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Provinciales > Penal de Chimbas

Las madres y las esposas de los presos cuentan lo mucho que sufren el aislamiento

Las visitas están suspendidas y solo pueden llevarle alimentos los jueves. 

15 de mayo de 2020

Es jueves en la mañana y en las 3 entradas al Penal de Chimbas hay personas esperando con una caja de alimentos. Hacen fila con una distancia entre ellas de casi un metro. Entre los que esperan, está Vanesa Carbajal que le lleva comida a su esposo Juan José Moreno que está alojado en el pabellón 5 del sector 4.

Vanesa llegó a las 9, esperó más de 1 hora y todavía no la atienden: “Somos mujeres de delincuentes y nuestra palabra no vale, al igual que nuestro tiempo”, le dice a DIARIO HUARPE

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Para ella ese precepto no fue una carga porque no siente vergüenza, pero cree que no tienen autoridad para reprochar nada de lo que le dicen.

“Nosotros tenemos que venir acá y agachar la cabeza. Cuando los policías están de mala onda nos tratan mal y hace que nos demoremos banda. Algunas veces nos callamos, pero otras hacemos alto bardo”, cuenta.

A Juan lo condenaron a 6 años por desacato a la autoridad en un contexto de tiroteo con la policía, aunque Vanesa asegura que nunca se le detectó parafina. Lleva 4 años en el sector de Máxima Seguridad y hace más de 50 días que no ve a su familia.

Aunque no lo vea físicamente, cuenta que los jueves es el único momento en el que puede estar más conectada con él por medio de la comida.  

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“Lo extraño. No pude escucharle ni siquiera la voz en todo este tiempo. Hay celulares, pero los dueños se ponen en ortiva y no lo prestan”, dice.

Vanesa se la rebusca para armar la caja de alimentos. Tiene 3 hijos de 11, 7 y 2 años. Al último dice que lo “hizo” y “parió” en el Penal. Vive en Chimbas y solamente cobra una pensión de viudez de su primer marido. El último mes tuvo que pagar $7.200 en servicios.

A principio de año, Vanesa pidió el beneficio de la libertad condicional. Dice que su marido cumplió con las 2/3 partes de la condena y tiene buena conducta adentro del penal. Juan trabaja haciendo fajinas: limpia el pabellón y los baños. Vanesa comenta que su peculio es bajo: gana $500 por mes.

“Es una miseria, pero le ayuda para la conducta. Solo puede salir si un empleador lo contrata. Él era maquinistas, pero en estos 4 años estuvo muerto para la sociedad”, cuenta.

Vanesa Carbajal antes de entrar. Foto: Sergio Leiva/DIARIO HUARPE.

Vanesa sostiene que antes de la cuarentena le era difícil entrar al penal: “Ellos me verdugueaban porque tengo una mancha en la entrepierna y pensaban que llevaba droga. Pero eso me pasó porque se me reventó la trompa de falopio. Me hacían bardo, pero todo se solucionó cuando les mostré los estudios”, dice.

Sobre las visitas íntimas, Vanesa comenta que desde que empezó el aislamiento no tuvo relaciones: “Tienen que tener un poco de consideración”, expresa. A ella le gustaría, por lo menos, hacer videollamadas con Juan.   

En la misma fila un poco más adelante está Mónica Barreto. Tiene una caja repleta de comida destinada a su esposo Eduardo Espejo. Hace 3 meses que está detenido en el pabellón 9 del penal. Está procesado. Sobre él pesaba una prohibición para circular, pero en un control policial lo encontraron manejando. Según la Justicia tenía documentación de dudosa procedencia. 

Al igual que Vanesa, Mónica hace 2 meses que no puede verlo. En plena cuarentena, pidió la prisión domiciliaria porque su marido tiene cáncer de colon. Ella tenía miedo que le pudiese pasar algo relacionado con el coronavirus.

“Estoy mal. Él es el único sostén en mi familia. Traerle comida al penal es como mantener 2 casas”, dice.

Mónica vive en Santa Lucía y tiene 6 hijos: uno se lo dieron a cargo y ahora tiene 18 años. Sus 3 hijos mayores están casados, mientras que los otros 3 siguen viviendo con ella. Cobra una sola asignación por su hija de 10 años.

“Soy grande y respeto a los policías, pero ellos no tienen respeto por las otras personas”, dice.

Asegura que las requisas de los alimentos son muy exhaustivas. La yerba la pasan a una bolsa transparente para controlar que no tenga droga. Mónica afirma que los policías le parten las frutas y verduras para ver si tienen algo adentro. Algunas semanas rechazan el arroz y otras, como en esta oportunidad, las manzanas.

Algunas mujeres aprovechan y antes de entrar compran lo que les falta. Foto: Sergio Leiva/DIARIO HUARPE.

A punto de entrar a la garita de control está Fabiana Brizuela. Mira a los periodistas y no quiere perderse la charla con este medio. Tiene 8 hijos. Uno de ellos tiene 21 años y hace 1 que está preso por homicidio.

“Es muy duro ser mamá y no poder ver a tu hijo durante 2 meses. Tengo miedo por todo lo que está sucediendo con esta pandemia”, cuenta.

Fabiana iba con sus hijos a visitarlo todos los domingos, pero eso se suspendió desde el 20 de marzo.

“Me sentí mal cuando me enteré del motín de hace dos semanas atrás. Pensé que mi hijo podía estar en peligro. Tienen que agilizar las visitas. Somos personas y extrañamos darles un abrazo a nuestros seres queridos", dice con los ojos brillosos.   

-¡Brizuela!, grita una policía desde la puerta.

Fabiana se despide de los periodistas y entra a la garita para que le controlen la mercadería. Por miedo a que se la rechacen, sobre un banco dejó las manzanas.

Fabiana acomoda la mercadería antes de entrar. Foto: Sergio Leiva/DIARIO HUARPE.

Dato

El juez de Ejecución Penal, Alberto Caballero, contó a DIARIO HUARPE que las visitas de los familiares a los presos quedaron suspendidas, en principio, hasta el 24 de mayo. De acuerdo a las condiciones de la pandemia, evaluarán si las prorrogan.  

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