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Opinión

Nos tenemos que encontrar a cenar

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. 

Hace dos semanas tuve que viajar a Buenos Aires por varias entrevistas y reuniones, y podía quedarme solamente un día. El ritmo fue intenso, pero pude organizarme para pasar a tomar unos mates con un matrimonio amigo, durante poco más de una hora. Un tanto fugaz, pero mejor que nada. Al despedirme me decían: “la próxima vez tenés que venir a cenar”.

Es que compartir la mesa es “otra cosa”. Es más que unos mates o un cafecito a las apuradas. Salvo las ocasiones en las cuales para cenar estamos obligados o por compromiso laboral. Cuando nos encontramos en familia o con amigos, comer juntos es signo de abrir la intimidad de la familia. Es un tiempo de aflojar tensiones, “bajar la guardia”, disfrutar de un momento de descanso.

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También es oportunidad para expresar el deseo de estar sinceramente a corazón abierto, una actitud o gesto de querer compartir algo rico. Tiene esa dimensión de agasajo desacartonado, y de ofrenda del tiempo y el cariño en la preparación del alimento.

Jesús compartió la Última Cena con sus discípulos. Además de las cualidades que recién comentaba, esta era una cena ritual, la celebración de la Pascua Judía conmemorando la obra Salvadora de Dios que liberó a su Pueblo haciéndolo pasar por el mar Rojo.

Durante esta comida religiosa Jesús hizo algo sorprendente: transformó el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Y pidió a los discípulos continuar este misterio diciéndoles “hagan esto en conmemoración mía”.  De este modo quiso perpetrar su presencia en medio nuestro como familia suya.

Los primeros cristianos se reunían a celebrar juntos la cena del Señor. San Pablo nos relata uno de los testimonios más antiguos: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía” (I Cor 11, 23-25).

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De este modo se congregaba la comunidad y se alimentaba en la fe.

También hoy en la misa nos adentramos en la Liturgia de la Palabra que nos ilumina, y la Liturgia de la Eucaristía que recoge los dones que ofrecemos, pan y vino, fruto de la tierra, la uva, y el trabajo de la humanidad.

Es también una cena ritual en la cual conmemoramos la Pascua de Cristo, su paso de la muerte a la vida eterna, su entrega de amor. Hoy celebramos en la Iglesia la Fiesta Solemne del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Pero volvamos al pasaje de la carta a los Corintios que transcribimos. Nos narra lo que los primeros cristianos celebraban. No es un invento ni siquiera de los Apóstoles. El testimonio de San Pablo es elocuente: “lo que yo recibí del Señor y a mi vez les he transmitido”. Y en esa noche Jesús tomó el pan, lo partió y entregó. No son gestos casuales o meramente operativos. El Señor mismo es el que “se parte y entrega” por amor llegando a ofrecerse en la Cruz. Así, la Eucaristía es memorial, actualización de esa entrega.

Al participar nosotros como llamados a su mesa no somos extraños que miramos de afuera. Somos invitados a sumar la vida y formar parte de esta ofrenda de Jesús.

Sus discípulos-comensales también estamos llamados a entregar la vida para los demás, especialmente los sacerdotes que en el nombre de Jesús y por su virtud transformamos el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre.

El próximo sábado 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, Fray Carlos María Domínguez será consagrado Obispo en nuestra querida arquidiócesis. La celebración comenzará a las 18 hs en el Estadio Cerrado Aldo Cantoni. Te esperamos y contamos con tu oración.

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