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Opinión

Día del trabajador y Día de la Constitución

Que el 1ro de mayo de cada año es el “día del trabajador” nadie lo desconoce; mucho menos que por ese motivo es feriado nacional. Tal vez sea menos conocido por qué se homenajea hoy a los trabajadores: corría el año 1889, y mientras París inauguraba la fabulosa Torre Eiffel, para convertirla en el centro de atracción de la exposición universal destinada a conmemorar el centenario de la revolución francesa, también allí se celebraba el Congreso Obrero Socialista, en el cual se dispuso que el 1ro de mayo de cada año sería el Día del Trabajador, en homenaje a los llamados “mártires de Chicago”, expresión con la que se recordaba a los cinco trabajadores ejecutados dos años antes, en Chicago, EE.UU., por haber hecho explotar un artefacto explosivo entre policías que pretendían reprimir la protesta realizada en reclamo de una jornada laboral de ocho horas.

Pero en nuestro país, porque así lo dispone la ley 25.863, el primer día de mayo de cada año también es el “día de la Constitución Nacional”. Sin embargo es una fecha que no tiene el marketing institucional del 25 de Mayo de 1810 ni del 9 de Julio de 1816, así como tampoco lo tiene su principal redactor, el santiagueño José Benjamín Gorostiaga, un hombre al que inadvertidamente Juan Bautista Alberdi le ha arrebatado todo el crédito histórico.

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¿Por qué hoy es el Día de la Constitución Nacional? Porque es el día en el que, en 1853, a través de ella, la Argentina alcanzó la tan ansiada, y desde 1810 postergada, organización política y jurídica.

Sitúese el lector en el año 1852: el 3 de febrero, Rosas, que no quería organizar al país constitucionalmente, fue derrocado por Urquiza, quien para tal fin convocó al resto de los gobernadores a una reunión que se realizó en San Nicolás el 31 de mayo. Allí hubo acuerdo para empezar el proceso de organización político-jurídica de la Argentina, y salvo la provincia de Buenos Aires, que rechazó ese “Acuerdo”, las trece restantes pusieron manos a la obra y enviaron a Santa Fé dos representantes cada una para que se redacte la Constitución Nacional.

El Congreso se instaló hacia fines de 1852, y entre las primeras medidas que tomó, estuvieron las de crear una comisión redactora del proyecto de Constitución, y la designación de sus integrantes. Se decidió que fuera presidida por el joven José Benjamín Gorostiaga.

De a poco iban arribando los constituyentes a Santa Fé, una ciudad arenosa cuyos habitantes vieron cómo sus vidas sencillas se revolucionaban por la llegada de estos conspicuos hombres de galera y levita que llegaban, nada menos, que para sancionar una Constitución Nacional. Alli las familias vivían en grandes casonas, en las que habitaban hasta cuatro generaciones (bisabuelos, abuelos, padres e hijos), y las mujeres se casaban muy jóvenes, aunque era costumbre que permanecieran con sus maridos en la casa paterna.

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Por esos días de fiesta cívica se creó el Club del Orden, en el que se organizaban tertulias y bailes que permitieron confraternizar a los constituyentes con las santafecinas. De hecho, gracias a esas reuniones sociales se formalizaron noviazgos y hasta posteriores casamientos. Un ejemplo fue el de Dr. Juan María Gutiérrez, soltero de 43 años de edad, constituyente por Entre Ríos, quién se casó con Gerónima Cullen. Otros ejemplos fueron los de el viudo Dr. Salustiano Zavalía, representante de la provincia de Tucumán, quien se unió a Emilia López, y del joven médico Luciano Torrent, quién representaba a la provincia de Corrientes, y terminó conociendo y casándose con Severa Zavalía (inclusive Torrent se radicó finalmente en Santa Fe). Todos ellos fueron nombrados socios honorarios del mencionado Club del Orden.

Pues entre sesiones nocturnas en los altos del Cabildo -porque el calor del verano santafecino era agobiante- y los bailes en el Club del Orden, el proyecto elaborado por la comisión redactora fue presentado al Congreso el 18 de abril de 1853, y el día 20 se iniciaron los debates que se desarrollaron durante once días, entre el 20 y el 30 de abril de 1853.

La gran sorpresa ocurrió el primer día del debate: al iniciarse la discusión en general, sorprendentemente aparecieron algunas voces que cuestionaban la oportunidad para sancionar una Constitución. Sí. Así como se lee. Algunos constituyentes creían que no era momento organizar políticamente al país. Increíblemente uno de esos personajes era nada menos el presidente de la Convención: el salteño Facundo de Zuvirìa; pero lo acompañaban otros convencionales como el Gral. Pedro Ferré (quien contradictoriamente había formado parte de la comisión redactora), el fray Manuel Pérez y Pedro Zenteno. Argumentaban que en la Argentina no había hábitos de cumplimiento de la ley y que era necesario esperar que el país se pacifique antes de sancionar una Constitución.

Por suerte la mayoría pensaba diferente, e inclusive el constituyente Delfìn Huergo dijo que era un insulto escuchar desde el seno de la Convención, “elevado sobre las ruinas de la dictadura”, las palabras que Rosas había escrito en su famosa “Carta de Hacienda de Figueroa” (en la que explicaba por qué, a su juicio, no estaban dadas las condiciones para organizar al país).  Francisco Seguí agregó que si fuera cierto lo que decía Zuviría, “sería necesario declarar que los argentinos somos incapaces de tener un gobierno fundado en leyes y que sólo merecemos la tiranía”.

Afortunadamente el proyecto terminó aprobándose, y la Constitución Nacional se sancionó el 1 de Mayo de 1853, cuando se cumplía el segundo aniversario del llamado “pronunciamiento” de Urquiza contra Rosas

Con la sanción de nuestra Constitución Nacional, la Nación Argentina se constituyó en un Estado de Derecho, que es aquel en el cual los gobernantes conducen los destinos del país con los límites que impone una ley suprema.

El Congreso constituyente siguió funcionando hasta el 7 de marzo de 1854, dos días después de haber asumido Justo José de Urquiza el cargo de presidente de la Nación Argentina. Fue allí cuando el histórico Congreso, que casi un año antes había organizado política y jurídicamente a la Nación al amparo de una Constitución, clausuró sus sesiones y redactó el “manifiesto” dirigido a los pueblos de la Confederación, en cuyo último párrafo declaró:

“Este Congreso sólo tiene que hacer una recomendación a sus compatriotas: una solo recompensa que pedirles en premio de sus desvelos por el bien común. En nombre de lo pasado y de las desgracias suplidas les pide y aconseja: obediencia absoluta a la Constitución que han jurado. Los hombres se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos”.

          Se cumplen hoy ciento sesenta y siete años de la sanción de nuestra Ley Suprema, y ocurre en el marco de una excepcional y desagradable pandemia. Desde esta cuarentena por la que estamos obligados a transitar, ojalá tengamos un minuto para pensar en la enorme importancia que tiene, para la Argentina, la plena vigencia de las instituciones creadas por la Constitución Nacional que hoy cumple años.

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