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Barrios calientes de Resistencia: cómo los vecinos se autoorganizan frente a la inseguridad

POR REDACCIÓN

30 de noviembre de 2025

En Resistencia, capital del Chaco, la expresión “barrios calientes” dejó de ser una etiqueta periodística para convertirse en parte del vocabulario diario. Detrás de esas palabras hay esquinas marcadas por robos frecuentes, casas con rejas reforzadas y comercios que miran con desconfianza cada moto que frena en la vereda. Sin embargo, también hay algo más silencioso: una red de vecinos que, cansados de esperar soluciones milagrosas, empezaron a organizarse por su cuenta para cuidar el territorio sin dejar de reclamar la presencia del Estado.

Entre los más jóvenes del barrio, acostumbrados al mundo digital y a las partidas en línea, la conversación sobre el riesgo suele cruzarse con metáforas del gaming. Algunos comparan la vida cotidiana con una especie de “sala” permanente donde hay que moverse con estrategia, y mencionan plataformas de juego como whalebet para hablar de probabilidades, apuestas y recompensas: en los juegos, explican, quien se lanza sin pensar pierde fichas rápido; en los barrios calientes de Resistencia, quien se mueve sin coordinación, sin información y sin redes de apoyo, se expone mucho más a la inseguridad.

Redes, chats y alarmas vecinales

La primera reacción frente a los hechos de inseguridad no fue montar patrullas improvisadas, sino reforzar los vínculos. En muchas cuadras, viejos saludos de vereda se transformaron en grupos estables de comunicación. Allí donde antes sólo había un “hola” apurado, ahora hay chats, reuniones periódicas y cierta costumbre de comentarlo todo: autos sospechosos, ruidos extraños, problemas de iluminación.

Los vecinos fueron sumando herramientas sencillas, pero efectivas, que combinan costumbres de siempre con tecnología básica:

  • Grupos de mensajería instantánea para cada cuadra o manzana, donde se comparten alertas y se verifica la información antes de difundirla.
  • Alarmas comunitarias o sirenas conectadas a varios hogares, pensadas más para disuadir que para enfrentar a nadie.
  • Mapas informales del barrio —a veces en papel, a veces en una app— donde se marcan puntos críticos: baldíos, calles oscuras, casas deshabitadas.
  • Acuerdos mínimos sobre horarios y rutinas, cómo acompañar a pie a chicos y chicas cuando regresan tarde de la escuela o el club.
     

Estas iniciativas no reemplazan al patrullaje ni a la investigación policial, pero sí generan algo que muchos vecinos valoran: la sensación de no estar completamente solos cuando cae la noche o cuando un ruido los despierta de golpe.

Entre el miedo y la organización

En los barrios calientes de Resistencia, la línea entre cuidarse y caer en la paranoia es delgada. Por eso, en varias zonas, la organización vecinal tomó la forma de asambleas abiertas donde se discute no sólo qué hacer frente a la inseguridad, sino también qué cosas no se quiere hacer. La consigna es clara: evitar caer en prácticas violentas o discriminatorias y mantener el reclamo dentro de los canales institucionales.

De esas reuniones surgieron, en muchos casos, algunos acuerdos básicos que buscan marcar límites:

  • No perseguir ni “marcar” a personas sólo por su aspecto, su forma de hablar o su lugar de origen.
  • Evitar la difusión de nombres y fotos en redes sociales sin datos comprobados ni intervención judicial.
  • Denunciar siempre en comisarías, fiscalías o líneas oficiales, aunque el trámite sea lento o frustrante.
  • Invitar a autoridades municipales y fuerzas de seguridad a las reuniones del barrio para plantear cara a cara los problemas.
     

La autoorganización se nutre de la experiencia cotidiana, pero entiende que la solución de fondo requiere políticas públicas. Por eso, además de alarmas y chats, en muchos barrios se impulsa la mejora del alumbrado, la recuperación de espacios públicos y la oferta de actividades para jóvenes, como talleres deportivos o culturales.

Inseguridad, desigualdad y futuro

Quien observe desde lejos podría pensar que la autoorganización vecinal es sólo una respuesta puntual a los robos. Pero en Resistencia muchos vecinos la ven también como una forma de hacer visible un entramado más complejo: falta de oportunidades laborales, consumo problemático de sustancias, abandono escolar, ausencia de servicios básicos. Cada hecho delictivo tiene una cara inmediata, pero también un contexto que se discute en voz baja en las veredas y en los pasillos de los edificios.

La experiencia de los barrios calientes muestra que la inseguridad no se combate sólo con más patrulleros, sino también con más redes de confianza, más proyectos comunitarios y más presencia estatal no represiva. Vecinos que hasta hace poco no se conocían por su nombre hoy comparten reuniones, organizan festivales barriales, gestionan reuniones con funcionarios y hasta impulsan relevamientos propios sobre iluminación, recolección de residuos o tránsito.

Una ciudad que se mira a sí misma

Resistencia, vista desde el centro, puede parecer una ciudad partida entre zonas “tranquilas” y barrios permanentemente en alerta. Pero al recorrer las calles donde la inseguridad se siente con más fuerza aparecen otras capas: madres que se pasan el contacto de la comisaría, jóvenes que ofrecen ayuda para armar redes sociales del barrio, jubilados que vuelven a salir a la vereda porque saben que, si pasa algo, no tendrán que gritar solos.

La autoorganización vecinal no disimula el problema, pero sí cambia la manera en que se lo enfrenta. En lugar de resignarse o caer en soluciones fáciles basadas en el odio, muchos barrios eligen el camino más lento: armar comunidad, exigir políticas, y al mismo tiempo cuidarse entre todos. En ese equilibrio frágil, Resistencia ensaya día a día, la posibilidad de que sus barrios calientes sean también territorios donde la solidaridad y la organización tengan tanto peso como el miedo.

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