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Opinión

Un protocolo para la felicidad

En estos 8 meses la palabra “Protocolo” ha resonado entre nosotros como nunca antes lo habíamos escuchado: hemos tenido protocolos para hacer compras, salir a correr, andar en bicicleta, la peluquería, participar de la misa, la confesión… y unos cuantos más.

Jesús, muchos siglos antes, nos dejó un protocolo para alcanzar la felicidad. Releyendo la Exhortación Apostólica de Francisco sobre “el llamado a la santidad en el mundo actual”, nos recuerda la centralidad que para la vida cristiana tiene el Evangelio, y nos destaca el capítulo 25 de San Mateo: “en este texto hallamos precisamente un protocolo sobre el cual seremos juzgados” (GE 95).

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Hoy celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, y en la misa se proclama este Evangelio: “Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’ ” (Mt 25, 34-36). Comentando este pasaje, decía San Juan Pablo II que “si verdaderamente hemos participado de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido identificarse” (NMI 49).

La contundencia de la Palabra nos desinstala y cuestiona; nos despierta de la conciencia aislada o anestesiada. “Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo” (GE 98).

Por eso insiste Francisco en que “la fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final” (GE 109).

Muchos cuando van a rendir un examen importante se preparan imaginando qué preguntas hará el profesor y qué respuestas se deben dar. En el último examen de la vida, el juicio final, Jesús nos da por adelantado preguntas y respuestas. Con belleza lo ha expresado San Juan de la Cruz: “en el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”. Este será el juicio más importante, momento en que desnudos de todo ropaje y adornos, presentemos a Jesús la belleza del servicio en nuestras manos. Ni cargos, ni currículum, ni puestos o carreras. En ese momento sólo cuenta lo más importante e imperecedero. Sólo cuenta el amor.

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Todos quisiéramos un mundo más justo y solidario, sin violencias ni guerras. Jesús nos ofrece un Reino de justicia, verdad y paz. Para que se haga carne debemos abrirle el corazón y dejar que Él impere en nuestra vida. No dejarnos guiar por el egoísmo, la avaricia, la conveniencia, el soborno.

Hoy también la Acción Católica está de fiesta en su día. Una Institución de laicos organizados en comunión para la misión, apasionados por Jesús y por su pueblo. Le doy gracias a Dios por tantos frutos y le pido que no abandone la obra de sus manos.

Lamentamos que el Presidente de la Nación haya enviado al Congreso de la Nación el proyecto de ley para aprobar la práctica del aborto. En estos meses de pandemia la sociedad en su conjunto —no siempre incentivada por el ejemplo de los dirigentes— está haciendo grandes esfuerzos por cuidar la vida. Es una grave contradicción favorecer marcos legales para eliminar la más frágil. Debemos redoblar esfuerzos por el cuidado de las dos vidas, toda vida, siempre.

Mañana, 23 de noviembre, se cumple un nuevo aniversario del Terremoto de 1977 con epicentro en Caucete. Recemos por las víctimas.

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