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Del dedo acusador a la mano misericordiosa

"En este tiempo de cuaresma todos recibimos el llamado a reconocernos pecadores", dijo Lozano.

Solemos ser muy rápidos para juzgar a otros, y a la vez lentos para reconocer los propios errores. Para los demás no encontramos —porque no buscamos— situaciones que ayuden a comprender faltas o equivocaciones; en cambio cuando se trata de cada uno enseguida exponemos justificaciones y razones para las actitudes más cuestionables.

En este tiempo de cuaresma todos recibimos el llamado a reconocernos pecadores. En el inicio de este camino cuaresmal las cenizas fueron impuestas sobre todos; no se excluyeron de la fila catequistas, obispos, sacerdotes…

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Todos estamos llamados a la conversión personal y comunitaria. Así nos enseña Jesús en el Evangelio que se proclama en las misas de este domingo (San Juan 8, 1-11), que nos relata el episodio en que escribas y fariseos traen delante de Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Solicitan una decisión del Maestro que permita condenarla y apedrearla hasta morir.

La actitud de Jesús lleva a no levantar el dedo desde posturas puritanas o dualistas. Todos estamos en camino. La mirada rígida e inclemente es muy distinta de la que se hace cargo, y recibe a la persona como viene. El Papa Francisco nos enseña que “hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día”. Por eso es importante reconocer que “un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades” (EG 44). He conocido jóvenes y adultos en recuperación de adicciones que hacen grandes esfuerzos por celebrar la fe sin entender casi nada, y en cambio quienes conocen intelectualmente lo que pasa en la Misa, se desentienden y no participan.

Debemos acercarnos con delicadeza y valorar el fervor de los supuestamente alejados, en contraste con la tibieza de los aparentemente cercanos. La delicada caridad en unos y la vergonzosa indiferencia en otros.

Jesús nos libera de estar aferrados a una norma que esclaviza. Él nos cuestiona junto a los escribas y fariseos de su tiempo. Es un mensaje verdaderamente revolucionario. No les devuelve el dedo acusador, sino que tiende la mano de la misericordia.

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“Dejar caer la piedra” es un primer paso a la conversión, es reconocer que no hay tanta diferencia ante la mujer en su condición pecadora.

Otros, en cambio, se van porque no hay juicio, “no hay nada que hacer”.

En cambio, Jesús se queda porque hay futuro, hay misericordia, hay amor. Y siempre el amor abre caminos muchas veces impensados.

El último domingo de la Cuaresma nos llama a convertirnos. Decidite, si todavía no lo hiciste, y acercate a la confesión. Eso de verdad le alegra al Padre.

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