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Provinciales > Reconstrucción del pasado

Los sanjuaninos que desentierran pedazos de historia de la provincia

Cerámica, tejidos y restos óseos de las culturas Angualasto, Calingasta y Aguada son algunos de los elementos que encuentran.

10 de junio de 2020

Corría la década del ’90. Claudia era estudiante de Historia y recorría junto a sus compañeros y profesores el cerro Calvario, en Calingasta. Aún recuerda las lomadas con arbustos pequeños por las que caminó a los 20 años buscando pistas que le indicaran dónde podían hallar vasijas, ropa o restos óseos de quienes habitaron en el pasado de la provincia. En el cerro en el que predominaban las distintas gamas del marrón también había depresiones y en ellas dio con algo que le marcó la vida: casas de la cultura Calingasta que había habitado en San Juan entre los años 1200 y 1400.

Con sus ojos marrones como la madera del nogal y la boca abierta por el asombro vio viviendas a lo largo de 1 kilómetro. Observó los restos que quedaban de lo que en el pasado fueron las casas de distintas poblaciones. Eran semisubterráneas ya que construían varios centímetros hacia abajo del suelo para protegerse del viento. Estaban hechas con barro. Tenían muros anchos y algunas hasta escaleras de las que todavía hay, pero en ruinas. “No se puede describir con palabras lo que viví”, expresa.

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-Perdón si me estoy poniendo muy sentimental –dice mientras ríe de forma tímida y se baja un poco el barbijo azul para darle un sorbo al café.

Claudia Mallea actualmente tiene 50 años. El trabajo de campo lo comenzó en el profesorado y la licenciatura en Historia. Lo siguió en la especialización en Patrimonio Arqueológico y desde el 2018 lo hace como directora del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo Mariano Gambier. Ahí investiga junto a los docentes Gladys González, de 50 años; Guillermo Genini, de 50 años y Lorena Re, de 45. También con los alumnos Natalia Trad, de 27 años, y Mayra Cejas, de 30.

Claudia Mallea, directora del Instituto de Investigaciones y Museo Mariano Gambier. Foto: Mariano Martín / DIARIO HUARPE.

En San Juan los elementos que más encuentran pertenecen a la cultura Angualasto y Calingasta que vivieron en la provincia desde el 1200 al 1400. También la Aguada, cuyos habitantes estuvieron en la tierra del buen vino desde el 700 al 900.

Lo que más hallan son fragmentos de piezas de cerámica. Siempre faltan algunas partes, pero usan yeso para armarlas y descubrir cómo se veían. Cuando descubren una gran cantidad de partes suelen dejar algunas en la zona “porque son elementos que puede servir para otra investigación”, explica Claudia.

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Vasijas de cerámica reconstruidas utilizando yeso y los restos hallados. Foto: gentileza Claudia Mallea.

Otras de las cosas que suelen detectar son restos óseos. Principalmente, cráneos y huesos largos como los de las piernas y los brazos. Esto ocurre porque son las partes que contienen mayor cantidad de minerales y no se deterioran tan rápido. Sin flores, sin lápidas, sin elementos identificatorios. “Eso ya pertenece a la época colonial”.

A los calingastas los enterraban con el cuerpo extendido. Su último atuendo generalmente era una camiseta de lana de guanaco de color marrón, que variaba entre los tonos claros y los rojizos, y sandalias de cuero. Los cubrían una manta del mismo material.

Sandalia de cuero exhibida en el Instituto de Investigaciones y Museo Mariano Gambier.

Los investigadores a veces suelen dar con cuerpos sepultados en posición fetal y esa es una de las pistas que les indica que podrían ser angualastos. Generalmente tenían puestas camisetas y mantas de lana de guanaco en las que formaban el ojo de un cóndor con sus hilos. Las sandalias de cuero también eran características de esta cultura.

Tejido de la cultura Angualasto. Foto: gentileza Claudia Mallea.

Cuando hallan restos óseos extendidos y con piedras en lo que en un pasado fue la panza, tienen un gran indicio de que ese cuerpo podría ser de un aguada. No había mucho ajuar funerario junto a ellos. A veces los enterraban con vasijas con decoraciones de felinos pintadas o grabadas.

Aunque antes de todo esto está la excavación. Cuando en el suelo hay restos de cerámica, huesos o parte de lo que fue una prenda de vestir, buscan la zona en la que más fragmentos vean, definen un espacio y ahí cavan. El pico y la pala son fundamentales en el comienzo, aunque después tienen que seguir con cincel y gubias que permiten sacar la misma cantidad de tierra que una cucharadita de café. Usan esto para no dañar los posibles elementos que están bajo tierra.

El después de las excavaciones

El laboratorio

Una sala de 10 metros de ancho y 15 de largo es el laboratorio del Instituto Gambier. Adentro hay 6 mesones metálicos en los que analizan los descubrimientos. Bajo la parte central de estos muebles hay cajones en los que guardan bandejas. La escena la completa una pileta de acero inoxidable que usan para lavar los materiales que encuentran. 

“La limpieza de cada una de las piezas es fundamental”, dice Claudia. Cuenta que el proceso dependerá de lo que se haya descubierto.

La cerámica y el lítico (piezas talladas en piedras) las lavan con agua y después las dejan en las bandejas para que se sequen con el aire del ambiente.

Los restos óseos los limpian con cepillos hasta sacarles toda la tierra que puedan llegar a tener. También los dejan secar porque algunos vienen húmedos. Luego los analizan y según las características de las órbitas y el cráneo estiman el sexo y la edad. Al observar el maxilar o la mandíbula tienen en cuenta principalmente el desgaste y a través de esos datos llegan a la alimentación que tuvieron esas personas. Cuando complementan esto, con la posición de entierro, el ajuar funerario y ofrendas, en caso de que existan, llegan a determinar la cultura a la que pertenecieron esos huesos.

“En el instituto ni siquiera se fumiga para evitar que elementos nocivos les lleguen a las piezas porque pueden deteriorarlos o alterar la originalidad”, cuenta la directora de la institución.

El archivo

“Zona restringida”, dice un cartel en la puerta del archivo que siempre está cerrada con llave. “No cualquiera puede entrar porque ahí está el patrimonio de la provincia”, informa Claudia.

Tiene la misma extensión que el laboratorio. Está repleto de estanterías metálicas de 2 metros de altura. Al entrar, los investigadores se encuentran con los estantes colmados de cajas de cartón. Las primeras que ven son del rubro textil. Antes de guardar las prendas las sumergen en agua destilada para que salga la tierra que casi siempre tienen. Cada 2 o 3 días les van cambiando el líquido. Cuando ya sale claro las sacan y las dejan secar en bandejas plásticas. Después las cosen sobre un lienzo, las doblan y las guardan en las cajas. Todo lo manipulan con extremo cuidado y con guantes para no dañarlas.

Al lado de la sección de textiles está la de cerámica y lítico. Cada uno de los objetos que hay en ese espacio está dentro de bolsas que tienen pegado un cartel que informa el lugar de hallazgo y, en el caso de la cerámica, la cantidad de fragmentos que hay.

Todos los elementos que son parte del patrimonio provincial están separados por departamentos y por localidades. Albardón, Angaco, Capital y cada uno de los 19 que componen San Juan tienen su espacio en esa pieza que guarda tesoros.

En la sala también hay vegetales como marlos de maíz, ataduras que usaban para unir los dardos a las puntas de las flechas, semillas de poroto, de quínoa y de zapallo, están entre los más frecuentes.

Al encontrarlos los sacan de la tierra con las manos. Siempre tienen mucho cuidado. A veces un pequeño cepillo los ayuda a desenterrarlos. No los pueden lavar ni hacerles ningún procedimiento porque pueden alterar la originalidad. Por eso, solo usan un cepillo fino para quitarles mayor cantidad de tierra que puedan.

“Cuando encontramos vegetales, extraemos todo lo que podemos porque no es fácil encontrarlos y el tiempo los va a deteriorar”, cuenta Claudia. En todos los operativos de hallazgo en los que participó, nunca pudo dar con plantas que hayan pertenecido a culturas del pasado.

Los últimos hallazgos

En medio de tierra seca y de un color marrón pálido como el de las nueces; piedras que van desde el tamaño de una balita hasta el de una pelota de rugby; ramas secas que apenas al tocarlas se quiebran y yuyos que van desde el medio metro hasta el metro y medio de altura, fueron los 2 últimos hallazgos arqueológicos de la provincia.

En la tarde del 13 de mayo el teléfono de la Dirección de Patrimonio sonó. Era un alférez de Gendarmería que avisaba que en la localidad El Sauce, en Iglesia, había restos arqueológicos en el piso.

Operativo en El Sauce, Iglesia. Foto: Si San Juan.

Armaron el operativo y al otro día partieron desde la Capital de la provincia a las 7. Participó personal de Patrimonio, del Instituto de Investigación y Museo Gambier, de Gendarmería y de la Policía. Ahí encontraron varios fragmentos de cerámica de distintos tamaños, el más grande era de aproximadamente 10 centímetros de ancho por 10 de largo.

Mediciones del lugar de hallazgo en El Sauce. Foto: Si San Juan.

Pero eso no fue lo único. También dieron con una punta de flecha de 3 centímetros, según el director de Patrimonio, Jorge Martín, “estaba en perfectas condiciones”. La lista de elementos se completa con media conana. “Es una piedra que se utiliza como un mortero, es chata pero tiene un espacio hundido en el que antes se molían granos con otra piedra”, explica el funcionario.

Punta de flecha hallada en mayo del 2020. Foto: Si San Juan.

Con cuidado levantaron cada una de las piezas. Después en el lugar en el que más restos de cerámica había, comenzaron a excavar, aunque no detectaron nada más.

Eran las 12 y habían programado volver a las 18 así que decidieron aprovechar el tiempo e ir hasta un lugar que estaba a unos 3 kilómetros, El Jarillal. Ahí, el 6 enero de este año habían encontrado 2 cráneos. Los profesionales intuían que podían seguir descubriendo elementos por lo que volvieron.

Hallazgos en El Jarillal, Iglesia. Foto: gentileza Claudia Mallea.

En medio de piedras, tierra compactada y matorrales de medio metro de altura, el equipo notó que había restos óseos esparcidos por el suelo. “Nos dijeron que hubo una lluvia grande en febrero, ahí hay bajadas de agua naturales, el agua arrastró los esqueletos y terminaron distribuidos a lo largo de 1 kilómetro”, cuenta Martín.

Empezaron a excavar y siguieron encontrando huesos. El director de Patrimonio asegura que en total serían 3 cuerpos, al parecer de adultos, y 1 de un niño. Por la forma en la que estaban enterrados, en posición fetal, creen que son angualastos. Aunque deben seguir investigando para confirmar esta hipótesis.

Investigaciones en cuarentena

La cuarentena impuso cambios repentinos en una gran cantidad de trabajos y el de los investigadores del Instituto y Museo Gambier no quedó afuera. Ya no pueden ir a la institución, pero siguen asistiendo a los operativos cada vez que algún sanjuanino encuentra algo que puede pertenecer a la historia de la provincia.

Cuando uno de estos llamados de aviso llega, ellos van hasta el lugar, recogen las cosas, las guardan en bolsas plásticas y las llevan al laboratorio. Ahí la dejan extendidas en las bandejas para que se les seque la humedad que pueden tener.

Cada uno de los descubrimientos va con un cartel en el que escriben el sitio en el que fue el hallazgo y la profundidad a la que estaban. Todos los trabajadores de ahí saben que nunca deben cambiar esas informaciones de lugar, caso contrario, puede alterarse el patrimonio de San Juan.

Qué hacer si se encuentran restos

“No tienen que tocar los elementos arqueológicos, ni levantarlos, ni moverlos”, dice Claudia.

Es que en la provincia hay lugares en los que hay restos arqueológicos de culturas del pasado, si hay sanjuaninos que los encuentren tienen que respetar lo que explica Claudia. Lo que tienen que hacer es avisar a la Policía, a Gendarmería o a la Dirección de Patrimonio.

Si no respetan esto y se llevan los elementos se pierde información sobre las culturas que habitaron San Juan. “Por más que piensen entregarlas, se pierde mucha información sobre dónde estaban y porqué”, cuenta la directora del instituto.

"Mucha gente cree que esto es como un tesoro o que van a sacarle un valor monetario. En realidad lo que se busca con esto es saber de dónde venimos, qué contactos con otras culturas hemos tenido, eso es lo más valioso y es lo que se pierde si la gente saca las cosas y se lleva”, cierra el director del Patrimonio del otro lado de la línea. Lo dice en forma lenta y explicativa, con paciencia, como si ya estuviera acostumbrado a explicarlo todo el tiempo con el fin de conservar la historia.

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