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El Absurdo que duele

El “No entiendo”, cuando hemos puesto en palabras, la confusión de nuestra situación en lo público, el fastidio, el cansancio, el hartazgo. Porque lo que sucede y lo que nos sucede en lo público nos excluye de la racionalidad, con la que tenemos que construir Sentido a nuestra cotidianeidad. El “no entiendo”, al escuchar los discursos y las promesas de los políticos que gobiernan. ¿Será porque a los discursos se los escribe otro y las promesas solo son “válidas” en el dominio del dogma religioso, ya que son solidarias con la “esperanza”, que es un artificio que fuga de lo humano? 
El “No entiendo”, con una expresión similar a una reflexión, con una expresión que no emite un reclamo, sino que se asimila a un repaso con el pensamiento, a un repaso de lo que hicimos en esa situación que nos puso la relación con el Estado.
Ese “no entiendo” es el absurdo que duele.

“No entiendo”, con paciencia, repetido, consciente y puesto en palabras para aliviarnos e ir a otro y a otro y a otros “no entiendo”.

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Sísifo, condenado por los dioses sube la pesada roca a la cima del monte, que enseguida rueda al llano, él baja paciente, consciente y vuelve a empujar la roca hacia arriba…….

El hombre y la mujer, en la hechura de su camino, frente al Estado.
Lo absurdo es que el individuo, sienta “no entiendo”, aunque no lo exclame. El individuo adentro de su cotidianeidad, en ese lugar que le pertenece, y siente “no entiendo”

Dice Albert Camus que lo Absurdo no está en el individuo ni en el mundo, sino en su presencia común.
En mi concepto, el hombre y la mujer construyen su mundo histórico y hablante, con una praxis adentro del sistema de convivencia (capitalismo donde el individuo es obnubilado por el pensamiento calculador) El hombre y la mujer, en esa construcción, es puesto frente al sistema, y en esa relación, en el vínculo está el absurdo……. Un absurdo que duele. 

La “presencia común” entre el hombre y la mujer con “lo que debe ser”, que es: lo que no le perturbe la producción de su Subjetividad, lo que no le niegue la Tranquilidad como propiedad social que es, que no le dañe la dignidad ni le perturbe la construcción de sus Sujetos: Cognoscente, Deseante y Productivo. Producir igual a Crear. El Sujeto Social debe Conocer, Amar y Crear.

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Para Camus, la sensación de absurdidad no nace del simple examen de un hecho o de una impresión, sino que surge de la comparación entre un estado de hecho y cierta realidad, entre una acción y el mundo que la supera. Lo absurdo es esencialmente un divorcio.
Nace de su confrontación.

Para mí, “la esperanza” es un objeto de lo absurdo, como lo es la nominación de “sentido común”, que recurrentemente nombran, no sé a qué.

Nuestro tránsito en este sistema de convivencia, está repleto de Absurdo. Y es peor aquel “absurdo que duele”. En el norte del país mueren niños por desnutrición. Aparece la noticia en los diarios, como una traducción infame del “no entiendo”. En las ciudades hay hombres y mujeres que duermen en las calles. Hombres y mujeres excluidos de la construcción del escenario de la cultura, esto es excluido de su proceso de humanización, esto es: hombres y mujeres sin trabajo. Y hombres y mujeres a los que el Estado, en un estado de gracia, les da una limosna, con nombre o trámite en armonía con la modernidad. Una limosna de mierda, que le denominan “subsidio” y como son muchos, y sería una figura que profundizaría el absurdo, una larguísima fila de indigentes con la mano haciendo un cuenco con la concavidad hacia el cielo, como lo recomienda la bondad de la iglesia, para que les pongan las monedas, han “bancarizado” la dádiva y les dan una tarjeta de plástico, como un remedo grotesco, de las que usan los ricos funcionarios del sistema.

Aquí hay “un divorcio”.   Aquí hay exclusión infame de hombres y mujeres, que no pueden sostener su alimentación y su abrigo, porque “no hay” trabajo. Y ese “no hay”, como si fuese un acaecimiento, un suceder que no tiene responsables. Como si no hubiese los que acumulan y explotan. Este es un “absurdo que duele”. Y lo que se hace consciente es el dolor de la humillación.
Seguramente, que cada día que amanece estos hombres y mujeres excluidos de la construcción de su mundo, no se mueven con la paciencia que baja del monte Sísifo a empujar la roca.

Para Albert Camus, Un mundo que se puede explicar hasta con malas razones, es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado de ilusiones y de luces el hombre se siente extraños. Para él, es un exilio sin remedio, pues está privado de la expectativa de una tierra prometida. Ese divorcio entre el hombre y su Vida, entre el actor y su decoración, es propiamente el sentimiento de lo absurdo. 

Yo digo, que ese mundo cotidiano de la desgracia y la exclusión, que parece familiar, lo explican y con malas razones, los políticos que “gobiernan”. 

La escasez de alimento y de abrigo, aunque sea diaria, no conforma “un mundo familiar”. 

Y este exilio de los infelices de este sistema de convivencia, si tiene “remedio”. 

Si todos, escuchamos de todos “no entiendo”, referido a la cotidianeidad, sería el comienzo de la sanación de la Sociabilidad. Cada uno estaríamos yendo del Inconsciente al Consciente, con un “por qué” reprimido por la enajenación. 

Con las últimas frases del “no entiendo” estaremos afuera, recuperando lo público, comenzando por las calles y por las plazas.

Niños que mueren por desnutrición, hombres y mujeres que duermen en las calles, hombres y mujeres que revuelven la basura en la calle buscando comida, hombres y mujeres sin trabajo, una salud pública sin médicos ni remedios, una educación pública sin maestros ni bancos. Es la acumulación de un absurdo que duele. 

Esa exclusión es “un absurdo que duele”.

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