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La economía de Alberto: un intento de apagar un incendio con un lanzallamas

Ni bien Alberto Fernández no ha señalado públicamente quien estará a cargo de la gestión de la política económica, el alejamiento de un economista que respeta y entiende qué es la restricción de presupuesto, como es el caso de Guillermo Nielsen, y los comentarios de otros economistas cercanos al presidente electo, de marcado perfil heterodoxo y pasión desenfrenada por la maquinita de imprimir billetes, parecen indicar que nuevamente se apostará por un plan que apela una vez más al realismo mágico más que a la teoría económica y a la evidencia empírica.

Ni bien Alberto Fernández no ha señalado públicamente quien estará a cargo de la gestión de la política económica, el alejamiento de un economista que respeta y entiende qué es la restricción de presupuesto, como es el caso de Guillermo Nielsen, y los comentarios de otros economistas cercanos al presidente electo, de marcado perfil heterodoxo y pasión desenfrenada por la maquinita de imprimir billetes, parecen indicar que nuevamente se apostará por un plan que apela una vez más al realismo mágico más que a la teoría económica y a la evidencia empírica.

1. Los indicios del “nuevo” plan económico

Si bien no hay Ministro designado para la cartera que se ocupe de la economía, a la luz de las ideas que presentan y la historia profesional de los nombres que son parte del entorno presidencial, es sencillo inferir que un nuevo experimento heterodoxo viene en camino.

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A su vez, pese a que la historia de tales programas los condena desde el mismo inicio, ello será motivo para un nuevo tributo a la obra póstuma de Hayek -la fatal arrogancia-, ya que dirán que “ésta vez será diferente” y que en los casos anteriores “no se contaba con el conocimiento ni los instrumentos” que dispone la brillante generación actual.

A la luz de ello, el plan pareciera tomar la siguiente forma. Por un lado, está la idea de que los precios de la economía están determinados por el tipo de cambio. De ese modo, la presencia de un cepo que no permite el libre arbitraje en las cantidades ofrecidas y demandadas de divisas, ello supuestamente permitirá no sólo administrar el tipo de cambio, sino también será posible utilizar la política monetaria para impulsar una baja en la tasa de interés.

Al mismo tiempo, a éste esquema se le sumaría el control de la distribución del ingreso vía el “acuerdo económico y social”, lo cual implica controlar el precio de todos los bienes de la economía, el precio de todos los factores y la productividad de todos éstos últimos, para que desde ahí empezar a bajar la inflación gradualmente. Por ende, a modo de corolario de toda esta artillería monetaria, será posible avanzar en el sueño húmedo del político argentino: la desdolarización de la economía.

Por otra parte, respecto a la política fiscal se presentan dos líneas de acción. Por un lado, un avance en la reestructuración de la deuda, donde la estrategia central es buscar un caso modelo que haga mínimo el ajuste fiscal bajo la justificación que la economía sólo podrá pagar cuando se haya consolidado un fuerte proceso de crecimiento económico sostenido.

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Por otro lado, en el plano operativo de la política fiscal se anunciaron fuertes aumentos del gasto público focalizados en los segmentos de mayor vulnerabilidad social junto a una suba de impuestos en bienes personales y retenciones. Naturalmente, dado el tamaño del desequilibrio inicial y pese a las mejoras recaudatorias que se esperan, durante la transición el déficit remanente se financiaría con emisión monetaria (asumiendo que existe el potencial de incrementar la cantidad de dinero en un 50% sin impacto sobre la tasa de inflación).

Finalmente, en el plano laboral, como un subproducto del acuerdo económico y social, se impondrá la doble indemnización para que se “cuiden” los puestos de trabajo y el “otorgamiento” de bonos para recomponer pérdidas del poder adquisitivo del salario durante el último año de gestión de . Algo que se articulará con las nuevas leyes para alquileres y góndolas, sumado al uso casi seguro de la ley de desabastecimiento, de modo tal que “se protejan” a los segmentos vulnerables de la población.

En definitiva, la estrategia consta en estimular la demanda agregada vía política fiscal expansiva junto a una política monetaria que no sólo esté acompañando con el financiamiento del fisco sino también permita bajar la tasa de interés. De este modo, junto al cepo cambiario que permitirá fijar el tipo de cambio sin que la baja de tasas presione a su alza y los controles de precios, se espera un ajuste de cantidades que se traduzca en mayor nivel de actividad y empleo, lo que a la postre se traducirá en menores niveles de pobreza e indigencia.

2. El camino al infierno: default más hiperinflación

Este tipo de aventuras heterodoxas no es la primera vez que se intentarán en la economía argentina. Sin embargo, lo más notable es que, pese a los recurrentes fracasos a lo largo de la historia, no se haya tomado nota de esto. Esto es, más allá de la visión que se tenga sobre el funcionamiento de la economía, pareciera que todo nos conduce a un nuevo fracaso.

Asumiendo que el modelo correcto fuera el de oferta (sustentado en una Curva de Phillips) y demanda agregada (en base al IS-LM), en una economía que no crece desde el 2011 con una caída del 12% en el ingreso per-cápita y una tasa de inflación en torno al 55% y con una tendencia creciente, señala que un mayor estímulo a la demanda agregada se traducirá en una mayor presión sobre el nivel de precios que complementado con los controles llevará al desabastecimiento y deterioro de las condiciones del sector externo que, a la postre acabará en un estallido, cuyo resultado final será peor que el observado en las condiciones iniciales.

Por otra parte, si el modelo correcto es el ortodoxo de base intertemporal, donde la tasa de interés es el precio relativo de los bienes presentes sobre los futuros y que por ende se determina en el mercado de bienes, mientras que en mercado monetario se determina el poder adquisitivo del dinero (inverso del nivel de precios presente), lo que se espera tampoco es nada bueno. Concretamente, una vez declarado el default junto a una política fiscal expansiva no sólo elevará el riesgo país, sino que, además, al combinarlo con la contracción del ahorro la tasa de interés que coordina intertemporalmente a la economía trepará hasta las nubes.

A modo de ejemplo, mientras hoy se declara a gritos que la tasa de interés en pesos del 60% anual es insoportablemente alta sin miramiento alguno sobre la tasa de inflación presente y futura, la tasa de arbitraje entre dólares y pesos, dado un rendimiento del 170% en dólares del BONAR 2020 y una expectativa de inflación del 55%, la tasa de equilibrio en pesos sería del 318,5% (de hecho, el BOPOMO rinde 297,8%).

Naturalmente, frente a la tasa de equilibrio intertemporal, las tasas manejadas por la política monetaria y el sistema financiero muestran un exceso de demanda en el mercado de bienes, por lo que en el mercado monetario se presenta un exceso de oferta de dinero que hará caer el poder adquisitivo del mismo, esto es, habrá presión al alza sobre los precios de los bienes presentes. Sin embargo, las presiones al alza en los precios derivadas del mercado monetario no terminan ahí.

El reciente DNU de Mauricio Macri ordenando al BCRA una emisión por $ 600.000 millones para pago de deuda ($ 400.000 millones) y gasto corriente ($ 200.000 millones), el inicio de la desestabilización de las Leliqel rojo fiscal para diciembre que se estima en $ 250.000 millones, los vencimientos de deuda doméstica en la primera parte de 2020 por cerca de $ 550.000 millones junto a la mayor expansión fiscal que los Baby-Gelbards quieren financiar con emisión monetaria, todo eso nos lleva a presagiar un fuerte aumento de la oferta monetaria, lo cual podría ser mitigado parcialmente vía expropiaciones tipo Plan Bonex para los depositantes (frente al no pago a los bancos de las LELIQs) y default para los tenederos de deuda en pesos. Sin embargo, ello implica trabajar sólo sobre los niveles del stock de dinero, al tiempo que aún persiste el problema en el flujo.

Si bien las perspectivas del mercado monetario desde el lado de la oferta lucen nada alentadoras y que las correcciones expropiatorias por el lado de los stocks pueden generar una tremenda descoordinación entre ahorro e inversión que lleve a un brutal derrumbe del nivel de actividad y empleo, haciendo saltar de modo inimaginable los niveles de pobreza e indigencia, aún queda pendiente la respuesta en la demanda de dinero. Naturalmente, sólo a un demente se le puede ocurrir que en un contexto así la demanda de dinero no caerá.

Es más, aquellos economistas que sostienen que hay lugar para emitir porque los saldos reales acumulan una caída del 33% durante el último año no perciben que ello obedece justamente a un proceso de caída en la demanda de dinero que tiene su inicio el 28D (2017) y que con sólo mirar la evolución de la tasa de interés de arbitraje en ese momento (25% en pesos) y el precio del dólar ($ 17), debería quedar claro que la demanda de dinero se ha desplomado.

Al mismo tiempo ello se suma a un M1 que dobla al M1 de equilibrio y que en un simple acomodamiento de la demanda de dinero al nivel de equilibrio duplicaría los precios. Sin embargo, creer que frente a un desequilibrio de semejantes características la demanda de dinero caerá a su nivel nocional es ingenuo; de hecho, en las hiperinflaciones tanto de 1989 como la de 1990/1 la relación M1/PIB buscaba aproximarse a niveles muy cercanos a cero.

Por lo tanto, frente a una brutal oleada de emisión junto a una abrupta caída en la demanda de dinero, el poder adquisitivo del dinero se derretirá más que una barra de hielo a plena luz del día en el desierto del Sahara, haciendo que el nivel de precios crezca de modo estratosférico.

Por lo tanto, la combinación de default abierto en dólares y pesos, política fiscal expansiva, aumento de la oferta monetaria, confiscaciones de depósitos, y caída en la demanda de dinero nos llevará a caída en la actividad, en el empleo, en el salario real y a un aumento de pobres e indigentes a niveles nunca visto para la historia económica argentina si a ello se le suma además una hiperinflación.

3. Pasión por el fracaso

Dado los resultados desoladores que presentan estos modelos prototípicos de la macroeconomía más elemental, uno debería preguntarse: ¿cuál es el motivo para embarcarse en un experimento semejante?

Por un lado, porque de corto plazo, a el colchón de precios que acumulen las empresas en términos relativos a sus insumos dará la sensación de que la economía se está encaminando (dando aire a sus aspiraciones políticas), lo cual será más prolongado cuanto mayor sea el colchón inicial.

Por otro lado, porque se repudia a la buena teoría económica ya que la misma no es funcional al gusto por el despilfarro de los políticos.

Y, por último, porque es un modelo que al momento de identificar a los culpables siempre pone en primer plano a los empresarios y a los trabajadores mientras que a los políticos impulsores del despilfarro fiscal y el desastre monetario siempre quedan no sólo en segundo plano, sino que además tienen la coartada perfecta para victimizarse.

Por lo tanto, dados los incentivos de la corporación política es lógico esperar que se sigan aplicando programas económicos inconsistentes como los que se han aplicado durante ochenta de los últimos noventa años (cuya única excepción fue el Plan de Convertibilidad) y que la única oportunidad de que se aplique un modelo consistente es que ello derive de una crisis colosal que haga que los políticos, frente a la amenaza de perder sus privilegios de casta, se asusten y den paso a las políticas que permiten el crecimiento económico y el aniquilamiento de la pobreza.

Por ahora todo pareciera indicar que ese momento no ha llegado. Sin embargo, frente a una nueva crisis, puede que dicho quiebre tome lugar.

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