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Provinciales > Semana de la Mujer

Entre el silencio y el dolor: Anabella Recabarren, la madre a la que un violento le arrebató lo más querido

Es la madre de Talía, la joven asesinada por su pareja en Zonda. Pide a las mujeres denunciar a los violentos.

POR REDACCIÓN

05 de marzo de 2021

NOTA DEL EDITOR

Importante

Si sufrís violencia de género llamá al 911 o 144.

El próximo lunes 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, fecha marcada por la lucha de aquellas que están para defender a las que ya no tienen voz. La sanjuanina Anabella Recabarren lleva esa bandera, aunque ahora está en silencio dentro de su casa en el barrio Colombo, departamento Zonda. En su alma lleva un dolor que la cala hondo. Está rodeada de recuerdos y de una marcada ausencia. Su hija Talía fue asesinada el 16 de junio de 2016 por su expareja. Desde ese momento su vida cambió. La búsqueda de justicia se convirtió en su principal objetivo.

Tiene 43 años, aunque hace cinco que para ella el reloj no avanza. Con el rostro curtido y los pies cansados, su vida quedó anclada a esa madrugada donde el invierno acechaba y su hija aparecía sin vida a menos de cinco cuadras de su casa, en un descampado.

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“Hasta que mis ojos se cierren y mi corazón se pare yo no voy a estar tranquila”, dijo a DIARIO HUARPE.

La mujer busca respuestas por su hija, pero también por todas aquellas que fueron víctimas de la violencia machista en San Juan. El femicida, Ángel Morales, fue condenado a la pena de 16 años de prisión. Sin embargo, Anabella está convencida que el hombre no actuó solo, sino junto a otros tres cómplices que siguen en libertad, de acuerdo a la declaración de una testigo de la causa. Esta situación la atormenta y no la deja dormir.

Asegura que luego de que condenaron al asesino se tranquilizó, bajó los brazos, pero cayó en la realidad. Sostiene que la condena no le llena el vacío que le provocó la partida de su pequeña, de 17 años. Tiene seis hijos que la apuntalan para seguir adelante, pero tiene miedo que la historia de Talía se repita. Sin saber leer ni escribir hizo todo para educar a sus hijos para valerse por sus propios medios.

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Siente que a su hija la mataron por el hecho de ser mujer. Ella carga con la culpa de no rescatarla del infierno que Morales le hizo pasar esa noche. Sin embargo, antes de que la encontraran muerta, Talía estuvo desaparecida durante cinco días. La madre presume que la tuvieron secuestrada muy cerca de su casa y luego la mataron para arrojar su cadáver a cuarenta pasos de la Ruta 12.

EL LUGAR DONDE MATARON A TALÍA, EL SANTUARIO: Anabella contó que todas las tardes camina esas cinco cuadras desde su casa hasta el lugar donde mataron a su hija. Allí construyó una gruta con piedras, que las hojas de palmera y los arbustos tapan cada vez que crecen. Ella limpia el lugar porque es el momento en donde sostiene que más cerca está de su hija. A veces arma una cama entre los yuyos y se acuesta a rezar.

Está triste. No para de llorar. Su microclima se resume a contemplar un cuadro de su hija, que reposa sobre un aparador. Recuerda sus charlas y confiesa que todavía tiene presente el tono de su voz. Era en la cocina en una tarde de invierno. Talía amasaba sopaipillas mientras que su mamá le preguntó bromeando cuándo iba a encontrar un novio con quien realizar su vida. Con lágrimas y, a más de seis años de aquella escena, Anabella confesó que su hija le respondió que su vida pasaba por estar al lado suyo, “su flaca”, como la llamaba.

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Está comprometida con la causa de las mujeres. Lamenta cuando se entera de un nuevo femicidio. Es combativa y siempre mira para adelante. Explicó que no tuvo suerte en el amor y por eso decidió ser una mamá soltera que acompaña a sus hijos. Detalló que últimamente vivió un calvario con una de sus últimas parejas. Reconoció que atravesó por momentos de violencia, pero decidió cortar a tiempo para no ser una más en un registro y una menos para la sociedad.

“La sociedad te hace sentir menos por tu forma de ser, por cómo sos, por cómo vos luchás”, dijo.

Experimenta en carne propia el dolor ajeno de aquellas otras madres sanjuaninas a las que un violento les arrebató a sus hijas. Sin embargo reconoce que no tienen un grupo en común. Cada una de ellas transita el dolor de manera particular. Su peregrinar es en el interior de su vivienda porque reconoce que en la calle algunos vecinos la discriminan porque pasa mucho tiempo llorando. La herida todavía no le cicatriza, y sostiene que quizás nunca lo hará.

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