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Opinión

Una pregunta molesta

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

Algunas situaciones nos incomodan de manera especial. Sobre todo cuando se pone en duda nuestra integridad o la sinceridad de los sentimientos. También podemos enfrentarnos a preguntas indiscretas que pueden generar vergüenza. De otras, en cambio, no nos preocupa desconocer la respuesta, como cuando nos consultan por la ubicación de una calle o la parada de un colectivo.

Pero cuando la pregunta es acerca de mis sentimientos, ¿la inseguridad o molestia puede ser mayor? Depende… de quién pregunte y quién conteste. Por ejemplo, “¿vos me querés?” puede ser un incentivo para expresar cariño, o doloroso reclamo que manifiesta dudas respecto de la sinceridad del corazón.

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Sabemos que Pedro negó a Jesús tres veces en la noche del juicio fraudulento previo a la crucifixión. Y luego lloró amargamente, nos dice el Evangelio (Lc 22, 62). Tal vez se cruzaron sus miradas en ese momento. El arrepentimiento y la misericordia.

A veces me he preguntado: ¿cómo sanar esa herida? ¿Cómo imaginar una nueva oportunidad sin un reconocimiento del dolor causado al amigo?

Jesús, que conoce el corazón de sus discípulos, busca una pregunta sencilla de responder pero conmovedora hasta las entrañas. Pedro se ve obligado a “bajar la guardia y caer rendido” ante la misericordia y el perdón. Jesús Resucitado no solamente lo perdona, sino que le redobla la confianza encomendándole lo que más ama: sus ovejas, aquellas por las cuales murió y resucitó. El Evangelio de este domingo nos relata este diálogo profundo que dura un mundo. (Jn 21, 15ss.)

— Pedro, ¿me amas?

— Tú lo sabes todo, sabes que te amo.

— Apacienta mis ovejas.

Por tres veces se repiten preguntas, respuestas y misión. Tres caricias para sanar tres heridas. Tres oportunidades de sobreponerse a la negación del amigo. Labios que negaron, los mismos que ahora son purificados por el fuego del amor. Boca con sabor amargo que ahora se endulza con la ternura confesada. Corazón duro que se derrite a los pies de Jesús Resucitado. ¿Es posible otra oportunidad?

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Es como si el Resucitado le dijera “yo sé que me amás, ¿pero hasta dónde? ¿hasta dar la vida?”… “si es así, apacienta mis ovejas”. Para confiar el rebaño a Pedro, Jesús quiere de su parte un amor incondicional, una disponibilidad entera, no a medias.

Nicodemo había preguntado a Jesús: “¿es posible nacer de nuevo?” (Jn 3, 4) Si estás dispuesto a amar y ser amado, sí. Todo es posible para el que ama y se deja amar por Jesús. Una respuesta que es alcanzable gracias a la Pascua.

El fin de semana pasado hemos vivido una verdadera fiesta de Iglesia. En La Rioja nos hemos encontrado casi todos los obispos de la Argentina (salvo los que se encontraban en Roma), sacerdotes y contingentes de varias diócesis, comunidades religiosas y consagradas. También hermanos de países vecinos y de Francia. He recogido testimonios de cariño de mucha gente: “no aflojen”, “los necesitamos con una vida pobre y entregada”. Y abrazos que alientan en el camino, expresiones sinceras de afecto por los varones y a mujeres consagrados a Dios y los hermanos.

Escuchamos Predicaciones tan iluminadoras como exigentes. No con la imposición voluntarista del que manda sino con la radicalidad evangélica para poner todo en juego sin opciones oportunistas o fríamente calculadoras.

En julio y agosto próximos se cumplen 43 años de los martirios en La Rioja. Pude hablar con unos cuantos que me compartieron experiencias de trabajo con alguno de los cuatro nuevos Beatos. Con emoción contaban desde anécdotas simpáticas hasta momentos de temores en los que había que tomar opciones reconociendo que el secuestro, la tortura y perder la vida eran consecuencias posibles. Así lo supieron los cuatro, y así les sucedió; y a muchos otros.

En la Iglesia Catedral una capilla pequeña de 3 metros de ancho por 6 de largo conserva los restos del Obispo Angelelli. Pasé varias horas sentado delante de esa tumba rezando con gozo al contemplar el paso permanente de peregrinos. La mayoría ponía su mano como acariciando al Pastor, y el mármol frío se entibiaba por tanto cariño expresado. Otros se inclinaban para dar un beso. Un lugar sobrio pero cargado de reconocimiento y ternura. Hubo también quienes se animaron a comentar un testimonio de curación de enfermedad, o superación de un drama familiar atribuido a la intercesión del Beato.

Obispos y sacerdotes pidiendo la gracia de la fidelidad y el testimonio evangélico.

Seminaristas y religiosos jóvenes, novicias y consagradas con menos de 30 años de edad. Con algunos estuvimos conversando breves momentos. Les pregunté: ¿qué recogen de estas cuatro vidas? Me dijeron “libertad para vivir a fondo el Evangelio y ser testigos creíbles de la fe”. También se congregaron varios grupos de jóvenes, y algunos se reunían a cantar y rezar juntos un rato.

Una placa de mármol recoge una frase escrita por nuestro beato obispo y mártir: “mi vida fue como el arroyo, anunciar el aleluya a los pobres”.

Providencialmente el 27 de abril fue la memoria litúrgica de Santo Toribio de Mogrovejo, Patrono de los obispos de América Latina.

La vocación apostólica se apoya en la confesión de amor. No se puede de otro modo. Si no, se corre el riesgo de hacerse funcionario o empleado que cumple horario pero sin compromiso.

Carlos María Domínguez, obispo auxiliar electo de San Juan, entregará su vida a nosotros recogiendo la expresión de San Pablo: “somos servidores de ustedes por amor de Jesús” (II Cor 4, 5). 

El próximo 8 de mayo recordamos con un cariño grande como nuestra Patria a Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina. Confiamos a ella nuestras intenciones más comprometidas, las que nos involucran y nos piden cotidiana entrega sin reservas.

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