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Opinión > Mensaje episcopal

Del ver para creer al creer para ver

Cuando nos dan una buena noticia o nos cuentan algo hermoso e inesperado, no siempre lo aceptamos de entrada. A veces la primera reacción es decir “si no lo veo, no lo creo”.

Así les sucedió a los Apóstoles y a los otros discípulos ante los primeros testimonios de encuentros con Jesús Resucitado. Como nos cuenta San Lucas “era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer”. (Lc 24, 41)

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En el Evangelio de San Juan que hoy se proclama en las misas, se nos narra la primera aparición de Jesús a los discípulos en el atardecer del domingo de la Pascua. Pero el Apóstol Tomás no estaba con ellos en ese momento.

La semana siguiente Jesús Resucitado volvió a presentarse en medio de los discípulos, y esta vez sí estaba Tomás. El Señor le mostró las llagas en las manos y la herida del costado, y Tomás creyó. Jesús le dijo algo que para nosotros es muy alentador “¡Felices los que creen sin haber visto!” (Jn 20, 29).

Las dudas de Tomás permitieron que Jesús nos enseñara acerca de la fe. Del Señor no sólo hacemos memoria de sus enseñanzas y milagros, sino que afirmamos que está vivo. El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica dirigida a los jóvenes nos decía a todos: “¡Él vive y te quiere vivo!”. Después de la Ascensión de Jesús al cielo muchos abrazaron la fe y tal vez pensaron que los que compartieron la vida terrena de Jesús habían sido más afortunados. Este Evangelio nos muestra que no es así. El conocimiento de la fe es superior al humano. De hecho muchos compartieron momentos importantes con Jesús, y sin embargo no dieron el paso de la fe.  

En la primera lectura de las misas de este fin de semana se nos dan algunos “signos” que encontró la primera comunidad cristiana para encontrarse con Cristo Vivo.

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“La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad…” (Hc 4, 32-34)

Reflexionemos sobre estos signos, que están prolijamente consignados y descriptos.  

“Tenían un solo corazón y una sola alma.” Nos habla del afecto fraterno y de los ideales de vida compartidos. La unidad-comunión no estaba fundamentada en coincidencias hermanas, sino en la certeza de tener un mismo Salvador, Cristo Jesús.

“Nadie consideraba sus bienes como propios”, reconociendo que la vida entera es un don de Dios. La vida propia y la de los demás. Se trata de una comunión afectiva y efectiva. Los bienes también son un don para una misión. Por eso dice el libro de los Hechos de los Apóstoles que “ninguno padecía necesidad”. Este modo de vida lo ha tomado la vida religiosa por medio del voto de pobreza. Algunas comunidades de laicos también tienen como práctica la comunión de bienes. Todos, cada uno según la propia vocación, estamos llamados a asumir estilos de vida más solidarios compartiendo los bienes.

Cuando Jesús dialoga con Tomás le nuestra las llagas producidas por los clavos y la herida del costado. Es una invitación a ver a Jesús en los pobres. Las llagas del Crucificado y resucitado siguen abiertas y sangrando en los que sufren.

“Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús.” Es la dimensión misionera del Encuentro con Cristo Vivo. “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hc 4, 20), dijeron Pedro y Juan los primeros días después de Pentecostés ante el Sumo Sacerdote, los Escribas y el Sanedrín.

Completando con otro pasaje acerca de las primeras comunidades, también se nos dice que “todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones (…) Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común (…) y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Unidos en un mismo espíritu, frecuentaban diariamente el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse” (Hc 2, 42-47).

“Partían el pan en sus casas” nos hace referencia a la celebración eucarística. Recordemos que los discípulos de Emaús dieron testimonio que “lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24, 35).

Estas experiencias simples y sencillas no están lejos de nosotros. La vida nueva de la Resurrección impregna toda la existencia. No sólo para el momento de la misa o las prácticas de piedad, sino para la vida.

¿Qué mostramos hoy en nuestras Capillas, Parroquias, Movimientos…?

Las primeras comunidades eran lugar de experiencia de Encuentro con Cristo y una manifestación palpable de la vida nueva de la Pascua.

El Papa Benedicto XVI afirmó que “la Iglesia crece no por proselitismo, sino por atracción”.

La Pascua nos impulsa en la conversión pastoral de nuestras comunidades.

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