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Cultura y Espectáculos > Tributo

Una danza sin tiempo para homenajear a sus fundadores

Los bailarines fundadores de la danza moderna de San Juan, Violeta Pérez Lobos y Juan Carlos Abraham, tuvieron un homenaje a su trayectoria en un Teatro Sarmiento colmado. 

09 de septiembre de 2019

Este fin de semana, impulsado por el Ministerio de Turismo y Cultura, se celebró el homenaje a Violeta Pérez Lobos y Juan Carlos Abraham, dos importantes figuras de la danza y cultura local.

El fin no solo era celebrarlos sino hacer un recorrido y dejar a las futuras generaciones material para que perdure el legado de la pareja y tengan un origen al cual acudir.

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La celebración constó de dos partes, la primera fue una teatralización donde Juan Carlos Abraham (hijo) y Pierina Chialella presentaron el material de archivo. Apelando a lo emotivo dieron pie al estreno del material audiovisual que recrea el paso y la influencia de ambos en la cultura sanjuanina.

La segunda parte constó de la obra “Los inmigrantes de ningún lugar”, obra original de Sergio Moliní, discípulo de Violeta y Juan. Allí se desplegó toda la gracia del Ballet San Juan Nuestro Tiempo, donde los bailarines interpretaron una pieza alucinante y triste que generó el aplauso más de una vez. Viendo semejante despliegue de talento se puede responder a la pregunta ¿Por qué fueron tan importantes?

UNA HUELLA DIFÍCIL DE BORRAR

El legado que construyó la pareja de artistas quedó en evidencia a lo largo de todo el homenaje. No hay que olvidar que este está motivado no en quienes lo conocieron sino en quienes aún no los descubren. Aquellos que como exploradores en unas ruinas quieran buscar y entender lo que los precedió y así entenderse a si mismos.

Poniéndolos en contexto, sus sombras se agigantan. Juan Carlos Abraham puso a un grupo de varones a bailar, arriba del escenario. Rupturista en un tiempo peligroso para plantarse con ideas diferentes. Violeta le dio la gracia necesaria, la flexibilidad del movimiento y una técnica especial para decir cosas sin palabras.

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Cuando se pudo espectar la obra de sus discípulos todo se fue aclarando. Abraham se servía del artilugio del caos para presentar un espectáculo organizado, allí donde otro hubiera exigido sincronía, él otorgaba un movimiento orgánico. Se alejaba de la máquina para abrazar lo humano.

Por otro lado, sus narrativas eran explícitas pero dejaban un lugar para la metáfora. Evidentemente era un conciliador entre los “polos” de lo popular y la élite.

Y así sin conocerlos, las generaciones venideras recibirán un relato de un maestro estricto y perfeccionista, pero amable y cariñoso y de su alumna que en la danza supo encontrar una vida, que se movía con la gracia de la seda y que continuó el camino de su maestro para sentar unas bases sólidas en la danza local. Sin importar género o estilo, “la danza es una sola” diría Violeta y es ahí cuando la historia se repite, al menos ese instante que sucedió al final del homenaje: un Teatro Sarmiento colmado, aplaudiendo de pie.

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