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Opinión > Convivencia y cocuidado

Reencontrarse y aprender en otra escuela

Somos trampolín que eleva y red de seguridad que protege.” 

Experimentamos distancias y encierros que han modificado nuestras rutinas y hábitos. Un aislamiento prolongado que, en seres sociales como nos reconocemos los humanos, toma una especial relevancia. Hemos quedado sin poder frecuentar nuestros lugares de encuentro y sabemos que la aparente cercanía digital, no alcanza a sustituir la complejidad de esa afectividad que expresamos a través de palabras con gestos y enérgicos abrazos. 
Comprendemos el valor del necesario distanciamiento físico, sin embargo, no es bueno que éste se convierta también en social (OMS). Es imprescindible para nuestra salud mantenernos comunicados, ciberconviviendo sin importar las distancias, cuidándonos y sentir que otros están atentos a mi precariedad. 
En el caso de la educación como experiencia social y la escuela como ámbito para aprender juntos, habrá que analizar la complejidad de esta nueva situación que nos incumbe emprender. Sabemos que volveremos lentamente, con conductas aprendidas en estos meses de obligada cuarentena, sin contactos físicos y mucha asepsia. Así, el hábitat que reciba a estos estudiantes y docentes que han visto rota su normal convivencia, deberá ser rico en afectos, muy motivador y estratégicamente contenedor. 
Necesitamos esforzarnos para armonizar lo presencial junto al complemento virtual. Con un número reducido de alumnos, será momento de hacer rendir mejor el encuentro educativo, de atender a cada uno gestionando convenientemente tiempos y espacios. El retorno, que para muchos niños será una aventura, para los adultos ya es un gran desafío marcado por brechas tecnológicas, pedagógicas, de clima familiar y escolar, junto a mezquinos presupuestos. Deudas crónicas que la realidad agrava y no hace nada sencilla una nueva gestión.
Tenemos en este quiebre de la normalidad, la posibilidad de incluir aquellos aprendizajes que, sin tener la valoración que les corresponde, evidenciaron ser indispensables a la hora de diseñar tareas motivadoras para el hogar, como la música, la plástica, la actividad física. Del mismo modo, ocupa un lugar especial la dimensión afectiva. Hemos aprendido mucho en las últimas décadas sobre la inteligencia humana y el desarrollo de aquellas habilidades personales y sociales que reconocemos fundamentales para la vida con uno mismo, los otros y todo lo otro que nos rodea. El aislamiento prolongado está poniendo en evidencia la necesidad de incluir estos aprendizajes atravesados por la ética, siempre que deseemos continuar hablando de una educación que permita construir un proyecto de vida personal, social y ciudadano.
Recordemos aquello que la pedagogía, la psicología y más recientemente la neurociencia nos han enseñado y que no cambia ni es prudente modificar, pero evitemos regresar a la normalidad en aquello que reconocemos ya no funciona. Vamos hacia una formación con rasgos peculiares resultado de esta emergencia que nos toca gestionar, pero pensemos también en esas otras escuelas y universidades emergentes, esas que deberán estabilizarse, pospandemia, en un nuevo proyecto educativo.  
Esta fuerte sacudida, nos señala la necesidad de ser humildes aprendices y preparar a los estudiantes para un mundo imprevisible pero repleto de posibilidades. Aprendizajes vitales que, si no los proponemos a todos en la escuela, sencillamente se ofrecerán fuera de ella a unos pocos. 
La escuela, con o sin virus, debe continuar obrando el mundo que vendrá. El tiempo dirá si estuvimos a la altura del desafío, mientras tanto, en el nuevo proceso que emprendamos, seguramente volveremos a escuchar la antigua indicación de “tomen distancia”, claro que ya no será para organizar filas sino para cuidarnos, una “coinmunidad” (Sloterdijk) que deberemos aprender para que el bienestar alcance la vida de todos. 

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