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Cómo es vivir y estudiar en Bauchazeta, a 2.800 metros de altura

En la localidad de Bauchazeta, en medio de la cordillera iglesiana, se ubica la escuela Miguel Cané a la que asisten 11 alumnos. DIARIO HUARPE llegó al lugar para llevar donaciones y conocer la realidad de esta comunidad educativa.

17 de agosto de 2022

Eran las 9 de la mañana. Los fuertes rayos de sol hacían picar la piel. En medio de una montaña cubierta de verde, a lo lejos, se distinguía una construcción blanca junto a un enorme álamo en la que funciona la escuela Albergue Miguel Cané (H) de la localidad iglesiana de Bauchazeta.  

A este lugar se llega desde el ingreso a Bella Vista y desde allí hay que recorrer unos 30 kilómetros. Se debe transitar por la Ruta 412, como yendo para Calingasta. Al llegar a un acceso de tierra se dobla a la derecha y tras andar unos kilómetros, se ve a lo lejos una estación transformadora y justo enfrente se lee un cartel de madera con el nombre Bauchazeta.

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Se debe seguir por esta huella hasta llegar a la escuela que observa a la distancia. En el medio de este camino, los visitantes pueden ver un cartel vial que indica que se está cerca de una escuela enclavada en plena cordillera.

La camioneta de DIARIO HUARPE se estacionó junto al ingreso de la institución. Javier Ortiz, el director y único maestro de la escuela, salió sonriente al encuentro de las visitas.

“Los estábamos esperando, sabíamos que venían en camino porque desde lejos se ve la polvareda que levantan los vehículos”, dijo el docente mientras invitaba a ingresar a la que es su casa y su lugar de trabajo.

En el patio estaban los alumnos, un grupo de ocho niños de diferentes edades. Todos lucían impecables guardapolvos blancos y estaban formados con la debida distancia entre ellos.

El docente les presentó a los chicos a las visitas y tras algún intercambio de saludos, los niños volvieron a su formación impecable y todos se dispusieron a izar la bandera mientras entonaban Aurora.

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“Cuando vienen visitas, yo los invito para el acto de la bandera. Quiero que sientan lo mismo que sentimos nosotros de honrar a la Patria en un lugar como este”, aseguró Ortiz.

Tras el acto formal, los chicos comenzaron a mirar a los visitantes con gran curiosidad. Entonces los representantes de DIARIO HUARPE les explicaron que la empresa organiza cada año la campaña “Escribiendo Futuro”, con la que se busca ayudar a diferentes escuelas de la provincia.

Inmediatamente después todos colaboraron para trasladar las donaciones. En cuestión de minutos el comedor de la escuela estaba lleno de bolsas y cajas con regalos para los niños. En algunas bolsas sólo había ropa, en otras zapatillas a estrenar, cajas con mercaderías, revistas con actividades didácticas y un par de bolsas con juguetes.

Kiara y Nicole son las dos nenas más chiquitas de la escuela, entre ellas se repartieron los peluches, muñecas y bebotes. Los varones se quedaron con un Batman que desplegaba las alas y comenzaron a mirar la ropa calculando cuál le quedaría bien.

Mientras los chicos daban rienda suelta a su curiosidad, eran observados de cerca por Emilia Favaro y Germán Rojas, los dos celadores que se encargan de cuidar a los niños y conviven con ellos buena parte del mes.

“Estamos diez días en la escuela y descansamos cinco”, explicó Emilia, quien dijo que es difícil dejar a los suyos por tanto tiempo, aunque reconoció que en la escuela también es muy feliz porque los chicos ya son una parte importante de su vida.

“Esto funciona como una familia, convivimos buena parte de nuestra vida con estos niños, los queremos y cuidamos como si fueran nuestros”, aseguró Germán, sonriente mientras ayudaba a los niños a organizar las donaciones.

En medio de la alegría y la charla animada, surgió una pregunta típica en cualquier casa: “¿Qué comemos?”, dijo alguien. En ese momento entró a la habitación Manuel Mondaca, el portero y cocinero de la escuela.

Se trata de un hombre joven de gran porte, con sonrisa franca y siempre arremangado, listo para ayudar en lo que haga falta. Don Manuel, como le dicen los chicos, les dijo que iba a hacer tallarines y casi de inmediato comenzó a calentar agua y a preparar el tuco. 

Mientras tanto, los chicos se encargaron de ofrecer un improvisado tour por la que es su escuela y su casa en buena parte de su vida.  A este lugar se ingresa por la puerta de la cocina que comunica con un pasillo que lleva a los dormitorios de niñas y niños y los cuartos de los empleados.

Siguiendo por el mismo pasillo se llega al gran comedor, a metros está la oficina del director, el área de estudio y una surtida biblioteca. Todo el lugar de paredes blancas con combinaciones de verde claro.

Todo el recorrido fue captado por las cámaras de este diario mientras los chicos ofician de anfitriones. Luego llegó el momento de volar el drone. “Uy qué bueno, vamos a mirar”, aseguró Juancito, un pequeño morocho, delgado y con una mirada astuta que hace honor a su fama de ser el “más pícaro”.

Todos salieron al patio para ver cómo el drone capta imágenes de esta escuela enclavada en la cordillera sanjuanina. El director los acompañó y aprovechó para contar que tiene varios proyectos por concretar en la escuela, que tiene una hectárea de terreno en medio de la inmensidad de la montaña.

“Primero, quiero hacer el cierre perimetral para que las cabras no entren a la escuela”, aseguró risueño el educador. Luego agregó que sueña con tener unos juegos para los chicos, un parrillero y una pequeña huerta. En cuanto al edificio, quiere pintarlo por completo, ya que la pintura “tiene sus añitos”, según reconoció el docente.

A esta escuela asisten con regularidad 11 alumnos, de los cuales ocho estaban el día de la visita de este diario: eran Daniela, Lucía, Kiara, Nicole, Juan, Ángel, Jesús y Omar.

Durante la charla, todos contaron que les gusta mucho estar en la escuela y hasta reconocieron que la extrañan cuando no están allí. Ante la pregunta de qué hacen cuando no están estudiando, los chicos contaron que juegan al fútbol, ven televisión o usan la tablet. En verano algunas veces van al río.

“Es muy lindo estar acá, es muy tranquilo, en la noche se ven millones de estrellas y la luna brilla más que en ningún lado”, contó Oscar, quien quiere ser “constructor de casas”.  

Cuando el equipo de este diario se disponía a emprender el regreso, Germán recordó que todas las visitas tienen que cumplir con la tradición del Árbol de la Vida. Entonces el director explicó que una anterior directora bautizó con ese nombre al centenario álamo ubicado en el frente de escuela.

El docente agregó que la escuela cuenta con un cuaderno en honor a este histórico árbol. Allí todos los visitantes dejan un mensaje para la escuela, luego toman una de las cintas de colores que hay dentro del libro y la atan a una de las ramas del árbol.

Hay decenas de cintas que se mecen al ritmo del casi constante viento que hay en la montaña. “Para nosotros es muy importante este árbol porque cada cinta es un mensaje de afecto para la escuela y sus chicos”, concluyó Javier, antes del apretón de manos que selló la despedida.

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