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Provinciales > Historias Sanjuaninas

Gabriela Sardiña, la maestra que viaja más de 3.000 kilómetros al año para dar clases

Es docente en una escuela albergue de Jáchal. Tiene 47 años y lleva 20 años en la docencia.

11 de septiembre de 2020

Gabriela sube a su auto, toma por la Ruta Nacional 150 y dobla en la rotonda por la Ruta Provincial 456, también conocida como Eugenio Flores. Poco a poco el paisaje urbano queda atrás para darle espacio a montañas y matorrales. En total son 10 kilómetros hasta la Escuela Albergue Joaquín V. González, en Pampa Vieja, departamento Jáchal.

En la escuela la están esperando los porteros y sus alumnos en la cocina, el lugar donde los chicos reciben las cuatro comidas diarias, pero donde también son las reuniones. La jornada todavía no empieza, el olor a café con leche y la chocolatada es tan grande como los tachos en donde se preparan. Primero desayunan, después empiezan las clases.

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La matrícula es de 8 alumnos, pero algunos son de tercero y otros de cuarto grado. Igual, las clases se planifican diferente.

La escuela recibe contiene a chicos que van desde al primario hasta un ciclo intermedio. Foto: Gentileza

Al mediodía se va, se despide de los chicos y regresa desandando los 10 kilómetros que recorrió en la mañana. Almuerza y se cambia el guardapolvo por algo más formal, es el uniforme de su otra escuela, la Antonio Quaranta que queda en la villa cabecera de Jáchal. De una matrícula de ocho pasa a 18 alumnos. Gabriela cuenta que hubo años en que tuvo más de 30 chicos.

Así es un día a día de la docente en un ciclo lectivo normal, algo que en 2020 no fue por la pandemia de coronavirus, pero durante sus 20 años de docencia la rutina es más o menos igual.

“No me veo haciendo otra cosa o en otro ámbito. He trabajado en un montón de lugares: en una villa en Córdoba, en escuelas privadas y ahora estoy trabajando en la escuela albergue y es trabajar en otra realidad directamente”, agrega.

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La escuela Quaranta está ubicada en la villa cabecera de Jáchal. Foto: Gentileza

En Pampa Vieja los porteros esperan en invierno a los alumnos y las docentes con las aulas calefaccionadas. Ahora con aires frío/calor, pero hace no mucho era con escafandras. El frío se vive diferente, cuenta Gabriela.  

“He escuchado alguna vez decir 'portate bien, si no te vas al internado' como si fuera un castigo y ahí ya hay una mirada social que margina. Y en la realidad son chicos que hacen mucho desde contextos muy difíciles. Hay chicos que salen y llegan hasta la universidad. Lo que necesitan es el apoyo de la sociedad”, reflexiona.

Saquen una hoja

La tarea de Gabriela es aúlica, pero eso encierra una trampa porque no sólo trabaja dentro del aula. A eso hay que sumarle las tareas de planificación, los congresos, las horas de corrección, los cambios de modalidades entre años, cumplir con los núcleos básicos de aprendizaje y los actos. Además en la escuela albergue debe encargarse de otros roles de cuidado.

“En el albergue la seño tiene que encargarse de todo. De buscar el guardapolvo, si el nene tiene que cortarse el pelo hay que buscar alguien que se lo corte, del moñito para la nena, de los zapatos. Un año hicimos una campaña con zapaterías para que nos donaran calzado escolar, que es el calzado que usamos para los chicos en el acto”, cuenta.

Hay veces que el material sale del bolsillo de las docentes. “Me ha pasado un montón de veces, me sigue pasando y me va a seguir pasando de llevar la ropa que mis hijos ya no ocupan para los chicos de la escuela. Pero ojo, esto no es algo que hago sólo yo, lo hacen todas las personas que trabajan. Cada año que empieza es ver los chicos que van a estar en el año, si se sumó algún hermanito y empezar a buscar los materiales porque es algo que no podemos pedirles a la familias. En el albergue es pelearla todo el tiempo”, insiste.

Algo que tiene el trabajo docente es no ver todo lo que se sembró. Sin embargo, cuando sucede, “la mejor anécdota es cuando vas por la calle y te gritan '¡Seño!' y te das vuelta y ves a un chico o chica grande”.

“Tengo alumnos que ya son papás, que ha hecho su vida, que están trabajando. Pero, por otro lado, te quedan otras historias no tan gratas, chicos que no pudieron seguir o que llegaron hasta nivel medio, que tienen muchas aptitudes artísticas o deportivas y te queda eso de si ellos hubieran nacido en otro contexto, con otro lugar, sin duda la vida de ellos sería distinta. Lo más satisfactorio es cuando los veo y no los conozco de lo lindo y lo grandes que están”, agrega.

Un año ausente

A causa de la pandemia, el cursado de este año fue atípico. Gabriela lo describe como “vacío”. “Siento que la pandemia nos quitó un año de vida. Los 180 días de clases que tenemos es el tiempo en el que nos relacionamos con los chicos. El 2020 no nos permitió formar parte de la vida de ellos. Marcamos muchos en la vida de nuestros niños, y nuestros niños marcan mucho en la vida de nosotros”, concluye.

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