Eusebio de Jesús Dojorti
Vida y obra de Don Buena, el latir de todo el pueblo jachallero
Del libro “Buenaventura Luna: su vida y su canto”. Autores: Hebe de Gargiulo, Elsa de Yanzi y Alda de Vera.
POR REDACCIÓN
Alto, severo, de oscura tez curtida por los soles, con mirada profunda e inquisidora, tenía la sonrisa triste de los criollos que viven de interioridad.
Aseguraba que “las cosas bellas se dicen en pocas frases” y que “tontera es hablar sin decir nada”.
El 19 de enero de 1906, llegó al valle sereno del norte sanjuanino. Tuvo una niñez feliz, campesina y cristiana.
Fue de Buenaventura Luna, un hombre de confianza encargado del ganado y del ordeñe, reconocido por sus “tortas al rescoldo” y relatos montañeses, de quien toma su nombre. La primaria la hizo en la escuela Nº 26 de Huaco y continuó en la Escuela Normal Fray Justo Santa María de Oro de la villa de Jáchal. No terminó la secundaria pero ya entonces aparecía su inclinación por las letras. A tiempo que se sumergía en el mundo fascinante de los viajes por el campo argentino y de las lecturas. Don Quijote, La Biblia, El Martín Fierro fueron sus compañeros permanentes. La influencia de los renacentistas españoles que veneraba, Fray Luis y Garcilaso. Las lecturas políticas, sociales y económicas ocuparon mucho de su tiempo. Como también la filosofía oriental. Eusebio de Jesús Dojorti no tuvo una buena experiencia en la vida política aliado a Federico Cantoni. Su rebeldía juvenil y la evolución en sus planteos lo llevaron a disentir con los conductores del partido, y hasta fue perseguido y confinado a prisión.
Fue periodista en el diario “La Reforma” de la UCR Bloquista. Funda y dirige el semanario “La Montaña”. Condujo programas de radio en San Juan y Buenos Aires desde el 30, hasta el último que se le escucho, en el 52: “San Juan y su vida”. Dirigió dos conjuntos folclóricos que alcanzaron fama en todo el país y el exterior: Los Manseros del Tulum y La tropilla de Huachi Pampa.
Casi todos los poemas y todas sus canciones fueron compuestos entre 1934 y 1955. Eusebio tenía una memoria de baquiano que nada olvida y un varonil concepto de la amistad: “Los hermanos los da Dios y los amigos los elige uno”. A lo que sumaba una gran ternura por su madre.
Murió el 29 de julio de 1955. Un año más tarde, sus restos fueron llevados al Huaco de sus amores. El sepulcro fue emplazado al pie de un añoso algarrobo y señalado con una rústica guitarra tallada a mano. A la cabecera está el símbolo de los cristianos, hecho también de algarrobo y atado con tientos de cuero.
Hasta allí llega el alma del pueblo cada vez que la acosa el sentimiento y rinde el homenaje del canto y la guitarra para su pedido.