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Provinciales > El otro San Juan

Sierras de Chávez, el último refugio de un estilo de vida en extinción

La geografía en las cumbres vallistas no tiene comparación con ninguna otra de San Juan. Entre sus quebradas se viven rutinas igual de especiales, que los serranos luchan por conservar.

29 de noviembre de 2021
Mientras cada vez menos jóvenes viven entre las sierras, las generaciones mayores piden una sola cosa para ellos: opciones. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Las piedras de gran tamaño, vegetación variadada y cerros altos son el paisaje típico de las sierras. Foto Mariano Martín DIARIO HUARPE.
n las casas, durante el día, la radio es una compañía permanente cuando los serranos están en el interior. El mate es otro infaltable. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Las casas son las mismas que padres o abuelos le heredaron a las nuevas generaciones. Carlos y Gilda, una de las pocas parejas jóvenes en la zona, recibieron a préstamo "por el tiempo que haga falta", un puesto de un conocido que no tiene hijos viviendo en las sierras. Ya empezaron a criar animales. Fotos Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Camila Fernández, hija de Arturo y Cecilia, sueña con ser médica forense.
Los chicos van a la escuela a caballo, algo que es parte de la normalidad de las sierras. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
El único servicio en el que gastan es en el gas envasado. El agua la obtienen de vertientes. En la foto, Arturo Fernández junto a una de las obras que alimenta su casa. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Cuando el atardecer avanza, los serranos vuelven a sus casas y rara vez salen hasta el otro día. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Como principal actividad económica crían cabras para luego vender los chivos carneados, leche o quesos. En los últimos años han mejorado técnicas y genética, pero si algún animal se enferma no pueden acceder a un veterinario. Eso y que las ventas van en merma afectó la economía serrana. Fotos Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Una remera vieja puede servir para hacer tiras para atar paquetes. Todo se reutiliza en las sierras, donde casi no producen basura porque no cuentan con recolección. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Aunque han tenido años secos por falta de lluvias, que afectaron las vertientes, solo hay un pozo de agua que tiene más de 60 años y está en la casa de Juan Rumaldo Fernández. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Las casas son todas de piedra o adobe, porque hasta que llegó el camino era imposible subir ladrillos a caballo. Ahora los costos de cada viaje en camioneta llegan a los $4.000 y construir así es muy caro para casi todos. Fotos Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Juan Rumaldo Fernández es conocido por su trabajo en cuero trenzado. Foto Mariano Martín - Diario Huarpe.
Juan Rumaldo Fernández y Miriam junto a sus hijos.
Jesús Chávez y su esposa Alicia Díaz.
Aurelia Gómez tiene 89 años y es la vecina más longeva de las sierras. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Las casas suelen estar cerca de ríos. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
La escuela albergue es el lugar donde los niños y adolescentes generan lazos de amistad. Alrededor están la capilla y la Sala de Salud, por lo que este lugar es el centro de la vida social serrana. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.
La primera despensa de las sierras nació gracias a la construcción del camino. Antes todo lo compraban en San Agustín e iban a caballo o mula. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

En las sierras vallistas los terrenos planos son una rareza. Cada una de las montañas parece nacer apuntando al cielo y crecen doscientos o trescientos metros. Las construcciones tienen que aprovechar el escaso espacio entre las quebradas para existir. Las casas se acomodan cerca del cauce del río, pegadas a los corrales de animales, las huertas cercadas con muros de piedra y los árboles que se plantaron varias generaciones antes, para protegerse del viento y el sol.

En medio de ese paisaje, diferente a todos los que existen en la provincia, transcurren las vidas de los vecinos de las sierras. Viven en sus puestos construidos a mano con materiales encontrados en la zona, piedras o adobes. Casas heredadas y revividas por cada generación, que se construyen y mejoran todos los días. Entre animales, que son el centro de su economía, tienen un ritmo muy propio, con códigos únicos. Alejados por las montañas, cercanos por vínculos familiares y de solidaridad que vienen de siempre. Se trata de un estilo de vida esforzado, pero que eligen y sueñan que siga existiendo, a pesar de todo.

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Las casas suelen estar cerca de ríos. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

Cada cosa que encaran en el día a día lleva mucho trabajo. Para cocinar la mayoría tiene gas en garrafas, pero para usar el horno o calentar el calefón y bañarse, usan leña. El agua la obtienen de vertientes y ellos mismos tienen que hacer las instalaciones para sacarla del interior de la montaña con cañerías de plástico, tanques y reservorios. La luz es fotovoltaica, pero un día nublado o algo tan simple como dejar una radio enchufada puede dejarlos sin suministro. No tienen proveedores de servicios, así que si tienen un problema lo arreglan ellos o “se las arreglan”, como explican. Si se quedaron sin luz por falta de baterías, tienen todavía las luces a gas o, como mucho, luces de emergencia.

A pesar de que cuentan con esa electricidad, las actividades se concentran en el día. Cuando empieza a caer el sol vuelven a las casas. Mientras empiezan los preparativos de la cena, el mate y la radio, único medio de comunicación que usan de forma permanente, son centrales. También tienen televisión satelital, pero no siempre les alcanza para la carga prepaga. Los DVD’s que compran son una opción, pero las pantallas están lejos de ocupar un lugar central en sus día a día.

n las casas, durante el día, la radio es una compañía permanente cuando los serranos están en el interior. El mate es otro infaltable. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

La vida social está marcada por el trabajo y la luz del día. Los serranos se conocen todos, pero se ven poco. Cuando se cruzan entre los cerros trabajando o cuando pasan por la casa de un vecino, frenan siempre. Un saludo, preguntar por el estado de todos y si hay alguna novedad, son la regla no escrita que siempre cumplen. No son conversaciones al azar y por compromiso. Es la única manera de saber realmente cómo están los otros en un lugar donde no tienen otras formas de conexión.

En las sierras la economía es tan austera y tradicional como las relaciones sociales. Los habitantes viven con poco dinero y mucho esfuerzo. Contratar a alguien para que haga algo es una rareza, a veces piden ayuda a los jóvenes de otras familias durante los tiempos de cosecha o mayor trabajo. Ellos se encargan de sus propias reparaciones y fabrican artesanalmente lo que no pueden comprar. Cuando alguno es especialmente habilidoso, los conocidos les compran o cambien esos bienes. Es el caso de Juan Rumaldo Fernández y su esposa Miriam Gómez, quienes viven con sus dos hijos. El hombre es conocido por sus cueros trenzados para lazos trenzados y ella borda y hace colchas tejidas al telar.

Juan Rumaldo Fernández es conocido por su trabajo en cuero trenzado. Foto Mariano Martín - Diario Huarpe.

En todas las casas hay huertas para consumo propio o con forraje para los animales. Ir al almacén todos los días no es una opción, porque solo existe una proveeduría y todavía con oferta limitada. Además, el vecino más cercano del negocio está a unos 15 minutos a caballo, mientras el más alejado a un par de horas. Aun así, la apertura del lugar hace un año, gracias a la existencia del camino, cambió por completo sus vidas. Antes comprar significaba ir a caballo hasta San Agustín. La mayoría optaba por organizar las compras de un mes y bajar con animales de carga en una travesía que duraba un día de ida y otro de vuelta.

Una remera vieja puede servir para hacer tiras para atar paquetes. Todo se reutiliza en las sierras, donde casi no producen basura porque no cuentan con recolección. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

Los serranos tienen pocos ingresos, pero gastan también mucho menos que una familia normal. Es una de las ventajas que rescatan de vivir en el lugar. La cantidad de horas de trabajo no les pesa. De a poco van sumándose otras oportunidades, oficios que nacen con los cambios que vivieron los últimos dos años, pero la tradición ganadera pesa más.

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“Para qué vas a tener campo sin unas cabras que cuidar”, resume Alicia Díaz. La mujer y su esposo Jesús Chávez atienden la proveeduría. No es estrictamente de ellos, sino que tienen un conocido que se dedica a hacer viajes hasta la zona, muchas veces fletes con mercadería. El hombre se asoció con la pareja para poner el negocio, que sirve para las pequeñas compras de los vecinos que complementan la gran compra mensual.

Jesús Chávez y su esposa Alicia Díaz.

Jesús es portero de la escuela local y Alicia antes vendía algunos de los hilados y tejidos a telar, aunque cada vez menos. Ellos, a pesar de que han sumado los ingresos del negocio, que tiene probabilidades de crecer, seguirán eligiendo las cabras como actividad principal.

La primera despensa de las sierras nació gracias a la construcción del camino. Antes todo lo compraban en San Agustín e iban a caballo o mula. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

Pero si el sueño de las generaciones mayores es sostener esa vida, el de sus hijos muchas veces difiere. Los más jóvenes en las sierras se encuentran con que si quieren seguir otras ramas, tienen pocas oportunidades en el lugar. Han surgido algunas alternativas, como el entrenamiento que hacen los enfermeros para tener auxiliares o los puestos que se abren en la escuela. Pero no alcanza para todos o algunos tienen otros sueños y objetivos. Este es el origen de la preocupación común de los vecinos.

“Lo que está pasando es que quedamos pocos vivientes”, explica Aurelia Gómez, la mayor de las vecinas de las sierras, que ya cuenta 89 años. Recuerda que en su juventud eran muchos los que se quedaban, pero luego, cada vez más querían terminar los estudios, tener más alternativas. “Cuando terminaban la primaria y querían seguir estudiando se iban y ya no volvían”, cuenta. Desde hace un tiempo los alumnos avanzan un poco más, hasta tercer año de la secundaria. Pero después, a los 15 o 16 años, los chicos tienen que armar los bolsos y partir.

La escuela albergue es el lugar donde los niños y adolescentes generan lazos de amistad. Alrededor están la capilla y la Sala de Salud, por lo que este lugar es el centro de la vida social serrana. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

Los que vuelven son los menos. Algunos deciden dejar la vida de sus padres, seguir en San Agustín o tal vez migrar un poco más lejos, sobre todo si siguen alguna carrera. Están también los no vuelven porque cuando emigraron empezaron a trabajar y están tan inmersos en la rutina que no regresan. Que los chicos serranos tengan que buscar un ingreso antes de terminar la secundaria se debe a que sus padres no ganan lo suficiente como para enviarles dinero. Así, el miedo de los serranos del que habló Aurelia se va cumpliendo: son cada vez menos.

Arturo Fernández y su esposa Cecilia Díaz son de los que se quedaron. Él, de los que volvió. Durante más de una década dejó las sierras que ama para trabajar primero en el Gran San Juan, después llegó hasta Mendoza. Pero el hombre extrañaba esa vida pacífica y ya hace más de 20 años que volvió. Se casó, tuvieron cuatro hijos y adoptó también a la hija mayor de ella.

El único servicio en el que gastan es en el gas envasado. El agua la obtienen de vertientes. En la foto, Arturo Fernández junto a una de las obras que alimenta su casa. Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

Se fue a vivir a la casa que fue de su abuelo, un puesto grande, el cuarto desde que uno ingresa a las sierras por el camino, e hizo otra vivienda más de cero. No es algo común, la mayoría retoma las construcciones que estaban, que la generación anterior dejó sola cuando fallecieron o se mudaron. Como se reduce la población, hay puestos abandonados a cada tanto en la zona.

Arturo y Cecilia vieron crecer a sus hijos en el lugar, les enseñaron el oficio ganadero y cuando uno a uno les pidieron irse a San Agustín a terminar los estudios, los apoyaron. Hoy solo vive con ellos la más chica, Camila. La adolescente tiene 13 años y le queda solo un año más en la escuela. Quiere seguir estudiando y hasta eligió una carrera desafiante: sueña con ser médica forense como el personaje de una película que vio. Sus padres, que tienen la primaria completa, apenas pudieron ayudarla en tiempos de pandemia, pero la más chica de los Fernández es una estudiante aplicada.

Camila Fernández, hija de Arturo y Cecilia, sueña con ser médica forense.

Al igual que muchos chicos, Camila sabe que tendrá que irse. Le gusta la vida en los puestos y es tan buena cuidando animales o trabajando la tierra como su padre. La escuela albergue es para ella ese espacio de transición, donde convive con sus amigos, a los que rara vez ve por fuera de las aulas. Tienen internet y los chicos, como cualquier otro, disfrutan de las redes y ese “afuera” que no desconocen. Por eso, lo que Camila quiere es poder terminar la secundaria en las sierras y no tener que irse antes, como muy probablemente pase.

Las casas son las mismas que padres o abuelos le heredaron a las nuevas generaciones. Carlos y Gilda, una de las pocas parejas jóvenes en la zona, recibieron a préstamo "por el tiempo que haga falta", un puesto de un conocido que no tiene hijos viviendo en las sierras. Ya empezaron a criar animales. Fotos Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

“Si ellos se quieren ir está bien”, dice Cecilia, su mamá, que ya vio partir a los cuatro mayores, tiene una hija casada en San Agustín, otra que estudia una carrera técnica vinculada a la minería y dos hijos con contratos en la Municipalidad. Los ve pocas veces al año y cuando Camila parta se quedarán solos con Arturo, como la mayoría de los matrimonios de más de 50 años. La ampliación de la escuela los ilusiona. A las pocas habitaciones y las tres aulas que había ahora le sumaron toda una zona habitacional y puede que crezca más. “Lo que queremos es que terminen acá, para que no se vayan tan chicos”. Arturo, después, agrega la diferencia clave, “queremos que tengan la opción”.

Los que se quedan lo hacen convencidos. A veces las charlas giran sobre las dificultades que existen, sobre cómo es vivir con lo mínimo a 1800msnm y aislados, como es por ejemplo tener un solo puesto de salud y tener que viajar horas ser atendidos. O de las mañanas en las que hace tanto frío que el agua de la vertiente se congela y no corre hasta las 11 o 12 del mediodía. Pero para los que están ahí son apenas anécdotas. Vivir de lo que les da esa tierra fértil, el agua “más pura que la de cualquier botella”, los vecinos que ayudan a poner en pie una casa, la oscuridad más completa de las noches con un cielo soñado y el silencio de esas tardes de mate son suficientes. “Yo de acá no me voy”, es la conclusión a la que llega cada charla, cada entrevista. Y una mirada alrededor explica todo.

Foto Mariano Martín - DIARIO HUARPE.

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