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"Chimy" Ávila, el guerrero
POR REDACCIÓN
26 de enero de 2020
Cuando Ezequiel Ávila dice a los cuatro vientos que volverá a la competencia oficial "más fuerte que nunca", es justo que sus palabras sean tomadas como algo más trascendente que la proclama voluntarista de un jugador que acaba de sufrir una lesión de gravedad. La propia existencia del muchacho nacido en Rosario y criado en el barrio Empalme Graneros supone la inapelable certificación de que ha sabido alimentarse de todo lo que no lo ha dañado lo suficiente y que le va como un guante el técnicismo de "resiliente". Esto es: de quien es capaz de hacer valor de una carencia, camino de una circunstancia adversa y recompensa de un desafío mayúsculo. En ese contexto, pues, deben de inscribirse la desdicha de la rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda, la consabida intervención quirúrgica y una inactividad que, según se deduce, se extenderá hacia el comienzo de la temporada 2020/2021 de la liga de España. ¿Quién era Ávila, quién es hoy Ávila en el territorio de un campeonato que como mínimo consta entre los tres más prestigiosos del planeta? Goleador, figura, joven mimado del Osasuna, cuya afición sustituyó el "Chimy" que porta desde niño por el imponente "Comandante". Hasta el serio tropiezo que sufrió el sábado y lo marginará de las canchas avanzado agosto inclusive, había hecho nueve goles, apenas cinco menos que Lionel Messi (su coterráneo por partida doble, por argentino en general y por rosarino en particular) y era mencionado como una posible alternativa del Barcelona para compensar la temporaria ausencia del uruguayo Luis Suárez. Antes, el tanquecito Ávila, una máquina de comprometerse con su equipo, de correr, de colaborar, de hostigar a los defensores rivales y de sacar agua de las piedras en una de dos o de tres ocasiones de hacerse de la pelota dentro del área, también había gozado de una suerte de idolatría en Huesca, el humilde club de Aragón al que aportó en grande en Segunda y en Primera. Muy querido es Chimy Ávila, hoy en Pamplona y antes en Huesca, y antes que en Huesca en San Lorenzo de Almagro, club al que cada vez que se presenta la ocasión dispensa gratitud porque, redondamente, "me formó como persona". A simple vista pareciera una de los tantos lugares comunes que lanzan al ruedo los deportistas para zanjar el protocolo de un entrevista, pero, en el caso de Ávila, amén de sincero cariño la referencia simboliza lo que pulsa hondo en su travesía existencial. El fútbol y San Lorenzo, supo confesar, lo sacaron de "la delincuencia y la mala vida", en tácita referencia a los avatares de su condición de hija de una madre por la que profesa devoción, que crió nueve hijos en medio de carencias de variada índole, a sus años de frustrados intentos en Boca y en Espanyol de Barcelona, y a las horas de incertidumbre en las que sintió lejano su deseo de ocupar un lugar en el fútbol pago y se ganó la vida como albañil. Es el mismo Ávila que el 6 de febrero cumplirá 26 abriles, que hoy vive en Pamplona con la mujer con la que está desde sus 14 años y con la que tuvo dos hijas, la primera de las cuales pendió de un hilo por una insuficiencia respiratoria: "Aquel día me arrodillé en la punta de la cama y empecé a llorar. Le dije a Dios: si salvás a mi hija, voy a cambiar mi vida. Y la cambié". ¿Cómo no registrar entrañable al Chimy rosarino que desde Navarra advierte que de ningún modo la fractura lo doblegará y que volverá más deseoso y vigoroso que nunca?
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