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Opinión

Buenas intenciones que matan y empobrecen

El pasado domingo a la noche, durante el programa “Debo Decir” que conduce Luis Novaresio se discutía acaloradamente sobre inmigración y el uso de bienes que son provistos por el Estado en forma “gratuita” (lo cual es una brutal falacia porque nada es gratis y alguien lo tiene que pagar) por parte de los extranjeros. 

El pasado domingo a la noche, durante el programa “Debo Decir” que conduce Luis Novaresio se discutía acaloradamente sobre inmigración y el uso de bienes que son provistos por el Estado en forma “gratuita” (lo cual es una brutal falacia porque nada es gratis y alguien lo tiene que pagar) por parte de los extranjeros. Naturalmente, por un lado, estaba el sector más “progresista” (extraño rótulo para quienes han sembrado miseria donde aplicaron sus ideas) que defendía el uso irrestricto de los bienes en cuestión, mientras que, por otro lado, estaban los que se quejaban por el pago de altos impuestos y bienes de pésima calidad que “provee” el Estado y que llevan a buscar bienes alternativos en el sector privado (pagando así dos veces por el mismo bien).

En principio, el debate parece bastante antipático, ya que, si uno tiene en cuenta que sólo el 2,38% de la población es descendiente de los pueblos originarios, ello implica que el país se ha poblado con la llegada de inmigrantes. Es más, el propio Preámbulo de la Constitución Nacional es una invitación a formar parte del país (“para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”), por lo que la queja va contra nuestra propia Carta Magna. Esto es, quejarse luce tremendamente ingrato y contrario a derecho.

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Sin embargo, lo que nadie percibía era que el problema de fondo es la existencia del Estado del Bienestar. Es más, esta situación fue abordada en el pasado por el propio Milton Friedman, quien pertenecía a una familia polaca que buscando nuevos horizontes se instaló en los Estados Unidos. En este sentido, el propio Friedman, liberal e hijo de inmigrantes, señalaba que la inmigración debería ser libre si no existe Estado del Bienestar y que más bien el mismo se instaura, se abre la posibilidad de que aparezcan los free riders extranjeros que utilizan los bienes provistos por el Estado sin arancel, mientras que la cuenta es pagada por los ciudadanos domésticos (al margen de la congestión en el uso que deteriora la calidad de los bienes en cuestión).

Por lo tanto, si queremos fronteras abiertas deberíamos eliminar al Estado del Bienestar o si queremos mantener al Estado del Bienestar deberíamos cerrar las fronteras. Obviamente cuando se redactó la Constitución de 1853/60 no existía Estado de Bienestar, la frontera era abierta y para 1895 éramos el país con mayor PIB per-cápita del mundo. Después el país a fines de la década del ’20 torció su destino, instauró el Estado de Bienestar y se subió al tren de la justicia social cuyo destino final es la barbarie.

Desafortunadamente, la discusión no sólo quedó empantanada respecto al rol nefasto del Estado del Bienestar, sino que uno de los defensores de la posición “progresista” remató con una frase típica del buenismo socialista que es la base del hundimiento en la miseria del país. Concretamente, en un tramo del debate, el politólogo (radical: K, de izquierda y alfonsinista) Leandro Santoro frente a la fatiga tributaria que no soporta mayor Estado del Bienestar señala: “te quiero ver qué haces con una nena boliviana que tiene cáncer y que viene a la puerta del Garrahan. ¿Qué haces? ¿La dejas morir?... ¿Para vos las cuentas públicas son un Excel? Detrás de éstas decisiones hay gente de carne y hueso. Yo vivo a pocas cuadras del Garrahan. Cada vez que ves una familia desesperada porque tiene que hacer un trasplante, porque tiene una enfermedad difícil tenés que ser muy hijo de puta para decir - ¡Che! Por favor busquemos el equilibrio fiscal - y no preocuparte por las personas de carne y hueso.

 

En primer lugar, lo primero que se puede señalar ante tan barato, sensiblero y demagogo argumento es que Santoro plantea en principio un falso dilema. En un estudio reciente del BID se demostró que Argentina tiene una ineficiencia técnica del gasto público de 7,2% del PIB cuando el promedio de la región es 4,4%, al tiempo que en un eufemístico rubro denominado filtraciones el país se ubica en torno a 5% del PIB. Por lo tanto, no sólo que se podría atender a la nena del ejemplo sino también hacer un drástico recorte del déficit fiscal. Eso sí, perderían los delincuentes de la política que usan a los pobres para proteger sus privilegios de casta, por ende, uno debería preguntarle a Santoro si él está a favor de permitir semejante estafa política en el gasto público.

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En segundo lugar, si bien el argumento anterior es más que suficiente para que bese la lona luego de un tremendo manporro a lo Mike Tyson, sería deshonesto intelectualmente esquivar el punto frente a un caso donde el gasto público fuera eficiente y no hubiera robo de los políticos. En ese sentido resulta esclarecedora la frase de Thomas Sowell que señala: “la primera lección de economía es que no hay de todo para todos, mientras que la primera lección de la política es ignorar la primera lección de economía”. Esto es, la frase del politólogo ignora la restricción presupuestaria y que el gasto debe ser financiado de algún modo.

A la luz de ello, supongamos que el mayor gasto público se financia con emisión de dinero. Así, al aumentar la oferta de dinero sin contrapartida de demanda, el poder adquisitivo del dinero caerá, haciendo que todos los bienes expresados en unidades monetarias (precios monetarios) suban, esto es inflación, la cual no sólo representa una estafa, sino que además es un impuesto no legislado. A su vez, ese dinero genera una redistribución del ingreso que favorece a los políticos que reciben primero el dinero y perjudica a los trabajadores que son los que lo reciben en último lugar. Además, dicha redistribución del ingreso que afecta al ahorro, reasigna la producción presente y futura mientras genera una estructura productiva desequilibrada que a la postre terminará provocando una crisis. De hecho, es lo que hizo Argentina en 108 de los últimos 118 años y así de ser el país más rico del mundo pasamos al puesto 65 y en caída libre. Es más, esta pasión por gastar de Santoro violando la restricción de presupuesto puede estar ligada a su admiración a Raúl Alfonsín quien huyó de su gobierno en medio de una hiperinflación.

La otra forma de financiarlo sería con endeudamiento. De más está decir que el país ha hecho uso y abuso de dicha fuente, ya que un país no se convierte en el máximo defaulteador serial de la historia reciente sin antes tomar deuda, la cual se toma como consecuencia del déficit fiscal. Aun así, vale la pena señalar el aspecto inmoral de la deuda ya que ésta significa que mientras la generación presente “disfruta” del gasto público, la cuenta será pagada por las generaciones futuras con una expropiación del fruto de su trabajo. La imagen sería como la de un padre de un chico que le roba el dinero del recreo a los compañeritos de su hijo para irse de copas con sus amigotes nocturnos. Imagínese la crueldad que significa estar robándole el fruto de su trabajo (vía impuestos) a seres que aún no votan y/o aún no han nacido.

Finalmente, agotados esos recursos tan crueles aparece el cobro de impuestos. Así, en primer lugar, debería estar claro que para satisfacer las preferencias de Santoro que tanto sufre cuando pasa por el Garrahan habrá que quitarle por la fuerza (robo, llámese también impuesto) el fruto del trabajo a otra persona. En la línea de su ejemplo sentimentaloide podríamos decir que hay un matrimonio que con mucho esfuerzo ha logrado generar los ingresos suficientes como para financiar el tratamiento contra el cáncer de su hija en una clínica privada con una amplia historia de resultados excelentes. Sin embargo, los campeones de la justicia social creen que es injusto que ese matrimonio genere tanto ingreso y le sacan vía impuestos justo el monto del tratamiento. Así, Santoro ha decidido que la primera chica viva y la segunda muera pese al esfuerzo de sus padres. Lo peor de todo no es lo aberrante de la situación donde a una familia se la roba condenando a la muerte a su hija, sino que a la luz de las porosas manos de los políticos el dinero que llegará no alcanzará para el tratamiento de la primera de las niñas, por lo que con la lógica de Santoro ahora al robo lo siguen no una muerte sino dos. Obviamente que los progresistas dirán que es un caso extremo y que la idea es sacarle a los que más tienen.

Sin embargo, ahora la pregunta es ¿debe un político obligar a otras personas a pagar las cuentas derivadas de sus preferencias? ¿Acaso los bienes que él prefiere son moralmente superiores a los que la gente elige por su propia voluntad? ¿La diferencia en los valores morales da derecho al político a robarse el fruto del trabajo ajeno? ¿Acaso hay personas que tienen más derechos que otras? Y en última instancia, si Santoro está tan pero tan compungido por la nena boliviana, nada le prohíbe que le regale a la familia el dinero del tratamiento. Tal como señalaba Murray Newton Rothbard, es increíble el nivel de caridad que puede llegar a mostrar el ser humano cuando la cuenta la paga otro.

En definitiva, como siempre pasa con los progresistas y sus buenas intenciones, los resultados son opuestos a los que buscaban. Así, las nobles intenciones de salvar la vida de los niños terminan condenando a más niños a la muerte, los planes para erradicar la pobreza generan más pobreza, los planes de protección de empleo generan más desempleo y en los planes de controles de precios para combatir a la inflación no sólo generan más inflación y escases, sino que además conducen a uso de poderes extralegales sobre los ciudadanos. Por lo tanto, si la verdadera intención es que Argentina salga del infierno de decadencia en el que está metido desde hace 90 años, debemos borrar la primera lección de la política y volver al orden liberal que en 35 años nos hizo dejar atrás la barbarie para ser el país más rico del mundo.

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