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Opinión

Otto Krawse, padre de la educación técnica

Era exótico el sólo mirarlos. Vivían al reparo de un toldo de cueros acompañados de un gran piano de conciertos. Inmigrantes alemanes que se instalaron en Chivilcoy pensando en un caserío pujante y se encontraron en una avanzada de la frontera con el indio. Estaba todo por hacer. Los Krawse serían un punto de civilización en medio de la nada.

Otto, el segundo hijo del matrimonio, nació allí. Heredó de su padre los grandes ojos azules y el asombro por las máquinas. Muy pronto el pequeño se acostumbró a llevar las ideas a la práctica para transformar el entorno y a las visitas de Domingo F. Sarmiento, amigo de su padre. Además de la risa estruendosa de aquel viejo quedarían en la familia un par de ideas que la definirían. Para su hermano Domingo había que “hacer cien Chivilcoy” y se vino a San Juan. Al Sur de la Ciudad se compró una finca y la dividió en parcelas para cultivos, mercado, iglesia y escuela. Formó una Villa y le puso Augusto Krawse en homenaje a su padre. A Otto le quedó resonando que “todos los problemas, son problemas de educación”.

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A los diez años se fascinó al sentir bajo sus pies estremecerse la tierra y una mole de acero resoplar un vapor pesado y quejoso frente a él. Los trenes serían su quintaesencia. Cuando cumplió 23 años se recibió de ingeniero con las mejores notas y una tesis sobre las condiciones de tracción de los ferrocarriles. A partir de allí empezó proyectar el ramal Tucumán-Salta. Por este trabajo y su desempeño en la cátedra de la Escuela de Ingeniería, ganó una beca a Europa para estudiar nuevas tecnologías y traer maquinarias al país. En ese viaje revelador, Otto Krawse se dio cuenta que de nada servía importar nuevas tecnologías si no había quién supiera trabajar con ellas. A su vuelta, entonces, se puso a darle forma a su mayor obra: impulsar la educación técnica. Pues hacía surcos en él aquello que todo atraso es un problema de educación,  y agregaría: “El problema de la Enseñanza Industrial no afecta sólo a la cultura de un pueblo sino también y muy principalmente, a su economía”. En 1899 propuso la creación de la primera Escuela Industrial de la Nación que hasta hoy lleva su nombre.

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Estaba convencido que la educación técnica proporciona una enseñanza científica especial, teórica y práctica, y prepara industriales inteligentes, jefes de talleres y fábricas, directores de obras y maquinistas instruidos. No bastan los conocimientos contemplativos que no se confrontan con la experiencia en talleres y laboratorios. Ese es el modo en que los estudiantes adquieren la preparación en la especialidad elegida para ejercer su profesión con verdadera competencia.

Siguió el resto de su vida, inquieto como era, experimentando, inventando, enseñando; pero su fuerza y su capacidad de reacción se agotaron definitivamente a los 63 años. De todos los mecanismos que había desentrañado había uno que no había logrado dominar, su corazón, y el 14 de febrero de 1920, hace ya cien años, se detuvo sin remedio. Su tiempo se había cumplido. A su descanso se llevó la dicha de haber marcado a la Nación el camino del progreso.

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