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Provinciales > Entre algoritmos y pinceles digitales

La inteligencia artificial, a prueba: una máquina que imagina, pero no concreta

Un viaje entre prompts, estilos y frustraciones. La IA pintó mundos posibles, pero jamás diagramó una pieza publicable sin la mano final del diseñador humano.

Por Francisco Buceta
Hace 20 horas

No es el más fuerte ni el más sabio quien sobrevive, sino quien mejor se adapta. La IA nos obliga a evolucionar. (Foto: ilustrativa).

Lo que comenzó como un experimento se convirtió en una experiencia reveladora. Hoy es imposible no usar, consciente o inconscientemente, la inteligencia artificial (IA). Es parte integral de nuestro día a día e influye en nuestra forma de trabajar, comunicarnos, aprender y entretenernos. Es cada vez más común ver personajes creados por IA en noticieros, spots publicitarios o campañas políticas. Pero no es sólo lo que vemos, está presente en innumerables tareas cotidianas: el autocorrector del teléfono, el filtro de la cámara, las sugerencias en Netflix o Spotify, las recomendaciones de Mercado Libre e incluso el contenido que vemos en redes. Todo es IA.

A esto hay que sumarle una sensación cada vez más presente. En las primeras décadas del siglo XX, el temor a la automatización y la pérdida de empleos debido a las máquinas era una preocupación común, al punto de que se organizaron protestas obreras que se caracterizaban por la destrucción de estas máquinas. Hoy, las inquietudes se han ampliado para incluir temas como la privacidad de los datos, el sesgo algorítmico, la autonomía de los sistemas y la posibilidad de que la IA supere la inteligencia humana.

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En ese contexto surgió una pregunta: ¿Puede una IA crear algo complejo como una infografía? Un producto que requiere recolección y clasificación de información, diagramación y diseño. Había una sola forma de averiguarlo. El primer paso era buscar información. ChatGPT fue el encargado. La orden fue: "Necesito información sobre cómo la inteligencia artificial afecta nuestra vida diaria para la realización de una infografía que será publicada en DIARIO HUARPE, multimedio de la provincia de San Juan". El texto resultante estaba correcto, bien redactado y diferenciado por secciones, pero todo positivo, sin polémica o puntos negativos. Este primer resultado nos mostró una limitación clave: la IA tiende a priorizar la información positiva, dejando fuera las complejidades y los puntos negativos.

Había que revisar esa primera versión, pedirle que completara la información con voces en contra y lagunas legales, pero sobre todo algo fundamental: chequearla. El trabajo con la IA es de colaboración, es una herramienta increíblemente útil, pero no deja de ser eso: una herramienta. Una vez completada esta primera etapa, era el momento de pasar a la diagramación.

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La odisea del prompt maestro

“Haceme una infografía vertical, estilo Studio Ghibli, sobre la IA en San Juan”. Esa fue la orden, esperando obtener en minutos una pieza periodística lista para publicar. Después de todo, las IA generadoras de imágenes prometen crear lo que sea con apenas un prompt (instrucción que se le da a la inteligencia artificial). ¿Qué tan difícil podía ser? La idea era clara: ilustrar la Plaza 25 al atardecer, con el Campanil de fondo y un joven sanjuanino con visor holográfico, montado en una silla flotante. Todo con un aire de película de Estudio Ghibli (aprovechando el furor por este estilo visual que inundó de imágenes las redes un tiempo atrás). Sumarle viñetas de contenido (consumo, minería, educación, ética, futuro y tensiones) que tenían que incluir textos legibles, bajadas, ítems claros, gráficos estilizados y, por si fuera poco, una línea de tiempo con hitos históricos de la IA completaba la composición.

Terminó siendo mucho más complejo de lo esperado. La respuesta fue tan simple como la orden, un claro indicio de la necesidad de algo más elaborado. Así que la solución parecía ser obvia: la ingeniería del prompt, el arte y la ciencia de diseñar, optimizar y refinar las instrucciones que se le dan a un modelo de inteligencia artificial para que genere las respuestas deseadas, de manera precisa y relevante. No se trata solo de escribir una pregunta, sino de estructurar la entrada de tal manera que la IA entienda el contexto, la intención y los matices para producir un resultado óptimo.

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Lo que siguió fue una odisea digital. Tras muchas horas afinando prompts describiendo cada detalle (tamaño en píxeles del lienzo, estilo visual, ubicación de los elementos de acuerdo con una ilustración central, nombre, cuerpo y estado de la tipografía y características gráficas de cada bloque de texto), apareció la primera limitación: la IA de generación de imágenes no escribe textos legibles. Aunque se le indicara palabra por palabra, el resultado siempre eran tipografías deformadas o palabras inventadas. A eso se le sumó el segundo problema: cada vez que una ilustración, o parte de ella, debía ser modificada porque no era lo requerido, cambiaba absolutamente todo. El personaje, el fondo, las viñetas, todo era nuevo, diferente, lo que significaba empezar de cero. Una y otra vez. El último escollo fue la limitación técnica en cuanto al tamaño de las imágenes que hoy posee la IA.

Fue entonces cuando algo que ninguna charla de IA explica de repente fue obvio: la inteligencia artificial no entiende el concepto editorial de “continuidad gráfica” ni “composición funcional”. Genera lo que se le pide, pero no con la precisión de un diseñador humano. Es como un artista conceptual al que se le describe un sueño y devuelve un cuadro inspirado en él, no una pieza diagramada para imprimir.

La solución fue abandonar la idea de un solo archivo. Era momento de pedir cada parte por separado: primero el fondo de la plaza con el campanil, luego las burbujas de texto (sin texto real), después la línea de tiempo con sus íconos y finalmente el personaje sanjuanino (al menos la versión de la IA) en su silla flotante. Todo sería ensamblado en Photoshop, donde tipografías reales, tamaños exactos y estructuras editoriales cerrarían la pieza.

Así, la IA pasó de ser la creadora total de la infografía a un asistente de bocetado y arte conceptual. Y no está mal. Es ahí donde brilla: para inspirar, ilustrar y abrir posibilidades estéticas. Pero no para reemplazar la experiencia, la mirada, la capacidad editorial y el dominio técnico de un diseñador humano.

Hoy, al ver la infografía terminada, queda un convencimiento de algo. La IA no es crítica, no cuestiona, no alerta sobre errores e incluso miente cuando no puede realizar alguna tarea. Por el momento no reemplaza a los humanos, los obliga a ser más creativos, a redefinir procesos y a pensar estratégicamente qué parte de la tarea pedirle a la máquina y cuál guardar para criterio profesional. Porque la IA dibuja, pero no edita. Sueña, pero no publica.

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