando en opciones tan caducas como inservibles.

Jesús nos advierte del engaño fingidor: “tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan vestidos con pieles de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conocerán” (Mt. 7, 15-16).

A la luz de esta enseñanza evangélica, podemos preguntarnos, ¿qué frutos está dando mi vida?, ¿y mi comunidad? ¿Cómo es la experiencia de la Iglesia que conozco?

Procuremos que la distancia entre la fe y la vida no sea ocasión de escándalo.

 

Este año, Naciones Unidas proclamó el 30 de julio como “Día mundial contra la Trata de Personas”. Con este motivo se realizó un encuentro virtual del cual participaron varias Organizaciones Religiosas y Sociales.  El evento fue organizado y promovido por el Equipo No a la Trata de la Comisión Nacional Justicia y Paz.

El papa Francisco hizo llegar sus saludos y palabras de aliento a quienes están comprometidos en la lucha contra este crimen que avergüenza a la humanidad.

La carta fue enviada por el Secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin. Expresa el Santo Padre: “En medio de la dramática y persistente situación de mercantilización que es la trata de personas en sus múltiples formas, el Santo Padre los anima en su compromiso por la erradicación total de esta plaga, que vulnera la dignidad de los hermanos y hermanas más débiles”.

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