Publicidad

Cultura y Espectáculos > Historias sanjuaninas

Día del Inmigrante: dos familias que supieron echar raíces en San Juan

Entre los cientos miles de personas que llegaron al país entre 1880 y 1930, las historias de Rosendo Ruiz y Antonio Medawar son de esas que inspiran y parecen salidas de un cuento.

Por Ana Paula Zabala
04 de septiembre de 2020

Fue el 4 de septiembre de 1949 cuando se celebró por primera vez en el país el Día del Inmigrante. El objetivo de la fecha elegida fue conmemorar la disposición dictada por el Primer Triunvirato, en 1812, con el fin de fomentar la inmigración y proteger a los individuos de todas las naciones que quisieran forjar su futuro en la Argentina.

El territorio argentino fue uno de los que más extranjeros recibió entre los años 1880 y 1930, en este sentido, y según los datos del censo de 1914, una tercera parte de los habitantes del país estaba compuesta por inmigrantes.

Publicidad

Es así como la historia de la Argentina es también la de esos hombres y mujeres trabajadores que se embarcaron con un destino incierto, pero con la añoranza de un futuro mejor.

San Juan no es ajeno a ello y en la mayor parte de las familias se pueden escuchar historias de barcos, viajes, ilusiones y esfuerzos por construir nuevas patrias.

Rosendo Ruiz: llegó como polizón desde España y dejó un gran legado

Quien cuenta la historia de este español que desembarcó en la Argentina en el año 1911 es su nieto, Ro­lando Ruiz. “Mis cuatro abuelos vinieron de España, aunque Rosendo fue el que más contó su historia”, explica el sanjuanino.

Rosendo Ruiz nació en 1894 en un pequeño pueblo de Granada y por aquella época la situación económica de su familia, como la de gran parte de los españoles, era apremiante. “En ese entonces, a sus 17 años, tenía dos opciones: unirse a la milicia o trabajar en las minas de carbón”, explica su nieto, a lo que agrega que esta última opción no estaba entre sus planes ya que su hermano mayor había fallecido justamente realizando ese oficio, tras una gran explosión.

Publicidad

Rosendo Ruiz llegó a la San Juan en 1911 y desde ese momento se dedicó a la agricultura.

Es así como Rosendo tomó una decisión, embarcarse en una aventura que lo traería a América, sin más tesoros en su valija que la dirección de su hermana mayor, quien años antes había viajado a la Argentina. A su corta edad, el viaje fue toda una odisea. No contaba con dinero para pagar el costoso pasaje, por lo que subió al barco como polizón. Al ser descubierto, los marineros lo amenazaron con arrojarlo por la borda durante los 20 días que duró la travesía en alta mar. Sin saber leer ni escribir, Rosendo utilizó la única herramienta que tenía a su alcance, su trabajo, para saldar las deudas en el barco y llegar con vida a tierra firme.

Al arribar al país, y con mucho esfuerzo, encontró a su hermana, que vivía en Santa Lucía con su esposo. Desde ese entonces comenzó a trabajar la tierra junto a su cuñado, labor que se convertiría en su sustento y el de la familia que supo construir junto a Antonia Valverde, a quien conoció en 1917. Con ella se casó años más tarde y tuvo nueve hijos, de los que sobrevivieron 6.

Rosendo junto a su familia en Mar del Plata.

“Con su esfuerzo pudo prosperar, comprar su casa, con los años ayudó a venir a su madre, una hermana menor y, luego de la guerra civil, a dos primos, quienes también se radicaron en San Juan”, relata Rolando. “El esfuerzo fue mu­cho”, valora el nieto quien, además, recuerda que su abuelo siempre les decía que si alguna vez viajaban a España visitaran su pueblo, particularmente la celebración en honor al Santísimo Cristo de la Yedra, que se realiza los 14 de septiembre.

“Mi abuelo Rosendo nos dejó como legado la honestidad, el ser hombres de palabra, personas de bien, trabajadores, y el valor de formar una familia”, cuenta Rolando. En la actualidad, los Ruiz conservan muchas tradiciones de su tierra de origen, principalmente las culinarias, como las grandes paellas que saben disfrutar en las reuniones familiares. “Algo que también siempre nos gustó son las migas españolas (también conocidas como migas ruleras), un plato que se prepara principalmente con pedazos de la miga de pan tostado acompañadas de engañifas como carnes, verduras picadas, chorizos, etc”, finaliza.

La agricultura fue el principal sustento de su familia.

La historia de su familia, una gran pasión para Rolando

Desde chico se interesó por saber de dónde venía, cuáles eran sus raíces, aunque, fue en el año 1988 cuando su pasión comenzó a concretarse.

Es nieto de Rosendo Ruiz y su nombre es Rolando Rubén Ruiz Vega. Siempre lo menciona completo, quizás para no dejar de lado ningún elemento de su pasado. Es abogado de profesión, aunque genealogista de corazón, pues desde hace décadas dedica gran parte de su tiempo a rastrear las huellas de sus antepasados, que actualmente se hallan plasmadas en un gran árbol genealógico que incluye los datos e historia de más de 340 personas.

“Empecé cuando una ahijada cumplió sus 15 años en Entre Ríos y ahí viajó su abuelo (mi tío -hermano de mi madre-) desde San Juan y tomé nota de algunas cosas de mi familia materna y datos que más tarde fueron ratificados por mi madre y demás familiares”, indica Rolando.

Rolando es abogado pero su gran pasión es la genealogía.

Sobre sus fuentes de información y la manera en la que recopiló testimonios, el abogado cuenta que fue a través de entrevistas con familiares en distintos puntos del país, siempre con libreta en mano. Aunque, fue en el año 1999, en un viaje a España que realizó junto a su madre, cuando más pudo conocer sobre sus antepasados. “Visitamos familiares de ella en Linares. Luego fuimos a Válor y Ugíjar, para poder estar en las fiestas del Santísimo Cristo de la Yedra. Justamente, de allí provenía mi abuelo paterno”, comenta Rolando sobre una experiencia que fue muy valiosa para él.

“Con todos los datos y anécdotas que fui recopilando a través de los años, he ido armando un rompecabezas, el que continúo hasta el día de hoy”, explica y añade un dato curioso: “algo interesante que encontré fue en la partida de nacimiento de mi abuela paterna que al poner la ocupación de la madre dice "...tareas propias de su sexo...", algo propio de épocas pasadas.

Parte del gran árbol genealógico que construye desde 1988.

“Entiendo estar cumpliendo un sueño que refleja la admiración y respeto a mis ancestros, quienes nos han dejado como legado, ser trabajadores, honestos, serviciales, personas íntegras, de bien, y mantener los lazos afectivos y familiares que perduren en el tiempo”, reflexiona Rolando, quien actualmente vive en Rosario junto a su familia.

Antonio Medawar desembarcó en Argentina desde el Líbano

Guadalupe Bolaños es la encargada, en este caso, de contar la historia de su bisabuelo, Antonio Medawar, quien llegó al país en 1901 en barco y luego en tren viajó hasta la provincia de San Juan, donde supo formar una familia y vivió hasta sus últimos días.

Su historia es de película. Antonio nació en 1882, en un pueblo a 15 minutos de Beirut, capital del Líbano. Allí vivía junto a su familia, la cual se dedicaba a la zapatería artesanal. La crisis que se vivía en ese país los empujó a buscar un futuro mejor, al menos para él. Fue así como lograron subirlo a un barco que lo llevaría a un destino incierto.

Antonio Medawar junto a su esposa, María Kenan

“En ese momento y contexto, te subías a un barco que te llevaba a cualquier lugar. No podías decidir el destino. Mi bisabuelo se embarcó sin saber a dónde iba”, cuenta Guadalupe. El dato más interesante fue que, al momento de embarcar, un matrimonio amigo de sus padres le encargó una tarea que marcaría su vida: llevar en el viaje lo más valioso que ellos poseían, su pequeña hija de sólo un año de vida. Se llamaba María Kenan y había nacido en 1900.

Ambos emprendieron un largo viaje, él con 16 años, ella aún no sabía caminar. No tenían claro adónde se dirigían, tampoco hablaban otro idioma que no fuese el árabe. Al arribar al país, un tren los trajo hasta San Juan y aquí comenzaron a forjar su futuro.

“La primera barrera fue el idioma. En ese momento no se contaba con las herramientas tecnológicas que tenemos hoy. Pero con mucho esfuerzo comenzó a trabajar de lo que conocía: la zapatería artesanal”, explica su bisnieta, Guadalupe Bolaños. Con el tiempo, el negocio de los zapatos fue quedando de lado y el comercio se transformó en su actividad. Mientras tanto, María crecía al igual que el amor entre ellos. Y es que esa hazaña que emprendieron de pequeños, los unió en una relación que dejó muchos frutos: En 1924, Antonio y María se casaron. Tuvieron cinco hijos, María Luisa, María Susana, María Laura, Olga y Ricardo Antonio. Criarlos y educarlos fue la principal actividad de la mujer.

“San Juan se transformó en su lugar en el mundo, aunque la familia mantiene intactas muchas tradiciones libanesas”, comenta Gua­dalupe. Entre ellas, la comida es una de las que más disfrutan, siendo el kebbe naie la preferida. Tampoco puede faltar el café a la turca, la mesa llena de comida y de pan, algo característico de su cultura.

“Algo típico de los libaneses es la hospitalidad y solidaridad, es un pueblo que tiene mucho amor para dar y que siente la necesidad de ayudar al otro en cualquier circunstancia”, cuenta orgullosa de sus raíces la joven.

Amor por su cultura, la herencia de su padre

Guadalupe Bolaños es una jovencita comprometida con su legado, ese que aprendió a admirar y respetar de la mano de, principalmente, su papá, Oscar Bolaños.

“Cuando era joven mi padre participaba de la JUCAL, la Juventud Unión Cultural Argentino Libanesa. En el 2014 hubo un viaje que se realizó en San Juan y por el cual llegaron chicos libaneses de todas partes del mundo. Mi papá me invitó a participar y fue desde ese momento cuando comencé a interesarme más por la cultura de mis antepasados”, comenta Guadalupe. En ese sentido, a partir del año 2014 se involucró de manera activa en la juventud libanesa, ocupando cargos importantes dentro de la institución, como Secretaria a nivel provincial, presidenta e, incluso, en la actualidad, el de secretaria nacional de la JUCAL.

Guadalupe Bolaños heredó el amor por su cultura de su padre, Oscar.

El año pasado Guadalupe pudo viajar a un Congreso Mundial que se realiza cada dos años en el Líbano, y que reúne a jóvenes que residen en otras partes del planeta y son activos dentro de la institución. Se trató de una experiencia muy enriquecedora ya que, como ella misma menciona, le permitió atar lazos aún más fuertes con su historia.

“Mi papá había fallecido un mes antes de ese viaje. Él, antes de partir, había podido completar su árbol genealógico por lo que yo, antes de viajar, contaba con datos precisos sobre la familia”, indica la joven. Fue así como en el Líbano pudo encontrar a algunos familiares, como el primo de su abuela, con el que, incluso ella, pudo comunicarse de manera virtual.

Publicidad
Publicidad

ÚLTIMAS NOTICIAS