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Opinión > Reflexión

La provocación de lo débil 

Hay lugares que nos evocan realidades del pasado, trayéndolas al presente, o trasladándonos con la imaginación y el afecto a aquellos tiempos. Así nos sucede con el pesebre.

Tradicionalmente el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, realizamos el armado de este signo. Los Templos, las casas, vidrieras de los comercios, lugares públicos, son los escenarios seleccionados para esta finalidad.
Algunos están conformados con figuras hermosas y antiguas, otros con materiales más comunes. He visto pesebres con decenas de imágenes y otros con María, José y el Niño. Más allá de estas notorias diferencias, el mensaje central que se nos comunica es coincidente.

Todo el universo se dispone a recibir al creador hecho Niño. Montañas, valles, ríos, pastos, animales grandes y pequeños. El buey y el burro. Se da cuenta del cumplimiento de la promesa adelantada por el Profeta Isaías siglos antes del nacimiento del Redentor: “¡Miren! Yo estoy creando un cielo nuevo y una tierra nueva”. (Is 65, 17) Un anhelo que se reitera en el Nuevo Testamento (2 Pe 3, 13; Ap 21, 9).

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Los pastores, los labradores, las mujeres con sus cántaros, los niños y ancianos, los reyes… Gente de todas las edades y condiciones. Miembros del Pueblo elegido y personas de otras búsquedas religiosas expresadas en los magos.
La noche y el día; el frío afuera y el calor en torno a la cuna.

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Toda la atención se centra en esa cuna aún vacía pero cargada de promesa y de presencia que se avecina. Como escribe el Apóstol San Pablo, “cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a quienes estábamos bajo el domino de la Ley y para que recibiéramos el ser hijos adoptivos de Dios”. (Gálatas 4, 4-5)

El pesebre es un signo y a la vez una provocación. Nos empuja a desinstalarnos. En el tiempo previo a la Noche Buena, corremos el riesgo de quedarnos en una mirada fantasiosa y aislada de nuestra realidad. Debemos vencer la tentación de encerrar el acontecimiento de la Navidad en una foto o en un armado escenográfico de utilería que se coloca y que, luego de usarlo, se guarda.

El pesebre nos centra en la importancia de lo que no cuenta. En una de las oraciones que rezamos durante el Adviento le decimos a Dios: “Tú, que siendo grande, te hiciste pequeño; Tú, que siendo fuerte, te hiciste débil; Tú, que siendo rico, te hiciste pobre”. Es un llamado a transitar el camino de la humildad y la pequeñez.

Mañana 12 de diciembre celebramos la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe. Ella se aparece a un indio jovencito, San Juan Diego. También, para ese tiempo, alguien que no cuenta. Ella se presenta como mamá, con una vestimenta cargada de símbolos significativos para la cultura indígena.
Su presencia manifiesta cercanía, ternura. La Virgen le da una misión, lo envía a llevar un mensaje al obispo. Ante el desafío que le sobrepasa lo alienta de manera muy bella a no tener miedo: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?”. Y también “¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás por ventura en mi regazo?”.
Esta aparición de María marcó de manera especial el inicio de la Evangelización en el continente. En el 2031 se cumplirán 500 años de estos acontecimientos lo que nos indica un horizonte hacia donde seguir caminando.
El sábado 3 de diciembre cumplí 40 años de sacerdote. Quiero agradecer a quienes me hicieron llegar sus oraciones y afecto. Sigamos rezando por la paz en Ucrania.

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