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Provinciales > Iglesia Católica

La fragilidad bien tratada

Vivimos en un mundo competitivo en el cual se valora a los más fuertes y a los ganadores. Por el contrario, son dejados de lado los más débiles, los perdedores.

POR REDACCIÓN

21 de diciembre de 2020

Cuesta promover actitudes que logren una sociedad en la cual haya espacio para todas las personas, respetando su edad y condición. ¡Cómo luchan y trabajan hombres y mujeres que se organizan para asistir a quienes tienen capacidades diferentes o disminuidas!

Dios se hace cercano para mostrarnos quiénes somos los seres humanos. Como expresa un hermoso documento del Concilio Vaticano II, “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22). Es una consecuencia de la Navidad: “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.” (GS 22).

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Este acontecimiento “nos invita a ponernos espiritualmente en camino” con la imaginación y el corazón hasta un lugar lejano en el tiempo y la cultura, para acercarnos a contemplar y gozar “atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él” (Francisco, El hermoso signo de pesebre, 2019).

La celebración navideña “manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida” (Idem).

El nacimiento de Jesús tiene un realismo inocultable. Es un niño concreto, envuelto en pañales por su mamá. Recostado en un pesebre que aloja animales, con sus particulares aromas y temperaturas. Casi en la intemperie.

Esa fragilidad de Dios puede llegar a escandalizarnos. Es que necesitamos a un Dios que sea fuerte, poderoso, omnipotente, ante quien nada hay imposible. Y así es Dios. Pero en la Navidad se muestra de otra manera, que tenemos que arriesgarnos a contemplar aunque nos resistamos. Son los modos que Dios tiene para enseñarnos ese otro modo de actuar que muchas veces nos desconcierta. Ya lo decía San Agustín: “Sin dejar de ser lo que era, empezó a ser lo que no era”.

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Detengámonos un momento. La entrada del Mesías en la historia de los hombres no pudo haber sido más desconcertante. Nos cuenta el Evangelio que al recién nacido lo envolvieron en pañales. Eso es signo de la máxima fragilidad; de un bebé que debe ser atendido, protegido y ayudado. Y curiosamente éste será el signo que tendrán los pastores para reconocer el Niño: ni más ni menos que ¡un signo de fragilidad!

Fijémonos en otro signo: el Niño fue recostado en un pesebre. Esto sí que está fuera de lo normal. El pesebre era el lugar donde comían los animales. Era un espacio inapropiado para un recién nacido. Este nacimiento sucede en un contexto de pobreza extrema. Paradójicamente, quien viene a salvar al mundo aparece ante el mundo como un necesitado de ayuda, de cercanía y de valoración.

Y todavía más. Esta autenticidad del Dios que asume nuestra naturaleza está expresada en el inicio del Evangelio de San Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Esta es una frase que la escuchamos frecuentemente y la repetimos a menudo. Pero si nos detenemos un instante para tratar de ahondar su profundidad, su realismo y su novedad quedaríamos sorprendidos. Dios asume nuestra condición; se hace uno igual a nosotros menos en el pecado. En otras palabras, asume la fragilidad y debilidad de nuestra carne, no sólo para hacerse igual a nosotros sino que, haciéndose frágil como nosotros, nosotros nos hacemos fuertes en Él.

Dios se hace cercano y frágil para que no le tengamos miedo. Tan pequeño como para que nos animemos a inclinarnos, tomarlo en brazos, y arrimándolo a la mejilla, sentir su calor y belleza.

El camino elegido por Dios es la ternura, alejándose totalmente del uso del poder, la prepotencia. No viene para asustarnos o “hacernos sentir su autoridad” (Mc 10, 42) sino para servirnos a todos.

Podemos afirmar que, en realidad, es Dios quien quiere tomarnos a nosotros en sus brazos y arroparnos con ternura junto a su corazón de Padre. Él asume nuestras fragilidades, las trata con sumo cuidado y respeto, sabiendo que por nuestro parecido con Jesús forman parte de nuestra historia sagrada.

Dios se pone de nuestro lado. No hace falta ser triunfadores y exitosos para llamar su atención. En una de las oraciones para pedir perdón en las misas de este tiempo rezamos: “Tú que siendo grande, te hiciste pequeño; que siendo fuerte, te hiciste débil; que siendo rico, te hiciste pobre”. “María quiere parir un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos, donde haya lugar para cada descartado de nuestras sociedades, donde resplandezcan la justicia y la paz.” (FT 278)

El 25 de marzo hemos celebrado el inicio del embarazo de la Virgen María. Durante 9 meses ella y San José cuidaron la vida de Jesús creciendo en su vientre. Recemos para que sean respetados los derechos de todos los niños por nacer. Vale toda vida.

+Monseñor Jorge Lozano                                +Monseñor Carlos María Domínguez

          Arzobispo                                                             Obispo Auxiliar

Arquidiócesis San Juan de Cuyo                           Arquidiócesis San Juan de Cuyo                       

 

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