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Opinión > Política

Algo más que una ceremonia simbólica

El pasado 27 de octubre, el pueblo argentino ha votado por trigésima vez en la historia de nuestro país a un presidente constitucional, ya que precisamente el próximo 10 de diciembre, Alberto Ángel Fernández iniciará el trigésimo período presidencial constitucional desde que el 5 de marzo de 1854, ya con la vigencia de nuestra Ley Suprema, Justo José de Urquiza asumió como primer mandatario.

El pasado 27 de octubre, el pueblo argentino ha votado por trigésima vez en la historia de nuestro país a un presidente constitucional, ya que precisamente el próximo 10 de diciembre, Alberto Ángel Fernández iniciará el trigésimo período presidencial constitucional desde que el 5 de marzo de 1854, ya con la vigencia de nuestra Ley Suprema, Justo José de Urquiza asumió como primer mandatario.

A la luz de lo que nuestra propia historia indica, la posibilidad que el nuevo presidente inicie y termine él mismo el período presidencial que se iniciará el 10 de diciembre, es apenas del 55%. En efecto, de los veintinueve período presidenciales que hasta el momento se han iniciado en la Argentina, solo dieciseis fueron comenzados y culminados por un mismo mandatario. Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca dos veces, Yrigoyen, Alvear, Justo, Perón otras dos veces, Menem en dos períodos, Kirchner, y Cristina Fernández en dos oportunidades son los presidentes que lo han logrado, tal como también lo hará el actual presidente Macri.

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A su vez, cuando Mauricio Macri termine su período en diciembre próximo, será recordado por siempre como el primer presidente argentino no peronista que desde la aparición de Juan Domingo Perón inicia y concluye su mandato entero. El último presidente que lo había logrado fue otro ingeniero y militar, Agustín Pedro Justo, quien condujo los destinos de la Nación entre el 20 de febrero de 1932 y el mismo día de 1938; aunque por entonces el “peronismo” todavía no había nacido.

Los datos no son aleccionadores, pero en cada gestión presidencial se alberga la esperanza de que la historia comience a cambiar, y por lo tanto, y como consecuencia, que la seguridad jurídica se instale definitivamente en la vida política e institucional de nuestro país.

Los números de la economía y las necesidades sociales no permiten quitar el foco de atención de allí, pero es necesario advertir que la renovación períodica de autoridades, como característica del sistema republicano, en el contexto de la democracia representativa, nos permitirá ir construyendo políticas de largo plazo que empiecen a ser comunes a gobernantes de diferentes extracciones sociales, y que vayan dotando a la democracia de contenido social e institucional.

En ese sentido la ceremonia de traspaso de mando debe ser una fiesta del pueblo, aunque los actores sean los gobernantes. La ceremonia de asunción de un nuevo presidente no puede pasar desapercibida ni debe quedar librada a criterio del mandatario saliente o entrante. No puede ser que cada cuatro años sea todo un debate e incógnita saber cómo se desarrollará un acontecimiento institucional que deberíamos tener internalizado en la Argentina.

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La Constitución Nacional solo hace referencia al lugar en el que el presidente y vicepresidente entrantes deben prestar el juramento, así como también por qué deben jurar los mandatarios electos. El lugar es el Congreso de la Nación, en el recinto de la Cámara de Diputados, que por ser más grande que el del Senado, alberga en tal circunstancia a los  doscientos cincuenta y siete diputados y a los setenta y dos senadores nacionales. Y el juramento es el desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo, así como también el de observar y hacer observar los postulados de la Constitución Nacional.

Es a la hora de la prestación de dicho juramento cuando se inicia la gestión del nuevo gobierno, quien después de su discurso inaugural se dirige a la Casa Rosada a recibir los atributos de mando del presidente saliente (bastón y banda presidencial). En 2003, 2007 y 2015, Kirchner, Fernández Cristina y Macri los recibieron en el Congreso mismo, por cuanto los “k” decidieron modificar el orden de la tradicional ceremonia, y en 2015 la expresidente se negó a participar de esa fiesta de la democracia.

Por disposición constitucional los presidentes asumen el mando en el Congreso,  porque es allí el ámbito en el que se produce el juramento constitucional, motivo por el cual, hacerlo fuera de él lo convertiría en un acto nulo. Es por lo tanto irrelevante cuando y dónde el presidente entrante recibe los atributos de mando, que no dejan de ser elementos simbólicos del poder político que ejercen los presidentes.

Ojalá en la Argentina, alguna vez, estas ceremonias sean lo suficientemente relevantes como para resistir todo tipo de grietas, rencores y mediocridades. Cuando los pueblos y gobernantes dan importancia a las ceremonias institucionales, es porque entienden los que ellas representan; y ello a su vez signficia que existe un alto grado de cultura cívica. Por ello, el país aún espera.

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