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Culpa, vergüenza y miedo en la pandemia

Culpa, vergüenza y miedo: Las tres emociones preponderantes que atraviesan a millones de personas en todo el mundo. Basta con caminar por las calles y ver la mirada esquiva de los transeúntes o entrar a un supermercado y notar los cuerpos ladeados de perfil al cruzarse en las góndolas como si quisieran negar la presencia del otro.

¿Culpa por estar en un entorno social en plena cuarentena? ¿Vergüenza porque en muchos casos la salida o trámite que se está realizando no es indispensable? ¿Miedo a ser víctima del contagio y aislamiento más riguroso? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el cuerpo expresa con precisión estas emociones, que se están cristalizando como códigos comunicacionales principales, convirtiéndose en la centralidad de nuestro lenguaje corporal. El miedo, en cualquiera de sus intensidades, es la emoción más contagiosa. Se propaga con repercusión viral a una velocidad mayor que la pandemia por COVID-19. Se refleja en el rostro con dos contracciones musculares llamadas unidades de acción en el gran nomenclador de la Comunicación No Verbal diseñado por Paul Ekman y Wallace Friesen: tensión de los párpados (UA 5) y comisuras retraídas horizontalmente hacia los costados (UA 20). El barbijo o tapabocas impide registrar las comisuras retraídas. Sin embargo, los ojos dan cuenta de la presencia del miedo si observamos con atención.

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El contacto visual en el espacio público ha ido mermando casi hasta desaparecer a medida que la pandemia se fue apropiando de nosotros al ritmo que las distancias sociales se han ido profundizando con una clara tendencia a la naturalización. ¿Quedarán secuelas en nuestros comportamientos? ¿Cuándo en el futuro, el tapabocas ya no sea necesario, nos quedará el barbijo del miedo en nuestra piel? ¿Incorporaremos, como parte de nuestro comportamiento, la “habilidad” de evitar abrazos y apretones de manos? ¿O recuperaremos esa “vieja normalidad” tan anhelada de la que no éramos plenamente conscientes?

Mientras buscamos respuestas a estos interrogantes solo nos queda comunicarnos como en un plan de emergencia detrás de nuestro barbijo, con algún guiño sutil para buscar complicidades, ensayar sonrisas con nuestros ojos o dándole mayor protagonismo a nuestras extremidades enfatizando movimientos kinésicos que puedan ser comprendidos por nuestros interlocutores.

Sea cual fuera la normalidad que nos aguarda en el futuro y podamos tallar en este presente por ahora sombrío, nos queda confiar en nuestro lenguaje corporal porque, como siempre decimos en nuestro laboratorio, nuestro cuerpo no sabe mentir.

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