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Opinión > Mensaje episcopal

La guerra destruye vidas y sueños

Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general de Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

La violencia de la guerra es destructiva en sí misma. La muerte no es un daño colateral advenedizo o casual, sino el resultado buscado como medio para un fin.

Cuando no se alcanza a acordar por la razón, el empleo de la fuerza busca la destrucción de la vida, las viviendas, las fábricas, las rutas. El hambre tampoco es un daño colateral. Es un camino para presionar.

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Cuando se cierran corredores humanitarios para que puedan salir personas, ingresar alimentos, medicinas, otras ayudas, la enfermedad no es un daño colateral casual, sino un modo impuesto para doblegar la libertad.

La guerra es expresión de la claudicación de nuestra condición humana para dar paso a la brutal animalidad que busca marcar terreno.

La guerra es postergación de la ternura, el abrazo, la amistad, el encuentro. Es división de la familia, distancia de vecinos, desarraigo de refugiados, miedo en los niños, desamparo de los ancianos, rotura de los frágiles.

Las bombas mutilan niños y amputan los sueños.

La obstinación se cierra a la negociación y al clamor de buena parte de la humanidad. Los organismos internacionales se muestran impotentes para detener la destrucción. Las “sanciones” van de lo absurdo (como quien posa para la foto) a lo insuficiente (que no motiva a ningún replanteo).

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El Papa realizará un gesto de oración a la Virgen de Fátima consagrando a su corazón inmaculado a Ucrania y a Rusia. Será el viernes 25 de marzo, solemnidad de Nuestra Señora de la Anunciación. Te pido que ese día te sumes en la oración, presencial o virtual o en la soledad de tu hogar.

En la Catedral de San Juan tendremos a las 20 hs la misa en la que rezaremos por los derechos de los niños por nacer y los niños ya nacidos que reclaman respeto y dignidad.

LA HIGUERA ESTÉRIL

Cuando la tierra y el agua son bienes escasos, hay que aprovechar muy bien su uso. La geografía de Israel —muy parecida a la de San Juan en algunas regiones— posee pocos lugares aptos para la siembra.

Tomando esta realidad, en el tercer Domingo de Cuaresma que celebramos, Jesús nos enseña por medio de una sencilla parábola acerca de la necesidad de dar frutos adecuados. (Lucas 13, 6-9).

La higuera tiene hojas grandes en relación a otros frutales, pero si no da frutos es puro follaje. Es solo vistosa, pero no alimenta ni produce el gozo del sabor.

En el relato de Jesús esta falta de fruto no parece que sea algo circunstancial porque se especifica que lleva ya tres años sin fecundidad. La pregunta que se hace el propietario nos la realiza Jesús a nosotros: “¿Para qué seguir malgastando la tierra?”. ¿Podrá dar frutos nuevamente?

Veamos que la pregunta trae implícita la memoria de tiempos mejores, de mayor productividad.

El cuidador se presenta como modelo de intercesor y colaborador. Se compromete con la situación y se dispone a trabajar. No se queda de brazos cruzados en actitud quejosa. Aprendamos de él.

Te comparto una oración escrita por un obispo italiano y que el Papa rezó el miércoles pasado: “Llamamiento y oración por Ucrania” (Catequesis de Francisco el 16-3-22).

Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.

Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un búnker de Járkov, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!

Perdónanos, Señor, perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.

Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.

Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.

Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.

Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!

Ilumina nuestra conciencia, no se haga nuestra voluntad,

¡no nos abandones a nuestras acciones!

¡Detennos, Señor, detennos!

Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.

Oh, Señor, ¡pon un freno a la violencia!

¡Detennos, Señor!

Amén.

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