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Historias de incendios y rescates, qué ganan y qué pierden los que se enfrentan al fuego

POR REDACCIÓN

26 de enero de 2020
Qué hace que alguien quiera ser bombero, sus lugares comunes y menos arquetípicos; los riesgos que conlleva hoy enfrentar el fuego; anécdotas que transcurren a diario y que de no ser rescatadas se perderían, son algunas de las facetas que recupera Benjamín Reynal, en el libro "Contra el fuego". Montañista viajero, el autor recaló en Estados Unidos y hoy vive en el sur del país pero trabaja en Buenos Aires, donde preside una central eléctrica, así que sigue viajando. Reynal , autor de esta edición de Planeta, decidió ser bombero el verano de 2015, cuando se quemaron unas 40.000 hectáreas de bosques entre Cholila y el Parque Nacional Los Alerces, en Chubut: "Mientras vivamos no volveremos a verlos como fueron. Ardieron árboles de 200 años y ahora esas montañas están cubiertas de troncos quemados, de esqueletos", señala. -Télam: ¿Dónde se encuentran los oficios de bombero y cronista o escritor? -B.R: La lectura es una necesidad, como el ejercicio físico, y lo mismo me ocurre con la escritura, que se ha vuelto una rutina lindísima. Una vez le preguntaron a George Mallory -aquel montañista legendario del 1800- por qué quería subir el Everest. Él, práctico pero romántico como era, respondió: "Porque está ahí". Simple, directo. Algo similar me ocurrió (y me ocurre todavía) cuando me entero de ciertas historias, las escribo porque sucedieron, aunque parezcan inverosímiles. De muchas no hay testimonio ni registro más allá de la memoria de sus protagonistas, que algún día no estarán. -T: Vinculás en el texto el deseo de ser bombero a la aventura, cierto riesgo y adrenalina necesarias, una noción de heroísmo ¿Cuáles son las figuras menos arquetípicas por los que alguien decide hacerse bombero? -B.R: El primer impulso es una mezcla de curiosidad y ganas de ayudar. Detrás está la generosidad, algo común en todos los rescatistas, pero una vez adentro, conocen un mundo bastante más amplio del que imaginaron. Hay personas que se hacen bomberos por tradición familiar, otras para ser un ejemplo, para que los admiren. Los motivos siempre son buenos y hablan bien de quien que se acerca por primera vez a un cuartel. La adrenalina aparece luego, y es un imán poderoso. -T: ¿Cuál fue tu primer registro del fuego? -B.R: Tenía 12 o 13 años cuando se quemó la casa de fin de semana de mis padres. Un lugar que queríamos, donde pasábamos mucho tiempo. Me acuerdo de los bomberos, las ventanas rotas, las paredes tiznadas, los muebles destrozados. Después, del olor a humo y humedad típicos de un ambiente donde se combatió un incendio; un aroma que te queda grabado y que siempre está acompañada por un recuerdo doloroso. -T: Hoy un hogar promedio se quema ocho veces más rápido que hace 50 años. ¿Las condiciones de seguridad aumentan a la par que crecen los riesgos o es una relación aleatoria?    -B.R: Los peligros para los bomberos son mayores hoy por los materiales de construcción, que causan una propagación rápida del fuego, aumentan el humo y las explosiones. El único riesgo que bajó es el de derrumbe estructural; los demás aumentaron. Pero también es mayor la conciencia y la capacitación, los equipos son más profesionales que 50 años atrás. Pero hay algo paradójico que pasa en Reino Unido: la tolerancia a "cero pérdidas de bomberos" hace que ya no estén trabajando con tanta eficacia, es tanta la precaución que han comenzado a ser ineficientes, tanta la presión de las mutuales y compañías de seguro sobre los jefes, que son los responsables penales, que en Inglaterra y Escocia casi no entran a incendios de vivienda, los atacan desde afuera. Esto lo dicen los propios bomberos, que querrían ingresar y hacer más, pero no los autorizan. -T: ¿Qué historias que escuchabas a diario te impactaron más y por qué? -B.R: El incendio de una mina de carbón, hace unos años en Santa Cruz, con 70 kilómetros de túneles, más de lo que tiene la red de subterráneos de Buenos Aires, que alcanzaban 600 metros de profundidad. Un incendio en una mina de carbón es inapagable, en China hay algunos que llevan encendidos 50 años, cierran la mina para ahogarlos, vuelven a abrirla cinco años después y siguen encendidos. En Santa Cruz, se incendiaron las paredes de carbón y los durmientes que sostenían el techo, así que, además del calor, del humo excesivo, del monóxido de carbono, también había derrumbes espontáneos, la visibilidad era nula, y como si fuera poco, había quedado un pañol con explosivos que podía estallar. -T: ¿Cuál fue tu peor catástrofe personal como bombero? -B.R: Saber que algo era fácilmente evitable, me mortifica cuando una negligencia pequeña arruina una vida. Una mañana avisaron de un vuelco muy cerca de casa, el asfalto estaba cubierto de hielo y un auto había patinado y caído dos metros hasta la orilla del lago. Las autobombas no habían llegado todavía así que bajé con linterna. El auto estaba con las ruedas para arriba, el techo aplastado y tres personas desparramadas por la playa. Con la linterna pude ver a un hombre que se agarraba la cabeza y se lamentaba solo; una señora tirada entre las piedras que lloraba, tenía roto el fémur, y un niño, de la edad una de mis hijas, muerto. La mujer y el niño no tenían cinturón de seguridad.
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