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Opinión

Me quedo con ustedes

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

Cuando queremos mucho a alguien sentimos su presencia incluso durante su ausencia. La memoria por los momentos fuertes compartidos, la evocación de las miradas; las caricias y gestos de ternura; cerramos los ojos y nos parece que la persona amada está ahí. También nos acerca a palpar la existencia cercana del otro, el deseo y anhelo del reencuentro.

La presencia de Jesús en mi vida (y la tuya), sin dejar de lado lo anterior, se reconoce con realidades de otro orden. Él forma parte de los recuerdos (dulces o amargos), pero es más que eso. Él es también parte de mis anhelos y deseos, pero es más que una promesa abierta o puramente futura. Él está presente. Como dice el Apocalipsis: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que vendrá, el todopoderoso” (Ap. 1, 8). 

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Es pasado, presente y futuro. Presencia permanente.

Durante la Última Cena, mientras Jesús se despedía de sus amigos y Apóstoles, les aseguró: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

Y para que no nos pensemos que quedamos solos sin saber cómo lograr esta experiencia nos asegura que “el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Jn 14, 26).

¡Qué gran consuelo! Esta presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una realidad en mi vida. Se percibe por la fe. No es una evidencia palpable para quien no cree en Dios. Como sabemos, la Pascua no es una mera evocación del pasado, sino una novedad siempre presente que obra en nosotros.

Alguno podrá pensar: ¿Por qué no es esto evidente para todo el mundo? ¿Por qué los creyentes a veces tenemos que soportar burlas, persecución, y en algunos lugares hasta el martirio?

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Este es el tiempo de la misión, de dar testimonio de la obra que hace Cristo Vivo en cada hombre y mujer de fe, en cada comunidad cristiana.

Es el tiempo de asumir el mandato y envío de Jesús Resucitado: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 19).

El Espíritu Santo que inspiró al autor sagrado, al evangelista, también nos ayuda hoy a interpretar la luz de la Palabra para los desafíos nuevos que nos presenta este tiempo.

No estamos solos.

Dentro de dos semanas tendremos la Fiesta del Espíritu Santo (llamada Pentecostés), y por eso las lecturas de la Biblia empleadas en las Misas nos van orientando hacia esa celebración.  

El viernes 24 de mayo se cumplieron 4 años de la publicación de la Encíclica Laudato Si’, “sobre el cuidado de la casa común”. Un texto elaborado por el Papa Francisco, habiendo recorrido un itinerario de consulta a científicos y líderes de diversas confesiones religiosas.

Un documento hermoso, pero que nos cuestiona en el modo de vivir que tenemos en el Planeta: consumismo, desperdicio, calentamiento global…

Nos pide Francisco “escuchar el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (LS 49).

La cuestión ambiental ya había sido encarada por el Magisterio de la Iglesia. San Juan Pablo II lo abordó en varias oportunidades, y Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in Veritate expresó que “la manera en que la humanidad trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí misma, y viceversa” (CiV 51). Y Francisco nos enseña que “para la tradición judío-cristiana, decir «creación» es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado” (LS 76).

Quiero sumarme también a las tantas expresiones de adhesión al médico Leandro Rodríguez Lastra. Salvó las dos vidas en grave riesgo de muerte y se le quiere aplicar una sanción, que además, sirva para “disciplinar” al resto del Personal de la Salud. Vale toda vida.

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