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Por los frutos los conocerán

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

Hay árboles que nos brindan la belleza del aroma y el colorido de sus flores, los sabores de sus frutos. Otros son buenos porque dan sombra o son cobijo de nidos de los pájaros. Por eso nos da pena cuando encontramos árboles que se fueron secando desde la raíz, y sólo ocupan lugar.

En una oportunidad Jesús enseñaba a la gente a cuidarse de los falsos profetas “que se presentan vestidos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mt 7, 15). Y para tener un criterio de discernimiento les dijo: “por sus frutos los conocerán” (Mt 7, 16), no por el lugar que ocupan en la sociedad o en la comunidad religiosa.

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Mañana celebramos la fiesta de todos los Santos, los conocidos y los anónimos. Los que veneramos en los Santuarios, las capillas más pequeñas o los altares domésticos; y los que Francisco llama “los santos de la puerta de al lado” (GE 7).

El Papa menciona a algunos de ellos: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»” (GE 7).

Los Santos no son extraños a nosotros. Algunos han vivido hace muchos siglos en contextos socioculturales muy distintos a los de hoy. Otros, como el Beato Carlo Acutis, o los Mártires de La Rioja, han sido contemporáneos y muy cercanos. Somos parte de una misma familia, todos llamados a la Santidad.

El autor de la Carta a los Hebreos, que forma parte de los escritos del Nuevo Testamento, afirmó que “estamos rodeados de una nube de testigos” (Hb 12, 1) haciendo referencia a una gran cantidad de hombres y mujeres que permanecen fieles en la fe, aun en medio de las dificultades y persecuciones.

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Todos conocimos gente muy buena que se ha destacado por su servicio a los enfermos, o poner el hombro ante adversidades de familiares y amigos, luchar por la verdad y la justicia. Son parte de esa “nube de testigos”.

Incluso me animo a decir que hay más gente buena que de las otras. Pero no son noticia, no ocupan espacios en los medios de comunicación que lucran con los escándalos.

Cada 1 de noviembre rezamos a Dios pidiendo por la beatificación de quienes se ha iniciado su proceso para que la Iglesia los reconozca públicamente por su fidelidad en la fe. En San Juan está en curso la beatificación de Mons. José Américo Orzali. Fue admirado por su estilo de vida austero y sencillo, la entrega generosa de sus tiempos, las numerosas visitas pastorales, la convocatoria de los sínodos, la dedicación a la confesión, la delicadeza con los pobres, la fundación del Instituto de Hermanas de Nuestra Señora del Rosario… estando todavía en Buenos Aires.

Habiendo sido un muy buen Párroco de la Parroquia de Santa Lucía del barrio de Barracas en la Ciudad de Buenos Aires, fue designado obispo de Cuyo a partir de 1912. En ese tiempo el territorio de la Diócesis abarcaba las Provincias de Neuquén, San Luis, Mendoza y San Juan. Una extensa y variada geografía que planteaba el desafío de animar a todas las comunidades cristianas. Para ello realizó varias Visitas Pastorales que le llevaban pasar meses afuera de la sede de San Juan. Esto le permitió compartir varios días en cada Parroquia, fortalecer la catequesis de niños, brindar conferencias para varones y mujeres respecto de cómo vivir la fe en el contexto de los desafíos de ese tiempo, propiciar momentos de oración con los sacerdotes y la comunidad. En esas Visitas se levantaba temprano para rezar y dedicaba horas a recibir a los fieles en la confesión. Era remiso en aceptar fiestas o ágapes formales en su honor. Un hombre cercano a la gente. Estando en San Juan visitaba con frecuencia la cárcel, sirviendo con palabras de aliento a quienes estaban cumpliendo condena.

Durante su tiempo como obispo convocó a tres Sínodos, de los cuales logró celebrar dos. El tercero fue convocado pero su salud le impidió concretarlo. En 1934 fueron creadas por el Papa Pío XI las diócesis de San Luis y Mendoza, designando a San Juan como Arquidiócesis.

El Padre obispo Orzali enfermó y murió el 18 de abril en 1939. Su vida ejemplar marcó fuertemente el corazón de los fieles, lo cual motivó el inicio de su causa de beatificación, y fue declarado Siervo de Dios por el Vaticano. Damos gracias a Dios por su vida misionera y entregada, y rezamos por su pronta beatificación. Su existencia expresó cabalmente el apodo de “el Buen Pastor de Cuyo”.

El martes 2 rezamos por todos los difuntos y sus familias.

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