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Darío Torrens, fama, drogas y alcohol: ascenso en juventud, caída y nueva vida
Fue modelo y actor en los '90. Hoy, recuperado, cuenta su historia.
POR REDACCIÓN
“Le juré a mi hijo que nunca más voy a tocar una gota de alcohol. Cuando se lo juré, lloraba. Muchas veces estuve ausente por culpa de mi enfermedad y hoy lloró de felicidad por haber dejado las drogas. Hoy estoy mejor así”, confiesa sin poder contener las lágrimas Darío Torrens, de 39 años. A simple vista, es un hombre común. Así se define él. Pero basta una amena charla con su persona para descubrir un mundo que lo llevó a codearse con la fama y el dinero, viajar por Europa y México, y terminar internado más de 20 veces por adicciones e incluso estar en el Servicio Penitenciario. En diálogo con DIARIO HUARPE contó su testimonio. Hoy en día lleva adelante una feria americana en Santa Lucía: La Bordeta.
La vida de Darío estuvo signada por la suerte primero conoció el cielo, antes de conocer el infierno. Nació en San Juan, y a los nueve meses de nacido, la familia decidió radicarse en el barrio porteño de Almagro. Allí transcurriría su infancia. Las circunstancias de la vida, así como sus atributos físicos, le valdrían para conseguir trabajo como modelo en la agencia de “Elenquitos”, en el año 1993.
“En el año 1998 llamó a mi casa Pancho Dotto. La que atendió fue mi mamá y creyó que era mi tío Daniel haciendo una broma. Así empecé a trabajar para varias marcas de ropa como modelo”, cuenta Darío. Por aquel entonces, Luis Francisco Dotto, conocido popularmente como “Pancho”, era un personaje mediático y dueño de una de las agencias de modelaje más famosas de la Argentina: Dotto Models. Por ella pasaron cientos de chicas y chicos, como las modelos Nicole Neumann, Araceli González…y Darío Torrens.
“Empecé a hacer publicidades para una marca conocida de Buenos Aires con la agencia de Pancho. Viajábamos por todas las provincias haciendo ‘scouting’ (búsqueda de modelos) y conocí un montón de gente muy linda y exitosa. Fue divertido”, recuerda mientras toma mate, uno de sus más fieles compañeros.
“En ese año me vio el productor de Calientes, una novela de Pol-ka. Uno de los productores se vestía con una de las marcas que promocionaba y me ofreció trabajar como actor. Nunca hice casting”, dijo. La novela se emitió en el año 2000 por Canal Trece hasta su salida del aire, donde Darío interpretó al personaje de “Damián”.
Luego llegó otro éxito, pero de la mano de Cris Morena en Telefe: Chiquititas. “Me llamó Cris Morena para hacer un papel en Chiquititas. Trabajé como “Alejo” en más de 20 capítulos”.
Corría el año 2001 y ya era mayor de edad. La Ciudad de Buenos Aires estaba empapelada con su rostro, modelaba jeans, trajes y cualquier prenda que se vendiera. Y así llegaron los lujos y las pérdidas.
La caída
“Mi primer vicio fue el juego. Ganaba U$S2.000 en esa época con el uno a uno solo por ir a hacer presencia en los boliches. De ahí me iba al casino y gastaba todo”, admite. Y recuerda: “Nunca me lo tomé profesionalmente. Me pagaban por ir y sólo estar una hora. Después salía y la gastaba toda”. Fue por esta época donde conoció a su primera novia, de la que conserva un recuerdo: una estatuilla traída de Disney por ella con la leyenda “Best Boyfriend” (Mejor novio en inglés).
Torrens afirma que estuvo en pareja con Celeste Cid. "Yo era muy tímido y no me gustaba firmar autógrafos. Por aquel entonces ya era adicto al juego y nos regalaban el alcohol sólo por ir a hacer presencias para mí y mis amigos”, dice nostálgico. Su relación con Cid terminó y en ese año decidió escapar de la crisis y probar suerte en el norte: México. En el país azteca tendría sus primeros pasos con las drogas.
“En México trabajé de modelo en todo tipo de marcas grandes y como actor en videos musicales. Allí también empecé a probar las drogas. Probé de todo. Recuerdo que tenía las ganancias de un año de trabajo y pensaba volver, pero un amigo me llamó desde Playa del Carmen y me fui para allá. En cuatro meses la gasté toda y con mi novia de ese momento, que había ido hasta allá, tuve volver a la capital de México (DF) y trabajar un año para recuperarla”.
Cocaína, marihuana, alcohol, y, ya en Argentina, pasta base y hasta paco. La noche y las drogas se habían convertido en su estilo de vida. “Empecé con delirios. Pasaba días sin dormir. Recuerdo que el fin de mi carrera profesional fue cuando tuve mi primer delirio el 5 de mayo de 2005. El 5/5/05. Todo terminó”. En 2004 regresó a la Argentina y lo internaron en Gradiva, la conocida clínica para tratar adicciones ubicada en Buenos Aires. “Estaba todo el día medicado. Era horrible. Engordé mucho y estuve un año ahí. A la semana de salir, tuve una recaída”, cuenta sin miedo a las críticas. En 2007, y por pedido de su padre, viajó a Mendoza aún con el fantasma de las adicciones sobre él a trabajar en un emprendimiento de frutas y verduras.
El 3 de diciembre de aquel año regresó a San Juan para el cumpleaños de su abuela y empezó a estudiar psicología. En esa época conoce a quien será su pareja y madre de su hijo, nacido en 2011. Con un trastorno bipolar ya diagnosticado y recibiendo tratamiento, continuó luchando contra la abstinencia y el consumo de drogas. Pero durante la Semana Santa del 2013, su vida dio un nuevo giro.
“Ingresé al penal de Chimbas en el 2013. La pasé mal adentro y me pegaban mucho. Pase de estar en la cima, a estar en el penal”, reconoció. Pero hace un balance: “Uno sabe lo que hizo bien y mal y sigue aprendiendo. Se aprende a estar bien y mal. A no volver a cometer el mismo error”, dice sobre su época allí.
En total, son 22 internaciones médicas y por adicciones las que tuvo en su vida. Ahora, hace dos años y medio que no toca siquiera una gota de alcohol. Apenas tres meses después de su salida del Servicio Penitenciario, comenzó con el proyecto en el que hoy gira su vida: la feria americana La Bordeta.
Nueva vida
“La Bordeta nació cuando dos amigos de Buenos Aires me visitaron cuando salí del penal. Ellos tienen fábricas de ropa y me enviaron el remanente no entregado: 2.000 prendas para vender de las que vendía mitad de una marca y mitad de otra. Con $1.200 prestados por mi vieja pinté el garaje y de a poco lo fui arreglando. Por aquel entonces las ferias americanas no eran famosas”, dice en su negocio recorriendo las prendas. A medida que fue creciendo, fue sumando mercadería y acondicionando el lugar.
Hoy, su vida no está en los reflectores que alguna vez lo alumbraron, las avenidas porteñas que vigiló desde las carteleras con diferentes disfraces, ni los grandes nombres que lo rodearon y con los que alguna vez se codeó: hoy su vida está en poder seguir alejado de las adicciones.
“Lo que hice, lo hice porque no me quería. Tuve una fuerte depresión y hasta quería suicidarme. Tuve un tratamiento muy largo para dejar las drogas y el alcohol. Hoy prefiero vivir la vida de forma natural. Le digo a quien este en la misma situación, que se quiera y que se puede salir”, dice con la voz entrecortada.
Hoy, La Bordeta, que lleva el nombre de un lugar de España que sus amigos le recomendaron, funciona en la avenida Hipólito Yrigoyen, a metros de Gorriti, frente a la Plaza de Santa Lucía. En su feria americana, atendida por él, la ropa permanece en las perchas y ya no es él quien la viste, sino sus clientes.
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