Cultura y Espectáculos > Lorena Vega
"El público", de Mariano Pensotti, es una película sobre el teatro y sus espectadores
POR REDACCIÓN
24 de enero de 2020
El dramaturgo y director teatral Mariano Pensotti fue el encargado de dar el puntapié inicial a la edición número 13 del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) con un experimento titulado El público, que trata sobre el teatro pero es una película. El festival, que inicia durante la temporada veraniega una serie de actividades públicas del Ministerio de Cultura porteño, abarca las actividades de teatro, danza y artes visuales y, es, además un semillero de experiencias en el que intervienen creadores locales y también visitantes. El público pone foco en esa multitud de rostros y expresiones que suelen interrogar a actores y toda clase de creadores de las artes escénicas, que observan misteriosamente a quienes la obra de Pensotti observa a su vez: es una masa que surge de la oscuridad de una sala y a la que el artista intenta seducir y dominar desde el escenario para ganarse sus noches. En la inauguración hubo tres proyecciones simultáneas en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín y en las salas 1 y 2 de El Cultural, sin que en principio los respectivos públicos tuvieran contacto entre sí- para luego confluir sobre la avenida Corrientes, a base de música en vivo y animadoras que guiaban a los grupos, para entrar finalmente a la sala superior del teatro Metropolitan, a tres cuadras de la manzana de origen. Ese peregrinar funcionó en sí mismo como una obra abierta en la que tanto los espectadores llanos como los intérpretes que habían aparecido en pantalla y también habían sido espectadores- pudieran mezclarse, comentar lo visto y apurarse para ver cómo finalizaba el asunto. El público está formada por once cortometrajes en apariencia autónomos pero que están protagonizados por personas que la noche anterior asistieron en los trágicos días de diciembre de 2001- a la representación de una obra; en ella, el punto es un imitador del entonces presidente Fernando de la Rúa que termina por sustituirlo en alguna presentación pública y del que cada cual da su versión. Esa mínima anécdota es contada por alguien en cada una de las microhistorias que forman el largometraje, en el que la cámara se entromete en vidas y acciones, en un inequívoco escenario porteño donde es imposible no identificar los lugares de la ciudad por los que se circula. El público es, además, una suerte de juego en el que el espectador en sí el de la película- puede ir encontrando entre la multitud de rostros a aquellos actores y actrices que le resultan familiares a cualquier frecuentador de las salas teatrales de Buenos Aires. Así, Luis Ziembrowski puede memorar frente a su hijo su participación en el espectáculo de La Organización Negra, en los años 80, mientras desarrollan rutinas de elongación en el ápice del Obelisco; Diego Velázquez seduce a un repartidor de comidas rápidas con la excusa de unas fotos en el Monumento a los Dos Congresos, y un joven aspirante a boxeador recorre las calles de una villa, posiblemente la de Retiro. Hay también muchos interiores filmados en lugares reales, como el hospital en que Juan Minujin visita a unos enfermos terminales, el local donde los inmigrantes orientales Min Chen e Ignacio Huang discuten sobre la conveniencia o no de enviar a su hijo a China, la sala del Centro Cultural de la Cooperación donde se imparte una escuela de espectadores, o la casa donde la directora Lorena Vega traza una inteligente venganza mientras rueda una película. También se identifica la galería de Cine Arte, en la que Walter Jakob y Pablo Seijo, entre otros, intervienen en un juego de rol mientras son testigos del maltrato policial a un trabajador africano, la Reserva Ecológica, en la que Pilar Gamboa y su novio o marido intentan dar sepultura a su perro muerto y, finalmente, el escenario del teatro Metropolitan, en el que las limpiadoras Gaby Ferrero y Silvia Villazur filosofan sobre la vida previo a que la cámara se vuelva hacia la platea y enfoque a los espectadores, que terminan viéndose a sí mismos. Todo tiene, además, un inevitable tinte político en el que la historia argentina de las últimas décadas se hace ver por cada rendija, del mismo modo que los personajes de ficción están inequívocamente marcados por esos hechos. El director Mariano Pensotti ya había incluido el cine como parte de sus obras teatrales: es el caso de Arde brillante en los bosques de la noche, que estrenó en 2017 en el Teatro Sarmiento y en la que sus actores se sentaban en primera fila para ver una película que los reflejaba en escenas muy jugadas. Allí, lo real se duplicaba. No es el único director argentino ni extranjero que utiliza esos artilugios para reforzar o modificar el hecho teatral; solo queda preguntarse hasta dónde sobre todo en la pieza de 2017- el material sigue siendo teatro, hasta dónde el intérprete de carne y hueso debe sacrificar su presencia frente a imágenes que terminan siendo autónomas. De todos modos El público no deja de ser una experiencia valiosa e intrépida sobre todo para una apertura- y podrá volver a verse en las tres pantallas citadas hoy viernes 24, el sábado 25, el domingo 26, el jueves 30, el viernes 31 de enero y el sábado 1 de febrero a las 17, y el martes 28 y el miércoles 29 a las 21.
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