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Corbyn, un rebelde laborista que genera esperanza en la izquierda y desconfianza en su partido
POR REDACCIÓN
10 de diciembre de 2019
Jeremy Corbyn, un veterano socialista y eterno rebelde laboralista, sorprendió a aliados, rivales y prácticamente todos los británicos hace cuatro años cuando ganó la dirección del principal partido opositor del país y, desde entonces, ha despertado las esperanzas de miles de votantes de izquierda y desilusionados con la tradicional socialdemocracia, pero sin nunca conseguir el apoyo total del aparato y los barones de su fuerza. Dueño de un estilo personal que contrasta con el resto de la clase política en Reino Unido, Corbyn ha sido una constante de la vida política británica desde hace cuatro décadas, pero siempre desde los márgenes, criticando tanto a los gobiernos del Partido Conservador como a las políticas impulsadas por su propia fuerza, especialmente durante los mandatos de los ex primer ministros Tony Blair y Gordon Brown. Hijo de una maestra de matemáticas y de un ingeniero eléctrico que se conocieron como militantes socialistas en la época de la Guerra Civil Española, él y su hermano pasaron una niñez idílica en un pueblo rural de mayoría conservadora del centro de Gran Bretaña. Los dos jóvenes Corbyn se unieron al capítulo local del Partido Laborista y a la organización de los Jóvenes Socialistas cuando estaban en la escuela secundaria pública. Mientras su hermano Piers viró a la izquierda no partidaria y se convirtió en uno de los líderes del movimiento de okupas en Londres en los años 60, Corbyn optó por vivir dos años en Jamaica con el Servicio Voluntario en el Extranjero, primero, y luego se abocó de lleno a la militancia sindical. Finalmente, en 1983, fue elegido como diputado por un distrito londinense de mayoría progresista, el mismo que mantiene como su bastión hasta el día de hoy. Pese a su larga data en la Cámara de los Comunes, Corbyn nunca se presentó para un cargo jerárquico en el partido o en la bancada. Siempre prefirió mantener su autonomía para criticar a la conducción laboristas y a las políticas que impulsaba, especialmente tras el giro a la derecha de Blair. Corbyn fue un ferviente opositor a la invasión a Irak en 2003 y votó en contra en el parlamento, pese a las presiones de Blair. Su carrera política parecía lineal hasta que en 2015, cuando el Laborismo sufrió una derrota histórica en las urnas y su lider Ed Miliband renunció, decidió lanzarse a una candidatura que provocó más risas que preocupación entre el establishment laborista. La campaña de Corbyn se basó en ampliar la base de la militancia del partido y, pese a todos los pronósticos, ganó por una abrumadora mayoría, tanto entre los viejos afiliados y los nuevos registrados. Tras la sorpresa inicial, el establishment y los barones del partido se dedicaron a cuestionar el liderazgo de Corbyn y a boicotear todos sus intentos por unificar al partido detrás de su conducción. La primera prueba de fuego fue la campaña del referendo del Brexit, al año siguiente. El Laborismo no solo no tuvo una voz unida a favor de quedarse dentro de la Unión Europea, sino que muchos analistas y veteranos dirigentes acusaron a Corbyn de no haber liderado con fuerza y convicción esa opción por sus históricas criticas al bloque regional. Pese a las críticas y a lo que parecía un momento de debilidad de Corbyn, el veterano socialista ratificó su liderazgo partidario en una nuevas elecciones internas. Sin embargo, nunca puedo traducir esa fortaleza en las urnas en construcción de poder en el parlamento ni en un aumento significativo de apoyo popular en las encuestas generales. Por eso y pese a la crisis interna que viven los conservadores por el Brexit, este padre de tres hijos, de 70 años, que anda en bicicleta, hace su propia mermelada y habla un español fluido, no llega esta semana como favorito a su segundo intento por convertirse en el primer ministro de Reino Unido.
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