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Opinión > Mensaje dominical

Creo en el Espíritu Santo

Esta es una de las afirmaciones más importantes de nuestra fe. Así como creemos en Dios Padre y en Dios Hijo, también lo hacemos en Dios Espíritu Santo.

Sin Él la Iglesia sería como una ONG piadosa o un club de beneficencia, loables, por cierto, pero sin cumplir la voluntad de Jesús de hacernos familia suya por obra de su Espíritu.

Para enseñarnos acerca de la acción propia del Espíritu Santo la Biblia utiliza varias imágenes o simbologías. Te comparto tres de ellas: el agua, el fuego, la paloma.

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El agua. Cuando el soldado atravesó el pecho de Jesús crucificado con la lanza “brotó sangre y agua” (Jn. 19, 34). Es una de las alusiones a la efusión del Espíritu. En el mismo Evangelio de San Juan, Jesús dice que del interior de los creyentes brotará un manantial de agua viva (cfr. Jn 7, 38). Y San Pablo, hablando del Bautismo nos dice que todos “hemos bebido de un solo Espíritu” (I Cor 12, 13).

El fuego. Hace referencia al ardor y la potencia transformadora del Espíritu. Juan Bautista nos presenta a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu y en el fuego” (Lc 3, 16). Y Jesús nos dice: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» (Lc 12, 49).

En Pentecostés descendió el Espiritu Santo en formas de lenguas “como de fuego” (Hc 2, 3). La simbología del fuego nos hace pensar en el amor encendido.

La paloma. Es también utilizada en los relatos del bautismo de Jesús, ocasión en la cual al salir del agua desciende el Espíritu Santo en forma de paloma y se posa sobre Él (Mc. 1, 10). Nos Evoca la libertad y la paz.

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En este día celebramos la fiesta de Pentecostés, culminación de la Pascua. Es maravillosa la obra del Espíritu Santo:

Nos enseña a rezar a Dios como Padre y a reconocer a Jesús como Hijo de Dios.

Es la fuente de la comunión (no la uniformidad) y la diversidad (no la anarquía).

Nos ayuda a comprender la Palabra de Dios, y nos impulsa a la misión con audacia y fervor. La acción del Espíritu se da por desborde.

Es la causa y fuente de la Esperanza cristiana. Nos alienta en los sueños de un mundo nuevo.

El Espíritu Santo se invoca y está presente en todos los Sacramentos.

Sin Él no hay sínodo, no hay Iglesia.

Él suscita la audacia misionera. Le “pone el pecho” a los desafíos, no se achica. Hace accesible la buena noticia a todas las lenguas y culturas.

En una época marcada por la fragmentación de las personas, las sociedades, el Espíritu inspira en el corazón del pueblo los anhelos de una búsqueda en común.

La Iglesia es conducida por el Espíritu a estar en las periferias acogiendo la fragilidad para ser signo de la presencia del Reino que crece desde la levadura.

Por eso lo invocamos “ven, Espíritu de Dios” a dar confianza en las incertidumbres / a consolarnos en nuestras fatigas / a darnos luz para discernir los signos de los tiempos / a sanar nuestras heridas y decepciones / a renovar los sueños / a ponernos en marcha / a sacudirnos de la modorra, la comodidad.

Nos sumamos a la oración que el Papa nos propone para el Sínodo: “Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro”. Amén.

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