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Cuatro hábitos comunes en la ducha que dañan la piel y cómo evitarlos
La dermatóloga Ana Molina advierte sobre prácticas habituales durante la ducha que provocan sequedad, irritación e infecciones cutáneas, y recomienda cuidados para preservar la salud de la piel.
POR REDACCIÓN
La rutina diaria en la ducha puede influir notablemente en la salud de la piel. La dermatóloga Ana Molina alerta que ciertos hábitos frecuentes pueden resultar perjudiciales, generando sequedad, irritación o incluso infecciones cutáneas.
Entre los errores más comunes, Molina destaca el uso de agua muy caliente o muy fría. El agua caliente elimina la capa grasa natural de la piel, provocando picor y sequedad, mientras que el agua fría puede impedir una adecuada hidratación.
Otro aspecto importante es la selección de productos de higiene con un pH adecuado. Según la especialista, los geles o jabones alcalinos no solo limpian, sino que también remueven aceites y bacterias protectoras, debilitando la barrera natural de la piel.
La experta también desaconseja el empleo de esponjas, ya que la humedad acumulada en ellas favorece el crecimiento bacteriano y sus texturas ásperas pueden irritar especialmente las pieles sensibles o secas.
Además, Ana Molina aclara que asociar la cantidad de espuma con una mejor limpieza es un mito: “La espuma no es más que aire”. La eficacia limpiadora depende de la formulación del producto, no de la espuma visible.
Para cuidar la piel durante la ducha, la temperatura ideal del agua debe situarse entre 36 y 38 grados Celsius. Esta temperatura permite eliminar impurezas sin dañar la función protectora cutánea, evitando la sequedad o el picor.
Respecto a la frecuencia, no existe una regla única. La periodicidad adecuada varía según el clima, la actividad física y el tipo de piel. En general, ducharse una vez al día es recomendable, pero en casos de piel muy seca o sensible podría ser conveniente espaciar las duchas para conservar los aceites naturales.
Finalmente, es fundamental limitar el uso de productos agresivos y evitar exposiciones prolongadas al agua, poniendo énfasis en la higiene localizada en zonas como axilas, genitales y pies. Personalizar la rutina según las necesidades propias es clave para mantener la piel sana y resistente a largo plazo.