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Murió "Don Videla", el último bastión del cine analógico en San Juan
Héctor Videla pasó más de 65 años montando cintas y encendiendo proyectores. Vio y pudo dar testimonio del nacimiento y la caída de las salas de cine en San Juan.
Falleció en la madrugada de hoy lunes 21 de junio, tenía 88 años. Trabajó como operador del Cine Teatro Municipal, oficio que ejerció por más de 65 años. Fue uno de las figuras de la cultura local que mantuvo un oficio casi extinto. Montar la cinta, ponerla a correr, encender el proyector. Por sus dedos pasaron fílmicos de 65 mm, lámparas de carbón e hizo la transición a la cinta magnética, el VHS, el DVD, lo digital.
Comenzó de muy joven, a los 18, antes se desempeñó como portero y acomodador. Héctor fue testigo de la aparición y caída de las salas de cine en San Juan y siempre resaltó la importancia del Cine Teatro Municipal.
Pero no sólo sostuvo el oficio de proyectar películas como una prioridad, era una biblioteca caminante en cuanto localización de salas que ya no están. En el documental “El Apagón” de Florencia Poblete, recorre los espacios convertidos en templos evangélicos y zapaterías.
En vida amó al cine como se aman las pasiones, sin la cabeza. La preservación del patrimonio fílmico fue una silenciosa bandera que cargaba consigo.
Quienes lo conocieron lo recuerdan llegando, desde Rawson, en su bicicleta, con pelo canoso y su voz paciente. “Don Videla” era el último batión del cine analógico.
Detrás de escena, donde empieza la luz
"No creo que sepa lo que significó para la cultura audiovisual de San Juan", comienza diciendo Florencia Poblete. Lo conoció con 80 años y fue un gran amigo.
Sin Héctor el Festival Penca posiblemente nunca hubiera existido, y con ella un punto de encuentro para los realizadores audiovisuales de San Juan. Florencia cuenta que fueron sus charlas lo que la motivó a dar el paso de gestora audiovisual, a gestora. El fuego que lo inició todo.
Como técnico, su cara era más bien desconocida. Sin embargo nunca faltó a su trabajo "primero el cine, después la familia" decía. Incluso tanto durante el rodaje del documental como en el festival de cortos, siempre asistía.
Con él se va un testimonio de lo que pasaba dentro de los cines, de las duración de las proyecciones, cuánto duraban, de las relaciones sociales que se establecían. Es que vivir 65 años dentro de salas es vivir una vida de película.
Sin embargo la voz, su caminar, el polvo en sus manos y ese tambalear en las palabras quedan registrados. Como un comentario meta, un pequeño pedazo de su vida ahora se puede proyectar en cientos de pantallas.
"Era un grande, uno de esos grandes generosos", cierra Flor.