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Opinión

Requiem

Durante los últimos meses las noticias de muertes e infectados por covid-19, irrumpió nuestras vidas de forma dramática y, en muchos casos, trágica.

Las autoridades nacionales y provinciales insisten en librar al cuidado individual la pandemia, ocultando sus responsabilidades en la salud publica cada vez más dañada, resultante de las medidas de ajustes sistemáticas que aplican.

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La desaparición física impuesta por el Covid-19 de amigos y compañeros de trabajo se hizo realidad. La tenue separación entre la vida y la muerte nos alerto, la vida emerge frágil, la muerte deviene inesperada, sorpresiva y violenta.

El virus invisible atrapa y nos somete a su voluntad. El deterioro de las condiciones de vida es donde la pandemia ataca a pobres y humilde y con fuerza se ensaña sobre los cuerpos y sus vidas.

La propaganda de que esta infección es “democrática” al no distinguir entre ricos y pobres, es una farsa mal intencionada que pretende igualar socialmente las diferencias materiales concretas. Las condiciones de vida de unos y otros son totalmente distintas. Los cuidados, la disponibilidades de recursos, son tan opuesta que la posibilidad de infectarse y morir, recae, sin duda, sobre los humildes y pobres, donde años de precariedad laboral, de recursos económicos insuficientes; fragilidad y desproteción de la vida es la oportunidad para la infección, enfermedad y muerte.

 

En el capitalceno mata, sin piedad.

El virus, no es un castigo sobrenatural, es el emergente letal de la sociedad en que vivimos. El capitalceno que en su entrañas la pandemia se alimenta. El agronegocio, la minería a cielo abierto, las granjas industriales, el calentamiento global, alteran el delicado equilibrio entre sociedad y naturaleza que facilita su aparición.

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La voracidad de las ganancias no se sacia con la explotación del trabajo humano sino, además, con la superexplotacion de la naturaleza.

En el capitalceno la salud de los trabajadores no interesa, en pandemia los ricos son más ricos, ni la enfermedad, menos aun la muerte, son obstáculos para sus negocios. Millones mueren en el altar de sus ganancias.

 

Se nos mueren los compañeros de trabajo.

Luego de décadas de convivir en un mismo espacio de trabajo, nos exigen el aislamiento forzoso, nos mandan a casa, nos aíslan, nos privan del ejercicio vital: la discusión, solidaridad y decisión para enfrentar la enfermedad.

El aislamiento es la contracara de la ausencia de recursos económicos, en este caso de la Universidad, que impide velar por la salud de los trabajadores. Las redes sociales advierten de sus muertes. Se alza un muro que priva seguir sus dolencias o compartir el duelo con sus seres queridos.

La pandemia, catástrofe social, aligera la esencia de la sociedad capitalista, los trabajadores son material de descartes durante la vida; más aun en la muerte.

Los muertos no son un numero, menos aun, una mala noticia, fueron seres humanos con quienes se compartieron momentos trascendentes de la vida; en lo social, un asado, un cumpleaños; en lo laboral, reclamos salariales; en la política académica acuerdos y diferencias; momentos imborrables que dejan huellas indelebles en el transito de la vida.

Se fueron para siempre, Martin Pardo; Roberto Villalba y Oscar Segundo Riveros. Compañeros de trabajo de la facultad de sociales, entre otros, trabajadores universitarios.

Difícil de olvidar a Martin, con su parsimonia, con sus silencios, sus ojos vivaces, acusando una picardía constante, aunque no explicita. A Roberto, con un andar cansino, acusando el peso de los problemas que ocultaba, un guiño, una broma, siempre había un momento para compartir un problema familiar, laboral y la búsqueda desinteresada de un consejo oportuno que nutre el vinculo social laboral.

A Oscar, su figura delataba sus travesuras, su risa ligera como un silbido, sus palabras bien masticadas, hacían delirante sus larga anécdotas y bromas compartidas, el “camiseta” era una persona afable, respetuosa, sus andanzas descripta exageradamente lograba la atención de los congregados. El asador de los viernes, interrumpido, lamentablemente, por la pandemia, dejo sin apagar las brasas que vanamente lo esperaran para que las atice. El ámbito laboral obligo a adoptar alineamientos y posiciones que, en mas de una ocasión, provoco distanciamiento que no opacan su personalidad amigable, comprometida. Oscar, tuvo gestos relevantes, integro la lista de la izquierda (MST) en las elecciones provinciales 2007, un salto en su conciencia, un reflejo activo de los interés de su clase que lo comprometió con los destinos de los asalariados que, llegado el momento, será reivindicado en la memoria de los trabajadores.

Morir en pandemia aislado, alejado de los seres amados, desamparado es la forma del capitalceno: su deshumanización, la inhumanidad que esta sociedad impone es inaceptable.

Ante la desaparición física de los compañeros de trabajo, no solo se mantendrá vivo el recuerdo de ellos sino nuestro compromiso de batallar por una sociedad humana, igualitaria, solidaria que facilite una vida digna y una muerte honrosa.

Es el compromiso que asumimos ante los compañeros de no cejar en la lucha por una sociedad humana que supere el capitalceno y alumbre una vida plena de humanidad, una sociedad socialista.

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