POR REDACCIÓN
16 de octubre de 2019
Evo Morales, aquel dirigente cocalero de la etnia aymara que en 2005 se convirtió en el primer presidente de Bolivia surgido de la mayoría indígena, buscará en las elecciones del próximo domingo acceder a un cuarto mandato consecutivo, desoyendo el referendo que rechazó esa posibilidad y, por ende, con resultado incierto. Por esta razón, las encuestas indica que si bien Morales lidera las intenciones de voto, esta vez, a diferencia de las anteriores reelección, el triunfo no está asegurado, pese a los enormes logros económicos y de inclusión social que se registraron en Bolivia desde 2005 en adelante. Morales, quien el próximo 26 de octubre cumplirá 60 años, asumió la Presidencia en 2006 tras un período de graves estallidos sociales -que lo tuvieron como protagonista-, hiperinflación y cambios abruptos de presidentes. Se impuso en las urnas con el 54% de los votos, un triunfo que repitió con abrumadora mayoría en 2009 con un 64%, y en 2014 con el 61%. El primer objetivo fue la prometida reforma constitucional y para redactarla se eligió la Asamblea Constituyente, una decisión que se vio plasmada en 2009 cuando se concretó la esperada nueva Constitución, más inclusiva con los indígenas y los pobres, por la que el país paso de llamarse República de Bolivia a el Estado Plurinacional de Bolivia. Para entonces, Evo Morales ya era una figura de la izquierda latinoamericana y sus trajes bordados y su reivindicación de las plantaciones ancestrales de coca ya no eran una rareza internacional. Libros y películas sobre su vida son el reflejo de ese protagonismo. Alineado con todos los gobiernos progresistas que de la región y enfrentado abiertamente con Estados Unidos, país al que prácticamente desterró de Bolivia, Morales también estuvo al borde de un entredicho con el Vaticano. Fue en julio de 2015, cuando durante una visita del papa Francisco le entregó un presente en el que Jesús estaba crucificado sobre el símbolo comunista del martillo y la hoz. "Esto no está bien", balbuceó el pontífice argentino, Jorge Bergoglio, atónito ante tamaño sincretismo. Además cumplió con las promesas que salieron de la Guerra del Gas de 2003: en su día número 100 en el cargo nacionalizó las reservas de petróleo y gas de Bolivia, una decisión soberanista que desde entonces marcó el crecimiento económico, pero también social. La nacionalización de los hidrocarburos permitió que el Estado contara con cuantiosos recursos y que la inversión pública creciera de 629 millones de dólares en 2005 a 6.210 en 2018. Esos recursos también fueron la base y el sustento de las políticas sociales, de la expansión del gasto público y de la mejora de los servicios públicos como la salud y la educación. Un ejemplo de ello es la reforma del sistema escolar que llevaron a la alfabetización completa en 2008. Desde que Morales llegó al poder, la economía del Bolivia creció a un ritmo constante de 4.9% por año y generó excedentes que le permitieron reducir a la mitad la pobreza del 70,1% al 36,4%, y la pobreza extrema fue del 37,7% al 17,1%, así como la consolidación de la clase media. Todos estos datos, entre muchos otros, deberían pronosticar un triunfo de Morales, que mantiene una base dura del 30% especialmente en el sector rural, aunque tal victoria no está asegurada según los últimos sondeos, por lo que el resultado de las elecciones está por verse. Lo cierto es que en paralelo a estos avances su gestión parece haberse ido encerrando en sí misma, en parte para defenderse de los duros cuestionamientos de las fuerzas políticas y sociales afincadas la llamada "media luna productiva" del este del país, que alentó una política secesionista. Morales, señala la prensa boliviana, no participa de un debate presidencial desde hace 17 años, cuando era sólo un dirigente en ascenso. En febrero de 2017, promediando su actual mandato, el segundo y último permitido por la Constitución Plurinacional, el presidente convocó a un referendo con la intención de legitimar sus aspiraciones a un cuarto período, y perdió.
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