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Provinciales > Terremoto del ‘44

A 76 años de la noche más larga de San Juan, una sobreviviente contó cómo la vivió

Sara Alaniz tenía 8 años cuando ocurrió la tragedia que dejó miles de víctimas, aún recuerda los temblores que duraron meses, los camiones que pasaban cargando fallecidos, las casas provisorias y los rezos de todos.

15 de enero de 2020

“Esa noche no durmió nadie porque era un movimiento detrás de otro”, recordó Sara Alaniz sobre el terremoto de 1944, el evento natural más destructivo de la historia del país. Ella tenía solo 8 años cuando ocurrió y aún recuerda cada detalle de lo que vivió: las noches en las que se acostaban vestidos y no dormían por la seguidilla de temblores que hubo, las filas de camiones que transportaban los cuerpos de las víctimas, las casillas de emergencia que repartieron y los rezos de los sanjuaninos que realizaron durante todo enero en procesiones.

El tiempo pasó pero la memoria de Sara sigue intacta, la noche del 15 de enero de 1944 marcó un antes y un después en su vida, aún a sus 84 años sigue estremeciéndose cada vez que tiembla. Los recuerdos están firmes ya que lo ocurrido ese día a las 20.52 fue “una cosa muy fea, muy dolorosa, muy triste”.

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El primer movimiento sísmico que fue el que destruyó la provincia fue de 7.4 grados y tuvo una profundidad de entre 11 y 16 km. En ese momento Sara estaba dentro de su casa junto a toda su familia, apenas comenzó a temblar ella corrió afuera del hogar, ubicada en calle Coronel Díaz y Alem, y se tomó de un árbol. “Me agarré del árbol y se me movía, ahí vino mi tío con mi abuela y yo me prendí a su pollera y me quedé”, contó.

Ese día estaba toda la familia en la vivienda ya que iban a festejar el cumpleaños de su tío, afortunadamente, todos sobrevivieron. Su hermano se levantó cuando comenzaron los movimientos y apenas logró salir, se cayó la pared, mientras que, su madre se quedó cerca de una galería y la misma cayó pero para el lado de la calle por lo que no le pasó nada. “Mi hermano mayor preguntó por ella y la fue a buscar entre medio de los adobes, estaba prendida a una planta”, comentó la sobreviviente.

Sara aún se acuerda el destino de quienes fueron sus vecinos en ese momento. A una joven de la zona se le cayó una pared en las piernas y se le quebraron, ella escuchó cada queja y llanto pero no podía moverse por el miedo. También, recordó a una mujer que vivía frente a su casa y que cuando comenzó a temblar estaba amasando pan en el fondo, no se quedó allí y decidió salir, al atravesar el zaguán la muerte la alcanzó.

Después del movimiento sísmico de minutos antes de las 21 llegaron las réplicas que fueron muy frecuentes durante los días siguientes y continuaron durante cerca de dos meses. “Cuando paró un poquito mis hermanos alcanzaron a sacar unas camas y ahí me pusieron a mí, ya no se veía nada, se apagaron las luces, no se podía respirar de la tierra”, recordó. Tras el terremoto llegó la lluvia por lo que la familia acostó a los menores en las camas y los tapó con un hule para que no se mojaran.

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“Esa noche fue terrible, el temblor seguía, seguía y seguía”, dijo Sara. Cuando comenzó a amanecer el 16 de enero vieron la ciudad destruida. Una de las imágenes que la marcó fue la una grieta que describe como “impresionante” que se hizo en calle Cortínez y Urquiza y de la cual brotaba “como agua caliente”, la misma la taparon escombros que trasladaron en una gran cantidad de carros.

Los días siguientes

Tras la tragedia, Sara y su familia se fueron a vivir a las inmediaciones del Parque de Mayo. “Nosotros estuvimos frente al Auditorio, yo siempre digo, `esta es mi casita en el tercer pilar´, ahí nos vinimos”. Allí no había nada pero entre toda la familia y con ayuda del abuelo principalmente, hicieron un techo provisorio con cañas y barro  que sacaron del principal espacio verde de la provincia. Desde ahí iban al baño del velódromo, lugar en el que vivieron cientos de familias con niños y que actualmente fue demolido para dar lugar a la ampliación del Parque, también, en ese espacio el Ejército les daba una comida al día y mercadería.

La postal más triste

Si hay una imagen que quedó marcada en la mente de Sara fue sin duda la de los camiones que circularon por calle Urquiza trasladando víctimas del terremoto. “Por ahí no se podía pasar porque pasaban camiones, camiones y camiones con gente muerta, eran piernas flacas, gordas, sin zapatos, con zapatos, venían uno casi atrás de otro, eso de los camiones fue lo más fuerte que vi”, contó. “De eso me llevo algo y lo aprendí del camión, que ahí no iban seleccionados, iban todos porque somos todos iguales”, añadió.

Mucha fe

Luego del terremoto, durante todas las noches de enero los sanjuaninos dieron la vuelta al velódromo en procesión. Con velas en la mano y mucha fe oraron: “Cristianos venid, cristianos llegad, adorad a Cristo, adorad a Cristo que está sobre el altar”, decía la estrofa que aún estremece a Sara cuando la escucha.

Las comunicaciones

“El único servicio de comunicación que quedó fue la LV1 por la potencia de la antena y algunos radioaficionados, no había comunicaciones por ningún lado”, contó Sara. Por este motivo, para poder enterarse de las noticias y de lo que iba ocurriendo en distintas partes de la provincia los sanjuaninos solían reunirse en la vereda de la persona que tenía la radio, algo que no era muy frecuente.

Las casas provisorias

Como los efectos del sismo fueron desastrosos, no solo por la magnitud del movimiento, sino porque en aquella época la edificación local era precaria y de adobe, la mayor parte de las familias sanjuaninas se quedó en la calle. Los Alaniz pasaron por varios lugares hasta que se establecieron con una casilla de emergencia en calle Alberdi y Santiago del Estero donde les prestaron un terreno.

“En febrero y marzo comenzaron a dar casillas perreras que tenían aleros que se levantaban, ahí nosotros vivimos como tres años, eran de cartón prensado con alquitrán”, relató Sara. Las mismas medían 2.80m por 3m así que en la que ellos estaban entraban dos camas, una mesita en el medio y un aparador chico.

Hubo día en el que cayó granizo y a la casa se le hicieron tres agujeros, Sara aún agradece que el fenómeno haya durado muy poco tiempo ya que, sino, se habrían quedado sin un techo. Los años pasaron y a los 15 la mujer comenzó a trabajar en una florería, ahorró cada uno de sus salarios y a los 17 pudo construir una pieza grande de adobe con una galería en la que vivió junto a su familia.

 

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