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Opinión > Columna

Primera compra

Ayer salí, por primera vez, a la ciudad a hacer una compra. Una sola compra, sin detalles, sin pretensiones. Bueno sin pretensiones con la moda ni el mercado, lo único que pretendía era volver rápido a mi casa. La casa……. es el único lugar que nos queda en el marco de seguridad que habíamos construido para habitar. Dicho de otra manera, el marco de seguridad que fuimos construyendo, en esta época inexplicable, con una única manera de manifestarse, está constreñido al perímetro del terreno de la casa.

Del otro lado de las medianeras han contratado la inteligencia de los Hombres. Los campos tienen escombros y antenas de “cinco G”. Hubo, hasta hace un tiempo, un dicho popular que decía “ahí estoy como en mi casa” o “ahí estarás como en tu casa”. Una frase que es la culminación de una necesidad de abrigo, una expresión que culmina en una verdad y en el mismo instante, en el mismo punto, se desmorona y nos confunde. Las calles y las esquinas de la ciudad me eran extrañas.

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Tuve la sensación que a la gente la envolvía un extrañamiento, cuando miraban y cuando se movían. Como si cada uno con los que me crucé en las veredas fuesen de muy lejos de esta ciudad. Tal vez un desconocimiento por los rostros tapados, por la proximidad de la amenaza…….de “una amenaza” sin cuerpo, sin forma, sin ruidos. O tal vez, con el cuerpo, con las formas y con el ruido del otro que se aproxima.

No había ningún juego con la soledad, no había vestigios de la simpatía. No había ningún juego de las simpatías. Que, según Foucault, esta es la cuarta forma de la semejanza. Dice Michel Foucault, que “la simpatía juega en estado libre en las profundidades del mundo. Recorre en un instante los más vastos espacios………..provoca los acercamientos más distantes”. Nada de eso había en las calles…….nada de acercamientos y sólo había lo distante. Y en lo distante estaban los movimientos de los hombres y de las mujeres que caminábamos sin Suelo. En las miradas estaba la ausencia de los gestos. Nadie necesitaba tiempo para los gestos. Estaban escritos en una hoja, pegada en las puertas de las tiendas. La ciudad era de lejos, de lo inesperado. Yo digo que nos movíamos sin Suelo, porque en lo cotidiano, “la normalidad” es nuestro Suelo. Y nos hemos quedado sin la normalidad que construimos entre tantos. Falta un tiempo para empezar de nuevo. Fui a hacer una compra mientras tanto, sin detalles, sin pretensiones…….mientras tanto. Sí, eso es…….como si “tanto” fuese, cuando el Sol esté puesto en el Cenit. Y entonces, las calles y las esquinas dejen de sernos extrañas.

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