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El histórico "desencuentro" de Guayaquil

Hace exactamente ciento noventa y siete años: fue el 26 de julio de 1822, histórico día en el que se encontraron los dos más grandes libertadores de América: San Martín y Bolívar.

Guayaquil fue fundada en el año 1547, en lo que por entonces era el Virreinato de Perú. Actualmente es la ciudad más poblada de la República del Ecuador, tiene 2.684.016 habitantes dentro de su área metropolitana y 345 km² Esta antigua urbe fue la sede de un histórico encuentro ocurrido un día como hoy, pero hace exactamente ciento noventa y siete años: fue el 26 de julio de 1822, histórico día en el que se encontraron los dos más grandes libertadores de América: San Martín y Bolívar.

 ¡Qué bronca tenía el Gral. José Francisco de San Martín! La entrevista con Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte (más conocido como Simón Bolívar) había fracasado. Después de este encuentro San Martín decidió poner punto final a su carrera política y militar.

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La historia fue así: San Martín había iniciado su gesta libertadora desde el Sur, liberando primero a Chile del poder de los españoles (1818), y comenzando en 1820 el proceso de liberación de Perú, ocupando Lima. Mientras tanto Bolívar había iniciado su campaña desde el Norte de Sudamérica, concretamente desde la Gran Colombia, que era unidad política formada entonces por los actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá.

 ¿Por qué y para qué ambos libertadores se encontraron en Guayaquil? Si bien San Martín había ocupado Lima con su Ejército de los Andes, y había sido designado como la máxima autoridad de Perú, con el título de “Protector”, para consolidar su dominio sobre los realistas necesitaba contar con mayor cantidad de soldados. Además se le presentaban problemas políticos, ya que por un lado algunos de sus hombres desertaban de la causa (como Juan Gregorio Las Heras y Mariano Necochea), y por el otro  Bernardo O’Higgins, el presidente de Chile (país al que acababa de liberar), tampoco le brindaba gran apoyo. Como si ello fuera poco las autoridades de Buenos Aires (por entonces bajo el influjo de Bernardino de la Trinidad González Rodríguez Rivadavia, quien detestaba a San Martín), no le mandaban los refuerzos necesarios.

Por todos esos motivos San Martín decidió pedir ayuda a Bolívar, quien con sus fuerzas venía avanzando hacia el Sur, haciéndole saber que necesitaba entre tres mil y cuatro mil soldados de ayuda para terminar de echar a los españoles de Perú y completar la gesta emancipadora. Le recordó además que un tiempo antes el mismo Bolivar le había ofrecido ayuda. Pues para resolver esta cuestión los libertadores decidieron encontrarse en Guayaquil.

Cuando San Martín llegó a esa ciudad el 26 de julio de 1822, Bolívar envió a sus edecanes a recibirlo con los correspondientes honores, ordenando que lo llevaran a la casa que especialmente se había preparado para el ilustre visitante. Finalmente llegó el momento del ansiado encuentro: frente a frente los libertadores se dieron un abrazo y quedaron a solas por espacio de aproximadamente dos horas.

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Al finalizar la reunión se abrió la puerta de la sala en la que San Martín y Bolívar habían charlado. Ambos salieron con caras adustas y sin pronunciar palabra. ¿Qué había pasado allí? Tanto uno como otro hicieron honor a la promesa mutua de no revelar el contenido de la charla, por lo que no se tiene certeza exacta de lo que puede haber ocurrido, pero sí hay sospechas fundadas de que probablemente una cuestión de vanidades mal sostenidas por el lado de Bolívar, hayan complicado el entendimiento entre ellos.

Tal vez pudo haber cierto resquemor de Bolívar hacia San Martín por algo que había ocurrido un par de años antes: Guayaquil había pertenecido militarmente al Virreinato del Perú, pero en 1820 se rebeló contra España y pidió apoyo a San Martín, quien ya había iniciado su campaña libertadora en Perú. El general argentino brindó apoyo a los rebeldes y Guayaquil logró independizarse de España.

 En esas circunstancias, dentro de la Junta de Gobierno de Guayaquil comenzó a gestarse una mayoría que apoyaba a Bolívar y que recelaba del apoyo de San Martín, a quien le adjudicaban pretensiones sobre dicha ciudad. Ellos pretendían que Guayaquil perteneciera a la Gran Colombia que estaba bajo la influencia de Bolívar, a tal punto que el mismo Bolívar y el Gral. Antonio José Sucre, avanzaron sobre Guayaquil y la pusieron bajo el dominio del primero de ellos.

 A pesar de las sospechas San Martín apoyó esta acción, porque si él le había dado protección a Guayaquil no era porque pretendía dominarla, sino para independizarla de España. Sin embargo allí pudieron haberse originado los resquemores que luego se manifestaron en el encuentro que mantuvieron ambos Libertadores el histórico 25 de julio de 1822.

 Demostrando y confirmando que efectivamente recelaba de su visitante, Bolívar negó la ayuda que San Martín le estaba reclamando. La excusa habría sido que, brindársela, le hubiera implicado a Bolivar una merma del 40% de sus tropas.

 Según alguna correspondencia que luego se conoció, en esa histórica reunión San Martín hizo lo posible para convencer a Bolívar de la necesidad de terminar rápidamente con el dominio español, y hasta ofreció ponerse a sus órdenes para que la gesta libertadora lo reconozca como principal protagonista. Sin embargo quedaba claro que, para Bolívar, no sería posible monopolizar la gloria con la presencia de San Martín. La humildad de Don José había puesto de relieve, en toda su dimensión, las miserias y vanidades de Bolívar. El mismo San Martín advirtió que la gesta emancipadora era imposible para ambos en forma conjunta, y hasta consideró que ello hubiera sido un obstáculo que terminaría enfrentándolos militarmente.

La noche de ese histórico 25 de julio culminó con un baile en honor a ambos libertadores. No se entiende qué cosa debía festejarse, pero San Martín concurrió con algunos de sus oficiales, hasta que a la 1 de la mañana del día siguiente llamó a su edecán y le dijo:

           “Vamos, no puedo soportar más este bullicio”

Se dirigió al embarcadero adonde amarraba el buque y una hora más tarde partió de regreso a Perú. El viaje duró casi un mes,  tiempo que le fue suficiente para analizar su futuro.

Arribado a Perú presentó su renuncia como Jefe de Estado y convocó a un Congreso para que resolviera la situación política que ello generaría. El ilustre general, en un acto de resignada humildad, anunció también el retiro de su vida política y militar, y el 22 de septiembre de 1822 abandonó Lima para siempre, dirigiéndose a Chile, país al que arribó muy enfermo el 12 de octubre de 1822.

 Vómitos de sangre y fiebre, producto de sus hemorragias seguramente agravadas por el estrés y la indignación, lo obligaron permanecer allí para restablecerse de lo que casi fue su muerte temprana. La ansiedad lo carcomía porque deseaba reencontrarse con su amada Remedios de Escalada, con quien se había casado el 12 de septiembre de 1812 y a quien no veía desde 1819,  y con su hija Mercedes Tomasa de San Martín, quien había nacido el 24 de agosto de 1816 y a quien no veía desde sus tres años de edad.

Recompuesto parcialmente su salud, Don José emprendió viaje hacia Mendoza, lugar al que llegó en enero de 1823. Allí recibió otra terrible noticia: su esposa Remedios de Escalada, teniendo apenas 25 años de edad, agonizaba en Buenos Aires producto de una tuberculosis que padeció durante todo el tiempo en el que se desarrolló la gesta emancipadora de su marido. Falleció el 3 de agosto de aquel año.

El Libertador regresó a Buenos Aires el 20 de noviembre de 1823, más de tres meses después del deceso de su cónyuge, irónicamente cuando ella hubiese cumplido 26 años de edad.

San Martín sabía que en Buenos Aires no era bienvenido (su enemigo Bernardino Rivadavia era ministro del gobernador Martín Rodríguez y no quería que estuviera en la ciudad), motivo por el cual decidió reencontrarse con su hija Mercedes Tomasa de San Martín, quien por tener entonces apenas siete años de edad estaba al cuidado de su abuela Tomasa de la Quintana, y permanecer en Buenos Aires el tiempo necesario para despedirse de amigos y familiares, y emprender viaje rumbo a Europa, en una suerte de exilio entre voluntario y forzado, con el único objetivo de dedicar el resto de su vida a educar a Merceditas.

 La fragata Le Bayonnais los trasladó a Francia; pero aún debió soportar otro contratiempo: al arribar al puerto de El Havre, el gobierno de la restauración absolutista le impidió desembarcar; ¿el motivo?: entre sus pertenencias, el general llevaba ejemplares de diarios de Buenos Aires, considerados de tendencia republicana, lo que disgustó notablemente a las autoridades francesas. El material le fue incautado y luego devuelto, pero le hicieron saber que no era bienvenido y que se le impedía el ingreso al país. Entonces San Martín y su hija siguieron rumbo a Londres, lugar en el que la niña pudo continuar su educación escolar.

En 1830 el ilustre Gral. San Martín se instaló en Francia con su hija y su yerno Mariano Balcarce. Falleció ciego y casi olvidado, el 17 de agosto de 1850 a los 72 años de edad.

 Ironías del destino: aquel vanidoso y egoísta libertador venezolano, Simón Bolívar, también pasó los últimos años de su vida en el exilio. Embriagado por ansias de poder y en aras de honores personales, pretendió dar forma y presidir una soñada Confederación de Los Andes, que incluyera también a Bolivia, Perú y Colombia. Su desmedida ambición chocó contra el muro del fracaso. Despreciado por el Congreso venezolano, que amenazó romper relaciones con Colombia mientras el libertador permaneciera allí, terminó falleciendo el 17 de diciembre de 1830, con apenas  47 años de edad.

 Si estos dos geniales estrategas militares (San Martín y Bolívar) hubieran logrado entenderse en aquella emblemática jornada de Guayaquil, el 26 de julio de 1822, tal vez el destino de América hubiese sido mejor. Incógnitas que el destino ya no podrá develar. 

 

 

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