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Pierre Michon: "No se puede hacer una revolución sin sangre"
POR REDACCIÓN
12 de noviembre de 2019
Con obras como "Vidas minúsculas", "Rimbaud el hijo" y "Los Once" novela que le valió el Gran Premio de la Academia Francesa, el escritor francés Pierre Michon llegó a la Argentina para ofrecer una conferencia sobre escritura creativa y otros encuentros en los que franqueará algunas de sus marcas literarias, como la obsesión por situar sus historias en el pasado y el peso de la orfandad. Michon es un personaje atípico en el mundo literario: hijo de una maestra rural y un padre militar que lo abandonó cuando tenía dos años -un episodio que acaso se convirtió en el hito fundante de su escritura- debutó tardíamente en la ficción con "Vidas minúsculas", una suerte de autobiografía integrada por ocho narraciones de familiares y allegados en las que recorre tangencialmente sus propias vivencias y rinde cuentas con la ausencia paterna. La novela publicada en 1984 por el prestigioso sello Gallimard se convirtió en un éxito de crítica, le hizo ganar el premio de France Culture y marcó el principio de una secuencia narrativa disparada por esa intersección entre historia y ficción que se ha transformado en su marca identitaria. Desde entonces ha publicado una docena de obras que delimitan una cartografía singular que va desde un retrato del cartero de Van Gogh en "Señores sirvientes" o una semblanza sobre el autor de "Una temporada en el infierno" en "Rimbaud, el hijo" hasta "Los Once", una novela que describe los trabajos por encargo del ficticio pintor François-Élie Corentin en el llamado Reinado del Terror que sobrevino luego la Revolución Francesa. Admirador fervoroso de la obra de Jorge Luis Borges ("los más me subyuga de él es su extrema aceptación. Acepta todo: lo que existe y lo que no existe"), Michon llegó a la Argentina para ofrecer una conferencia en el marco del Master de Escritura Creativa de la Untref, pero además participará de una charla en el Museo Nacional de Bellas Artes y otra en la Alianza Francesa. - Télam: ¿Por qué el arte pictórico es muchas veces el punto de partida de sus libros? - Pierre Michon: La representación visual tiene mucha importancia para mí en la escritura. Cuando escribo necesito representarme el objeto y tengo que estar como prendado de él. Como lector me pasa lo mismo: me cuesta mucho leer a aquellos autores a los que no les interesa que sus palabras tengan como un correlato visual. No logro sentirme interesado por la literatura abstracta que sólo se concentra en el concepto. Luego también el hecho de que después de haber escrito "Vidas minúsculas", un libro que ponía en escena los conflictos del escritor, quise más directamente abordar los problemas de la creación. - T.: ¿Y qué puntos de contacto detecta entre la manera en que un pintor y un escritor construyen su punto de observación? - P.M.: Ambas llevan mucho tiempo. Les demanda mucho esfuerzo a los dos hacer lo que tienen que hacer. Pero una vez que la obra está hecha, la inteligencia y la emoción penetran inmediatamente en la mente del espectador, mientras que en la escritura se necesita un tiempo para procesar, algo que también se repite en la lectura. En el caso del pintor, el tiempo de la creación es completamente invisible: vemos solo el resultado. Me gustaría poder escribir una obra maestra en cuatro renglones pero eso no es posible. - T.: Al pintor de "Los Once" se le encomienda una obra que debe cumplir con el requisito de ser ambigua en su significado para acompañar el derrotero de Robespierre: mostrar sus falencias si fracasa y exhibir su grandeza si triunfa. ¿Por qué plantea al arte como algo condescendiente cuando habitualmente se lo vincula con la habilidad para incomodar o mostrar lo que está oculto? - P.M.: Los grandes retratos del arte clásico que pintaron artistas como Tiziano, Raphael, Goya, Rembrandt o Velazquez muestran siempre a hombres o mujeres que llevan en sí mismos -como los once del cuadro de mi novela- cualidades humanas superiores cono nobleza o generosidad pero al mismo tiempo reflejan también la brutalidad, la barbarie y el deseo irrefrenable. El hecho de que ese cuadro que pinta Corentin en mi libro se pueda interpretar al mismo tiempo como una glorificación de Robespierre y a su vez como un rebajamiento de su figura, es lo propio de todo relato clásico bien logrado. Por lo tanto, no es una contradicción esa ambigüedad. - T. ¿Cómo gravita la orfandad paterna sobre su obra que aparece de manera recurrente en "Vidas minúsculas", "Rimbaud, el hijo" y "Los Once"? - P.M.: Es un tema central en mi biografía pero cuando escribí "Vidas minúsculas" creo que liquidé ese problema. Restauré al padre en su ausencia. Después en "Los Once" este proceso de restitución se da de manera un poco más artificial. Desde que tengo una hija que ahora tiene 20 años cambié de rol y al convertirme en padre dejé de sentir esa orfandad. No podría volver a escribir libros como "Rimbaud, el hijo" porque ya no estoy más en el rol de hijo de mi madre, un rol del que me costó mucho liberarme. - ¿La elección del período de terror posterior a la Revolución Francesa como escenario de "Los Once" tiene como trasfondo la idea de poner en cuestión esa expectativa de cambio que traen las gestas revolucionarias? - P.M.: No solo despues de una revolución, también después de un golpe militar puede pasar lo mismo. "Los Once" habla también del hecho de que la revuelta revolucionaria, que puede leerse también como una rebelión contra el padre, se resuelve muchas veces en una lucha a muerte entre los hijos. Es la vieja idea presente en Tótem y tabú de Freud: la lucha mortal entre los hijos luego de la ejecución del padre. Toda revolución pasa por ese momento de gran expectativa seguramente, pero al mismo tiempo no se puede hacer una revolución sin sangre.
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