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Con los ramos en la mano y Jesús en el corazón

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

Los comienzos suelen estar marcados por la incertidumbre. Incluso ante lo ya conocido. El inicio de las clases, por ejemplo, sucede cada año y, sin embargo, cada oportunidad nos puede traer algo nuevo. Con este domingo empezamos la Semana Santa 2022. Por un lado recordamos acontecimientos históricos sucedidos que no son una novela o fábula, sino narraciones de dramas y tensiones que pusieron al descubierto las intenciones ocultas en el corazón de muchos. Escribas y fariseos, autoridades políticas y militares, discípulos y seguidores, envidiosos y enemigos, adherentes ocasionales, su Madre, los apóstoles.

Pero no sólo hacemos memoria de lo “ya conocido”; también celebramos. Esos acontecimientos se actualizan sacramentalmente. El mismo Jesús presente en sus ministros y en la comunidad cristiana vuelve a realizar lo sucedido en Jerusalén. No es simplemente una teatralización que se repite año tras año, sino actualización de la Pascua.

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Hoy celebramos la Entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén. El Rey Mesías prometido y esperado durante siglos llega a su casa y a su Templo. Es un Rey especial por lo que no tiene y por lo que trae.

No tiene ejército numeroso y bien armado, ni corte lujosa, ni riqueza que  impresiona, ni deseos de dominación que dan miedo. Trae un Reino de paz, justicia, amor, libertad. No viene montado en un caballo adornado de lujos, sino en un sencillo burrito. Está acompañado por hombres humildes, trabajadores, pescadores, y algunas mujeres.

Por eso miremos a quienes salen a recibirlo: los niños, los pobres, los pequeños y simples de corazón. Los que no tienen vergüenza o miedo al papelón. Lo aclaman con cantos y a su paso adornan el camino con ramas de los árboles y hasta con sus propios mantos.

¡Cómo no estar contentos! Este Rey no viene a llevarse nada. No entra para saquear y oprimir. Viene a servir. La entrada de Jesús en la vida de cada uno es así: no quita nada, nos da todo.

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Viene vestido con ropa sencilla. Pide tu respuesta de fe. Y vos podés dejarlo entrar, ¿por qué no?

Estamos como en el umbral de una puerta. Podemos dar el paso para entrar o quedarnos a mirar desde afuera. Jesús quiere que entremos en su vida, y Él pasar a tu corazón.

Tal vez debemos optar entre ser turistas o peregrinos. El primero está de paso, sólo mira para aprender o tomar una foto. Tal vez hasta se admira de una belleza, pero su vida está en otro lado. El peregrino, en cambio, se compromete, entra en comunión, vibra espiritualmente, busca un encuentro que libera.

El año pasado todavía no logramos realizar las celebraciones habituales en todo su despliegue debido a las restricciones por la pandemia. Durante este día en nuestras Iglesias se bendicen los ramos de olivo, y con las procesiones evocamos aquella entrada de Jesús en la Ciudad Santa.

¿Para qué son los Ramos que nos llevamos a casa? Tienen una doble finalidad. Solemos colocarlos junto a una cruz que tenemos en la pared, o al lado de una imagen o estampita de la Virgen o alguno de los Santos que nos acompañan en nuestra vida de fe. De este modo, al mirar ese Ramo nos acordamos que hemos aclamado a Jesucristo como Rey de nuestra vida. Es un signo que nos recuerda haber rezado y cantado para que Él reine en nuestra vida, nuestra familia, nuestra patria. La otra finalidad es misionera. Es muy bueno llevar algún ramito a quienes no pudieron ir a la bendición y a la Misa. Siempre hay que pensar y tener en cuenta a los vecinos, familiares, o alguien enfermo.

Los ramos de olivo también son símbolos de paz. Imploremos por ella en Ucrania para que cese tanto horror y matanza.

En la Semana Santa Jesús nos invita a entrar en un clima religioso y de oración.  Nos tiende la mano y nos ofrece caminar a su lado. Con corazón sencillo y humildad al andar.

Entrar en Jerusalén tiene una finalidad. Celebrar la última cena, lavar los pies, los artilugios del traidor, ser llevado preso, la negación del amigo, el juicio fraudulento, la pasión, el dolor de la madre, la cruz, la Pascua… Son momentos intensos de amor, elocuentes para algunos, tal vez no tanto para otros.

Caminemos con Jesús para ser colmados de su bendición.

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